jueves, 3 de septiembre de 2015

LOS COCHES DE CHINA (Y LAS AUTOPISTAS, Y LAS CASAS)


Vuelve uno de China alucinado. No es para menos. Dos semanas en las que tomas contacto con unas pocas ciudades a toda mecha, sin tiempo de carretear por los pueblecitos, sino de recibir unos someros brochazos del enorme cuadro que es semejante inmensidad de país. Cinco ciudades a ritmo vivo.

Impresiona el grado de desarrollo aparente –recalco lo de aparente- que las ciudades que he visitado muestran sin recato. No sé dónde quedan Mao, el Libro Rojo, la Revolución Cultural, los Guardias Rojos y todo eso en la apariencia diaria. Del intenso programa, la etapa final es Shanghai, que ya se anuncia como una moderna ciudad, con su skyline de vértigo, y es el culmen, en lo poco que hemos visto, de la occidentalización. No seré yo quien se queje.
Salvo por cuatro carteles con esa estética marxista tan trasnochada, los oscuros coches oficiales, los también oficiales edificios de corte netamente cuadriculado y añostreinta –del estilo de los soviéticos, el aeropuerto de Tempelhof o el Ministerio de Finanzas alemán o los Nuevos Ministerios españoles), esas enormes avenidas preparadas para desfilar y los soldados haciendo guardia en algunos lugares estratégicos, aquello no parece un país tan alejado del estándar occidental. Luego, el férreo control sobre la información (no sueñes en buscar algo con Google, usar Google maps para orientarte o enviar un Gmail) y las noticias que solo puedes leer fuera de lo que ocurre dentro te hacen ver claro lo de los dos sistemas. Libertad de mercado, sí, y hasta donde yo diga. De las otras libertades ya si eso…
Claro, un tintinófilo llega allí en la estúpida creencia de que incluso pueda quedar algo del Loto Azul, como allí mismo comentamos algunos. Pero ni fumaderos de opio, ni tropas japonesas de ocupación (aunque recuerdo de su paso sí que queda, sí; qué poco los quieren), ni coletas y gorritos. Y muy pocos rastros reconocibles de la China descrita por Paul Theroux en “En el Gallo de Hierro”, que usé entre otros para documentarme. Esa era China hace 30 años, cuando todo esto era incipiente y lo de Tiananmen fue un incidente en una sociedad ya en movimiento en lo económico, pero mucho menos en lo social y nada en lo político.
Al tema. Para un observador español, llaman la atención casi de inmediato dos elementos muy preocupantes: los coches y los edificios.
El parque móvil en las ciudades que hemos visto (Pekín, Xian, Guilin, Huangzou, Shanghai) es sencillamente impresionante. De nuevo, el prejuicioso esperaría encontrarse un tráfico como el que ha visto en otros sitios no tan lejanos ideológica, económica, social o geográficamente, como Vietnam o Birmania. Hasta India, de la que falta un “Los camiones de la India” que queda prometido es bien diferente. En Vietnam o Birmania, hay coches, obviamente, pero no tiene nada que ver. Yo esperaba “otro” tráfico, con más motos (las hay, las hay, y del mismo tipo y uso) pero sobretodo, con más coches de marcas locales, desconocidas para nosotros. Y más anticuado. Pero no. En Shanghai he podido ver la mayor concentración de coches de gama alta (y algunos de lujo) que he visto circulando juntos nunca. Recuerdo el aparcamiento del casino de Montecarlo, que fotografié la primera vez que lo vi, becario-muerto-de-hambre-asombrado. Allí había, sí, unos cuantos Ferrari, algún Rolls y varios Mercedes estacionados. Pero es que hemos visto atascos interminables en los que la sucesión de coches que circulaba nuestro lado incluía modelos enseña de las principales marcas europeas –alemanas, especialmente-, japonesas y americanas. Porsche, BMW, Mercedes, Audi, Ford, Citroën (ni un Renault, ni un Fiat, ni un Seat (je)), Ferrari, Maserati, Tesla (Tesla!!! A mi hijo les llevaron uno a la escuela de Industriales para que lo vieran, como novedad interesante), Toyota, Lexus, Infinity, Honda, Buick, Chevrolet… Pero ojo, sedanes grandes y todoterrenos, nada de utilitarios y poquísimos coches medios. El VW Golf ni lo ves. El Audi A3 no lo conocen. Eso debe ser de pobres. Muchos más Passats y modelos locales similares (Lavida…). Y todos nuevos. Rarísimo ver un coche de, digamos, diez años. Porsche Panamera, Macan (el Cayenne debe ser ya anticuado porque casi puede decirse que escasea), X5, X3, Range, A6, A8… todo de este porte. Los taxis de Shanghái son VW Santana, que están siendo sustituidos por Touran nuevecitos.
Santana y Touran taxis en Shanghai
Entreverados, algunos representantes de la industria nacional, para nosotros desconocidos. Marcas como BYD, SAIC, Chery, Mingjun… ni idea. Algunos tienen una apariencia más que notable, ignoro casi todo acerca de su calidad pero no son mayoritarios. Hay un Chery que es un calco del antiguo Seat Toledo.





