martes, 14 de mayo de 2013

CHECK POINT CHARLIE, BERLÍN. 1989-2013



Atravesé el Check Point Charlie el 31 de Agosto de 1989. En Noviembre, el muro pudo atravesarse libremente sí, pero en Agosto seguía en pie y funcionando. E imponía, pero mucho.
Cinco becarios españoles, pobriños, se atrevieron a ir hasta allí en coche (bueno, íbamos a Varsovia a un congreso, con un par, pero esa es otra historia que merece su espacio) y a pasar a pie al Berlín este.
Para ello, teníamos los visados obtenidos previamente en la embajada de la DDR en Madrid, y que nos permitirían atravesar el país, pero para entrar en Berlín oriental durante unas horas no eran necesarios. Así que, pertrechados con una cámara antediluviana con un solo carrete de 24, que luego se velaría en parte, nos dirigimos por la archi-famosa Friedrichstrasse hacia nuestro destino o así. Allí nos metieron en un edificio tipo barracón en donde nos miraron el pasaporte con una absoluta indolencia, que contrastaba con las nutridas alambradas que rodeaban el pasillo que había que recorrer hasta alcanzar el galpón aquel. A lo largo del breve trayecto, que a mí se me hizo eterno, había soldados hoscos con sus fusiles colgando de las bandoleras, garitas con vidrio blindado, se veía alguna ametralladora… por haber había hasta aspas anti-tanque, así que la cosa impresionaba lo suyo. Lo cierto es que no era para tanto ya que por allí pasaba regularmente un número no despreciable de gente, pero para alguien que venía de un país menos intimidatorio, y había hecho su mili y acertaba a entrever qué era cada cosa, de verdad, acongojaba.
- Ah, Spanien.
Fue lo único que dijo aquel tipo que, apoyado el carrillo en una mano, hojeó levemente nuestros pasaportes y nos los lanzó de vuelta con gesto de la mano haciéndonos evidente que podíamos pasar y que no molestáramos, vaya.
La visita, de sólo un par de horas, fue un viaje al pasado. Marcas de bala, escombros, ventanas ahumadas de los incendios, calles prácticamente desiertas, manzanas enteras deshabitadas… nos llegamos hasta Unter den Linden y de allí a ver la Puerta de Brandenburgo por detrás y poco más pudimos hacer, porque el tiempo se nos echaba encima y cualquiera les pedía prórroga a aquellos tipos. Parecía que la guerra hubiese acabado sólo unos pocos años antes, si acaso. Porque las calles estaban despejadas de escombro y había algo de tráfico y gente por las calles, que si no, parecería que acababan de extinguir el incendio y que el último francotirador hubiese sido abatido ayer mismo. Muy opresivo todo.
El regreso al sector oeste no tuvo historia. Occidentales volviendo a su mundo. ¡Puerta!

Este fin de semana he vuelto allí. Y ahora sólo queda la garita que ocupaba el centro de la calle y en el que se detenían los coches. Nada hay del barracón por donde nosotros pasamos entonces y sí en cambio algunos negocios de tinte nostálgico, restaurantes de todo tipo (italiano, vietnamita, zumos de naranja, bagels…) con el apellido “checkpoint” o “charlie”y en un edificio, el museo del Check Point. Delante de la caseta, que mantiene los focos, hay colocados unos sacos terreros y unos mendas, con uniforme americano, alemán oriental o ruso se hacen fotos con los turistas ondeando la bandera que prefieran por un módico precio con tan solo ponerse la gorra de plato adecuada y tirar de asta. Los japos no dejan pasar la ocasión.
Cerca de allí, en una esquina a cincuenta metros, un globo cautivo te permite una vista panorámica de la ciudad. Trescientos metros más adelante, por la Friedrichstrasse, uno puede ahora visitar las Galeries Lafayette o comprarse un Patek Phillipe. Qué cosas.

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