miércoles, 8 de febrero de 2017

EL CAMINO DE PERITO MORENO A BAJO CARACOLES. LA CUEVA DE LAS MANOS


Enorme madrugón. Gallinas y gatos se vigilan mutuamente en un corral cerca del hotel en Perito Moreno. Las tres furgonetas llegan y ya estamos esperándolas. La Cueva de las manos nos llama a todos. A mí también me llama la Ruta 40 y su leyenda.
Mil Novedades
Perito Moreno no parecía mucho más que otros pueblitos que ya habíamos pasado al llegar de noche. Pero es más grande, tiene más población, servicios y prestancia. Los comercios son, sin embargo, igual de sencillos y chapados a la antigua.  Pasamos por delante de la comercial Mil Novedades, que promete “Ropa formal e informal”, de La mercantil,  y de la Agencia de Quinielas 151 que es además una gran librería-papelería y que entre otras modalidades de juegos, ofrece "La Raspadita". Por haber hay hasta clínica veterinaria, Keuquen; qué ganas de poder charlar un ratito... Las calles están desiertas, son anchas y desabridas. Vivir aquí no parece tener grandes alicientes. Sin embargo, nuestra guía vive aquí. Ayuda en actividades sociales, hacen teatro, organizan concursos… La gente joven como ella tiene que hacer algo para que esto siga vivo. ¡Duro con ello!


La carretera sigue la misma pauta que ayer. Llanura (no exenta de ondulaciones y de curvas) y matorral bajo y grisáceo. Los coirenes son el único pasto, y se parecen al esparto pero a escala, así han de ser de nutritivos y suaves al paladar. También los llaman mata de fuego, porque parecen una llama. Los guanacos que se alimentan de ellos son hoy los únicos que comparten con nosotros la desolación.  Algunos guanacos que han saltado las inacabables alambradas obligan a frenar bruscamente y a pitarles para que se aparten. Tratan de ramonear junto al camino. Las crías, llamadas chulengos, quedan por dentro de los vallados. De cuando en cuando algún cadáver aparece colgado en ellos. Todas las vallas están hechas a base de alambres que se sustentan en estacas de madera intercaladas cada dos por una metálica o por una de madera más gruesa o reforzada con metal. Los cuerpos cuelgan mitad a un lado y mitad al otro, a veces en las grotescas posturas que los cadáveres toman una vez desmadejados. Solo junto a los escasos cursos de agua hay algo de verdor.


 Llega el ripio, la grava. Nos acompañará casi todo el día. La gente se queja. A mí me encanta. Gooooood vibrations (pronúnciese mientras agitas la cabeza). Esto es lo que yo quería y esperaba, una carretera sin nadie durante horas. La vista se pierde, el polvo del camino obliga a las furgonetas a espaciarse y el remolino de las que nos preceden se lo lleva el viento antes de alcanzarlo nosotros. Las piedrecitas (y los pedruscos a veces) golpean los bajos. Y así todo el rato. Llegamos a un punto en el que anuncian una fuerte pendiente de "10200 metros" y te sugieren que “revises los frenos”. Sí, sí, sin duda. Qué cachondos. Bajamos a un profundo valle, en cuyo fondo hay algo de verde y subimos por el otro lado. Es una valle estrecho y de laderas escarpadas. La calzada esta aquí algo más rota y hay gente que llega a inquietarse. Sigo encantado.

Al poco podemos ver los Andes a nuestra derecha, como fondo nevado y puntiagudo de una postal de inmensa llanura ondulada con guanacos. Precioso.

Tras dos horas de ruta sin apenas cruzarnos un par de coches, llegamos por fin al así llamado Cañadón del Río Pinturas, donde un pequeño centro de interpretación nos aguarda. Muy poca gente. Somos lo únicos al llegar y al marchar dejaremos detrás apenas a unos 20 visitantes. Los rótulos llevan, curiosamente, el anagrama de la AECID. Uno de ellos advierte: “Sanitarios. No hay otros adelante”. Mejor meas aquí. El Kiosko Chinchillón ofrece refrescos, cerveza artesanal (abunda en Patagonia, extraño y afortunado hallazgo) y galletitas. El chinchillón es eso exactamente, una gran chinchilla de la zona.
El cañadón del Pinturas
Nos ponen un casco blanco, dejamos los sombreros y comenzamos la visita por una estrecha pasarela que bordea el cañón del Pinturas. Vemos a una vaca hereford beber del arroyo, pero más adelante hay un ternero tumbado en rara posición. “Está muerto” afirmo, pero está tan abajo y tan reciente que no todos lo creen. Lo está. Nuestra nueva guía, se explica muy bien. Por error nos hemos ido con ella en lugar de con la nuestra,  y encima este es “su” sitio de trabajo. Qué rabia. Ya no podemos cambiar.


