martes, 9 de junio de 2015

LOS ÁRABES DEL MAR, DE JORDI ESTEVA. SIMBAD REDIVIVO.

Los árabes del mar escrito por Jordi Esteva es uno de los libros mas fascinantes que he leído. El autor persigue los lugares en los que los antiguos capitanes árabes se enseñoreaban del mar Índico en su zona Occidental. Aparte de otras muchas consideraciones, este libro describe sitios de ensueño que uno reconoce de los libros de Simbad el marino, y que van desde la India hasta Mascate pasando por Zanzíbar, Madagascar, Lamu, Paté, Adén, Socotra y otras muchas que suenan también a Salgari. Son también muchos los prodigios de aquellos remotos lugares que ahora el siglo XXI suenan incluso más exóticos e inalcanzables que en los textos clásicos por culpa del integrismo y las barbaridades que se siguen cometiendo el nombre de la religión. La civilización costera del Índico es pues una amalgama de elementos africanos, indios, árabes y persas como nos dicen acertadamente en la sinopsis. Y por supuesto, los barcos a los que se hace mención cada vez que se puede son los  shambuk-dhow los barcos de la edad de oro de los navegantes árabes.  La portada es uno de ellos, magnífico. Hay una frase que me taladró: “En este mundo sin ruido de motores…” ¿Existe realmente? Sería estupendo. Y poder ir y quedarse, más. Por alguna extraña razón, leí este libro arrullado por música argentina (Malena Muyala, Cristóbal Repetto, Gotan Project, Adriana Varela). ¿Algún psicoanalista en la sala?

Pero además de los lugares, son tantas las anécdotas que recoge el texto que da para varias tesis.  Cito algunas, pero como siempre, lo suyo y a lo que pretendo invitar con esta superficial reseña, es leerlo.

El curioso origen que se nos da del lenguado, un pez de reminiscencias bíblicas y llamado Musa (Moisés) por los árabes. La creencia de que un gato que no reaccione a la tercera no es un gato sino un yin, un espíritu. “... hierático como la diosa Bastet” (me recuerda a mi adoradora favorita de Sekhmet). Y lo bien que los gatos pueden llegar a vivir en sitios como Suakin, en la costa de Sudán, frente a la Meca. Ah, los gatos, tan apreciados por los árabes a diferencia de los perros, impuros. Hay un refrán árabe que dice “Quien vive con perros, acaba ladrando”. Vaya hombre, pues guau.
¿Y qué decir de la sorpresa que significa que un árabe baje a la playa desde el barco para hacer sus abluciones previas al rezo con arena ya que el agua de mar se considera impura? Los conceptos de horam y halal (ay, el halal en los mataderos, cuánto quebradero de cabeza para los veterinarios) y la noción, repetida en varias ocasiones de que en ese mundo se come despacio y en silencio. Es el té y la sobremesa el momento de socializar, pero comer es para uno mismo. Interesante. O que hay un rito por el cual uno bebe frases del Corán para sanarse. Sí, bebérselas, literalmente; precioso, ¿verdad? ¿Y que les resulte extraño ser llamados mahometanos y no musulmanes? En fin, qué suerte ser ignorante para admirarse leyendo.

¿Y el secreto de los monzones y la navegación condicionada por ellos? Parece que los romanos llegaron a la India tras haberlo aprendido, no sin esfuerzo y pérdidas.
Averiguar gracias a este libro la presunta responsabilidad de la viruela en que la Kaaba siga incólume; que el arcángel Gabriel, el de la Anunciación, claro que sí, también diese otra enorme revelación, pero en este caso nada menos que a Mahoma; que la moneda corriente durante mucho tiempo en la península arábiga fueran los ubicuos táleros de Maria Teresa; el amor hudrí (¿el único verdadero? hoy tengo una nostalgia de muerte); el mejor incienso del mundo, el de Zufar, donde encontramos también la tumba de Job; el origen de los árabes, de los suníes y chiíes; el café con cardamomo; el  país de Punt y los faraones; la puerta de Sumhuram, mágica; el signo árabe de la paciencia, tan “italiano”; la edad de oro de los marinos árabes, cuando el Índico era su Mare Nostrum, y navegaban desde Calicut en la India hasta Lamu, y Sumatra, y hasta incluso Cantón.
Saber, por ejemplo, que los tejados son territorio femenino, que los portugueses no dejaron buen recuerdo, incluido Vasco de Gama, con sus conquistas de Quiloa, Mombasa y otras muchas plazas. Y más cosas, muchas más, como enterrarse los náufragos en la arena una vez alcanzada la playa. ¿Para qué? ¡Pensad malditos! Os puede salvar la vida.


Termino, no quiero olvidar el mercado de Koño-Koño en Juba. ¡Ah, eso sí que es un nombre evocador!