La antigua Odessos, en la
costa búlgara. Un sitio a desmano pero que alberga un tesoro, y nunca mejor
dicho. Oro. Oro del 4500 A.C., el oro
trabajado más antiguo que se conoce, exhibido en el Museo Arqueológico. Y qué
preciosidades. Algunas piezas parecían recién sacadas de un feria de novedades
de joyería por lo minimalista y estilizado del diseño. Siluetas de animales
suavemente troqueladas y hechas con unas láminas finísimas parecía todo, que ya
era bastante. Pero no, era el principio. En la sala donde se muestra este
tesoro, había además otras piezas de factura más complicada y que a uno le
hacían pensar en lo elaborado que aquello parecía para proceder de un tiempo
tan remoto: pequeños martillos, picos, pulseras huecas, lentejuelas, cetros,
fíbulas… Alucinante. El colmo, no obstante, era el ajuar funerario de un menda
con una caperuza de oro para el glande. Qué cómodo y qué útil. Lo jodido debió
ser tomarle las medidas, digo yo que variarían si era el joyero o la joyera
quien las tomara. Eso acompañado de otras decenas de piezas, incluyendo
rodilleras, collares, pulseras… y un disco de oro del tamaño de un plato de
postre sobre el ombligo; todo un tesoro para él solo. Había otras cosas:
collares de concha de molusco (que valían más que el oro), coral… pero nada
comparable a aquello.
Eso sí, después de hincharnos a fotografiar el oro antiguo, en la sala
siguiente una doberman con uniforme de celadora te impedía hacerlo con piezas
irrelevantes. Fiel a mi estulticia, fotografié un radiador, precioso, en forma
de concha, imponente. Y tras de mí, alguno que otro la hizo también; síndrome
del turista japonés, supongo. El resto del museo no era nada malo, por cierto, pero
mas “visto”: la figura del caballero tracio hasta en la sopa, cráteras con
motivos argonáuticos y un gran mapa muy ilustrativo. Ah, y una estela con una
nave que me pareció inspiradora y que tenía que ser la Argos por fuerza.
Después visita a la catedral, bizantina. Nada especial salvo los
extractores de humos para los puestos donde dejar las velas encendidas, que habían instalado y disimulado como si
fueran columnas con sus frescos y todo. Nos quedamos sin ver (o al menos pasar
por delante de) el casino, que es uno de los iconos de esta ciudad. Una pena. Siempre
hay que dejarse algo. Motivo para volver algún día.
No hay comentarios:
Publicar un comentario