¿Les sobra el dinero? Pues a algunos parece que sí. Máxime cuando nos explican que en Shanghái se otorgan unas 400 matrículas (no puedo garantizarlo, creo recordar esta cifra) al día. Y cada una cuesta unos 80000 yuanes (unos 11000 euros). Es decir, que cuesta la matrícula más que un coche “normalito”. Añádele un coche de gama alta y es un dineral. Pues el atasco es monumental, amigos. Imagino que las zonas rurales y el extrarradio de estas mismas ciudades deben tener otro aspecto, pero los núcleos centrales –en sentido muy amplio- eran un atasco formidable pletórico de cochazos oscuros, como el furgón del Dioni. ¿Por qué tan pocos coches claros?
Y eso que, enlazando con las casas, la construcción a todo trapo incluye enormes autopistas por medio de las ciudades, con pasos elevados de kilómetros de largo, entrecruzamientos de varios niveles, avenidas enteras sobre-elevadas… y todo para contener un embotellamiento monumental y perenne. Brutal. Inabarcable. Insostenible.

Bueno, y la otra cuestión. Los bosques de rascacielos inacabados o vacíos. El skyline del malecón de Shanghai es una cosa, y las afueras son otra. En el centro, como en todos los centros, el  metro cuadrado es carísimo pero tiene demanda y se ocupa. Nos hablaron de unos 10000 yuanes, unos 1500 euros, el metro cuadrado. No puedo asegurarlo.

Pero en las afueras de Xi’an, a donde uno llega con la efervescencia de ver a los famosos guerreros, si mantiene el ojo atento pese a la neblina y la lluvia nocturnas, puede darse cuenta de que el camino entre el aeropuerto y la ciudad está plagado de edificios altísimos sin una sola luz. Y, aún más, por fuera de esa inmensa sucesión de edificios oscuros en plena noche (¿Será tan cara la luz? No puedo creerlo) se perfila otra sucesión casi igual de gigantesca de grúas que sobresalen de otras tantas torres inacabadas. Al día siguiente, en el camino hacia el yacimiento, la imagen se confirma bajo la luz del día, pero así, impresiona menos. No se nota si los edificios tienen o no a alguien dentro. En la noche, sus oscuras ventanas, por miles, inquietaban. Hablo de edificios de 25 o 30 plantas, no de adosados. Cuando vuelves a Madrid, las famosas cuatro torres de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid parecen un quiero y no puedo.




Claro, te dicen que hay una fuerte migración del campo a la ciudad, que las ciudades crecen, que Xi’an tiene 11 millones de habitantes, que Shanghai 22, las cifras marean. Y las infraestructuras que han de acompañar a eso han de ser por fuerza, mayúsculas. Pero… no sé, no sé.

¿Nos suena de algo una situación de construcción excesiva que actúa como motor perverso de una cierta economía que se hunde si el ladrillo no se vende? ¿Y de cambiar tu viejo Seat por un BMW nuevecito a crédito, que ya verás qué bien lo pagarás, hombre? ¿Y mucho cemento gastado en obras públicas enormes? Nos dicen que eso lo hicieron muchos aquí: “vivieron por encima de sus posibilidades”. Discutible y discutido. Pero el modelo que nos llevó a la crisis es muy parecido, solo que unos milloncetes de españoles empobrecidos y endeudados son una cosa y tropecientos millones de chinos en la misma situación es una bomba mundial.

La impresionante muralla de Xian. Al fondo, unas casitas.
Esto iba de coches, perdón. China se mueve, amigos. Y va en cochazos nuevos. Por ahora.