 Primeras manos. Alucinante. Estarcidas mayoritariamente en rojo o blanco, hay alguna en verde –cobre-, y hay demasiadas manos derechas, lo que parecería indicar que hay una proporción de zurdos mayor que en la población general. La mayoría son izquierdas, lo que revelaría que con la derecha sostenían el tubo. ¿Seguro? No, no lo estoy. Varias están pintadas en el fondo con un color y estarcidas con otro, pero la mayoría tienen como fondo el color de la roca. Hay figuras de guanacos, algunas hembras preñadas o con sus crías y escenas de caza. Las figuras son de color ocre en general, pero otras son violáceas, blancas o negras. La amalgama de manos es brutal, lástima que al estar expuestas a la luz y a la intemperie en gran medida, han perdido brillo. Las protegidas (pintadas en caras de la roca inclinadas hacia abajo) mantienen un color maravilloso. Hay varias agrupaciones, pero casi al final está la figura emblemática, El danzante. Una especie de indalo, muy estilizada y que da perfecto para hacer figuritas y venderlas. A su lado, círculos concéntricos, un larguísimo zigzag y otras figuras que parecen lagartos. Todo en rojos. Los simbolismos son mera especulación en su interpretación. Incluso hay una figura de una guanaco rodeado por figuras humanas y hacia la que se dirigen cuatro largas líneas en cuya punta hay una bola. ¿Boleadoras? Podría.


Por haber, hay hasta extraterrestres. Entre las manos estarcidas hay unas de tres dedos muy gruesos y acuminados.  Son patas de ñandú, aquí llamados choiques. Ah, y una posible parturienta. A saber.




El danzante

En un punto, hay una escena de caza que parece reflejar a los hombres cercando a los guanacos hacia una fisura de la roca. Te das la vuelta y aparece una imagen muy similar al otro lado del valle, y así nos la interpretan como posibilidad. Todo es una posible interpretación, o casi todo. Pero esta impresiona y convence.







Alcanzamos el final de la zona habilitada para recorrer las pinturas y nos asomamos al desfiladero del Pinturas. Huellas de guanaco o de vaca en la arena de un recodo del río, farallones verticales y mucha solitud. Regresamos, cojo una piedra para mi urna y nos deshacemos de los p. cascos. Alguno prueba la cerveza artesanal de El Chinchillón. Descansamos un rato de tanto asombro y al camino.  Parte hay que deshacerlo hasta la Ruta 40, y volvemos a atravesar el valle escarpado de antes. Ahora descubro que se llama cañadón Caracoles, y lo recorremos un trecho, encajonados (y algunos un poco acojonados) hasta retomar el excelente ripio de la Ruta 40. Siguiente parada: Bajo Caracoles, una hora y media después. Entremedias, nada.

Otro tramo de inmensidad hasta alcanzar el pueblo. De película. Cuatro casas en medio de la nada y la única gasolinera desde hace tres horas y media. Varias cabañas de chapa vieja; otras de madera. Otras casas más armadas, varias nuevas, incluida una que parece algo oficial, una comisaría y hasta un hotel de aspecto lastimoso, pero una sensación de olvido, soledad y distancia inabarcable. Qué sitio. La nada. La gasolinera tiene dos surtidores únicamente, y están plagados de pegatinas de los que por allí pasan y quieren dejar alguna huella. Prácticamente no hay un centímetro cuadrado libre. Horror vacui, será como contrapunto a la soledad del campo.


Un galpón del que depende la gasolinera es un ultramarinos gaucho. Bueno, perdón, un multirrubro. Tienen cerveza, agua mineral y coca-cola, sí, y a qué precios, pero también boleadoras, boinas vascas, navajas y machetes (facas y facones), pantalones bombachos, riendas, fustas, arreos diversos, botas y sombreros. Me ofrecen uno desde lejos, yo estaba de caza fotográfica fuera; pinta bien pero una vez puesto es rígido y con un ala inmensa, poco práctico si no es para lo que es. Viandas básicas (galletas, aceite, dulces, latas, harina), mecheros, lámparas, baterías y otra ferretería completan la oferta. Ah, y el sector de licores, sobredimensionado. Algo querrá decir. De cine, lo dicho. Pero me voy sin hacer negocio: ni las navajas me cuadran (mi buena Leatherman quedó en Ezeiza fruto de un descuido con mi equipaje y un escáner cabrón) ni el sombrero, ni otra serie de cosas raras y por tanto atractivas. Habrá que volver. Total, está aquí al lado...