sábado, 8 de septiembre de 2018

EL QUETZAL OSTENTOSO





Cuando uno viaja a Guatemala, y a pesar de saber que difícilmente podrá verlos, siempre se alberga la esperanza de toparse con un Quetzal.
La verdad es que el nombre mismo resuena a misterio, pero el viajero solo podrá admirar de él las plumas en adornos y la imagen esculpida en metopas, glifos y frisos. De hecho, sus representaciones lo emparentan siempre con la serpiente, en una unión aparentemente paradójica pero que representa el cielo y el inframundo, las dos caras de una misma cosmología. En las culturas precolombinas, el Quetzalcóatl –esa quimera de serpiente emplumada- era la deidad protectora del cielo y la tierra.

El quetzal estuvo estrechamente ligado a las culturas mesoamericanas como símbolo de la abundancia, la fertilidad y la vida. Nos dicen que sus plumas valían más que el oro. Penachos, y atuendos de las culturas maya y mexica incluían las plumas del quetzal, las cuales alcanzaban un extraordinario valor dentro del comercio establecido por estas culturas. Se usaban como moneda. Las aves solo podían capturarse para hacerse con ellas y después liberarlas. Matar a un quetzal se castigaba con la muerte. Los gobernantes y pudientes podían así acercarse al dios Quetzalcóatl porque podían permitirse llevarlas en su indumentaria. El llamado penacho de Moctezuma es una obra maestra de esta orfebrería de plumas.

Es el ave nacional y la moneda oficial de Guatemala. Sus colores y plumas son un emblema nacional, histórico y cultural, pero más allá de ser un símbolo, son la clave detrás del éxito reproductivo. Son la tarjeta de crédito para comprar la perpetuación.

El quetzal (Pharomachrus mocinno)  es una de las aves más hermosas de América. Tan difícil es de ver, que los conquistadores no lo conocieron hasta siglo XVIII, cuando el naturalista José Mariano Mociño capturó algunos. El nombre científico proviene del griego pharos, "manta", y makros, "grande", en referencia al plumaje, y se bautizó a la especie como mocinno, en reconocimiento a su descubridor. Habitan en bosques húmedos de los Altos de Chiapas, en el sudeste mexicano, y en los bosques de niebla de Guatemala cubiertos por una densa canopia. Se alimentan de frutos, principalmente de aguacates silvestres, así como de insectos y de pequeños vertebrados. Construyen su nido en los troncos de árboles podridos, o usurpan nidos abandonados. La hembra pone dos huevos de color azul pálido. La incubación la llevan a cabo macho y hembra.

El macho tiene una cresta corta y redonda (por lo que se le ha dado el apelativo de “punk”), y el pico amarillo. El plumaje de la zona ventral es roja (se dice que teñida de la sangre de Tecún Umán, un guerrero maya herido por Pedro de Alvarado), pero las plumas de la cola son largas (hasta 80 cm) e iridiscentes, casi tornasoladas, y oscilan desde el dorado hasta el azul y el verde esmeralda, si bien en su cara ventral son blanquecinas.
¿Y para qué las quiere? Pues en época reproductiva (febrero y marzo), el macho realiza vuelos de cortejo llenos de piruetas y cabriolas, desplegando y haciendo oscilar aparatosamente su larga cola, en un alarde de color, ruido y movimiento. Esto es muy arriesgado en la selva, ya que les expone a los depredadores al hacerse especialmente visibles. Pero esto es pura biología evolutiva: un macho vistoso es el reflejo indirecto de una buena genética, y por lo tanto de una buena descendencia. Las hembras lo elegirán a él. 
El que algo quiere...