lunes, 20 de mayo de 2013

PIKES PEAK, CUESTIÓN DE TEMPERATURA


Los españoles lo llamaron “El capitán” según parece, pero de los conquistadores quedan en Colorado sólo algunos topónimos, como el mismo nombre del estado.
Fuimos a Pikes Peak por casualidad, porque estuvimos alojados en Colorado Springs y vimos allí un prospecto publicitario. Considerando que nos venía de camino, ¿quién podría resistirse? Además, el desvío indicaba una subida de apenas unos 25 kilómetros o algo más. Y lo que se ofrecía a cambio no era desdeñable: nada menos que subir por encima de los 14000 pies (cerca de 4500 metros) en coche. Vamos, como subirse al Teide conduciendo.
Nada sabíamos nosotros entonces (lo descubrimos años después) de que la subida a Pikes Peak es una de las pruebas clásicas del automovilismo estadounidense e internacional. Internet me habla de una prueba de veinte kilómetros, 156 curvas y casi mil quinientos metros de desnivel desde el inicio, lo que da un promedio de aproximadamente un 7% -¡promedio!). Véase el video de Vatanen, mítico, o cualquiera de los que encontraréis en youtube si buscáis con la cadena Pikes Peak; si añadís el año en que nosotros lo subimos (1996) veréis qué cacharros usaban los profesionales por comparación con mi pobre coche, del que hablaremos en otro momento, pero que, a la sazón, era un sedán vulgar y corriente. Y que llevaba a bordo a seis personas –cuatro adultos y dos niños pequeños- y su correspondiente equipaje para viajar un mes. Tela.
Viendo ahora los vídeos de competición me doy cuenta  - rememoro- lo intimidatorio de la subidita, pero sobretodo, las vistas aéreas permiten verificar la impresión que tuvimos de desolación absoluta en el tramo final y en la cumbre. Pero vamos a “nuestra” subida.
Comenzamos con asfalto, pero pronto, muy pronto, el camino se hizo de tierra, muy ancho eso sí. Aquí y allá había gente haciendo picnic en la zona baja, arbolada y muy agradable. Los primeros kilómetros fueron lo que esperábamos, una subida a un puerto de montaña. Pues vale, pues bueno, pues bien. Llevábamos ya unos cuantos días recorriendo las Rocosas y estábamos hechos ya al lugar. Todo discurría normalmente hasta que las cuestas comenzaron a hacerse más inclinadas. Mi coche, automático, tenía una posición específica para subir cuestas y así lo puse. Pero rezongaba más de la cuenta. En un momento dado, nos encontramos con el primer coche con el capó abierto y fue entonces cuando presté algo de atención a la temperatura del radiador. Iba subiendo, pero estábamos aún dentro de lo normal. Todo subía allí. Subía la temperatura del radiador, subía la lentitud del coche que progresivamente iba dando menos fuerza, subía la inclinación de las cuestas… y sobretodo, subía el número de coches apartados a un lado con el capó abierto y con su gente – los que la tenían- echándoles agua en el radiador.
La cosa empezó a inquietarnos cuando la aguja de nuestra temperatura alcanzó el límite de la marca roja. Olvidé decirlo: no se podía bajar por aquella rampa sin escolta. Sólo cuando la policía – cuando fuera que pasase- determinara que tu coche no estaba en condiciones de seguir te autorizaban – y escoltaban- la bajada. Para eso te habían dado prospectos a la entrada que, obviamente, echamos a la guantera sin leerlos más que por encima.
- Oye, que vamos a parar un ratito a que se enfríe.
- Hombre no me digas que no puede subir.
- Pues hasta ahora sí, pero desde que me subí con el histórico Talbot Horizon el Puerto de los Leones cargado hasta los topes no había visto una aguja de temperatura tan alta nunca.
- ¿Cuánto falta?
- Pues unos 6 ó 7 kilómetros.
-Pero si eso es nada.
-Si, ya, díselo a los de la cuneta que hemos pasado. Hala chicos, sacad la pelota y los juguetes, vamos a echar unas patadas.
- Mejor les damos de comer.
Y así fue. Los niños comieron sus potitos. Nosotros estiramos las piernas, echamos también un bocado y el capó del coche abierto de par en par, como todas sus puertas, nos introdujo en el club de los recalentados de Pikes Peak. Después de una media hora o así admirando el paisaje (aún había árboles a aquella altura y las vistas eran, hay que decirlo, espléndidas, todo rodeado de árboles y montaña) decidimos continuar. El coche no andaba nada. Pero nada. Después me enteré de que, en altura, los motores atmosféricos (no los turboalimentados, o menos) pierden potencia como consecuencia de la menor cantidad de oxígeno y presión del aire. He leído que un 10% menos de potencia por cada mil metros sobre el nivel del mar. Claro, si partimos de unos 2500 metros, ya vamos con un 25% menos, pero es que en los 3500 aproximadamente a los que nos encontrábamos, teníamos más de un tercio menos de potencia. Íbamos a unos diez por hora. Se dice pronto.
Y unas rampas de aúpa que además poco después se convirtieron en un erial, ya que la vegetación casi desapareció. Una cuesta hacia la nada en medio de la nada; rodeada, eso sí, de unas vistas a lo lejos de postal. El coche volvió a calentarse a los diez minutos.
- Pero si no hemos avanzado casi.
- Ya, pero me estoy empezando a preocupar. Se ha vuelto a calentar en muy poco tiempo, no anda casi y cada vez hay menos gente, ¿no os habéis dado cuenta?
Efectivamente, otros coches que iban subiendo y que veíamos en la distancia desde alguna de las decenas de revueltas, unos delante y otros detrás, ya no estaban. O se habían parado fuera de nuestra vista o habían renunciado. O habían subido.
- Pero no hemos visto bajar a nadie.
Dicho y hecho, delante de nosotros pasó un pequeño convoy de cuatro coches precedido por uno de la policía. Nos hicieron una seña hacia abajo pero, gallardamente (inconscientemente) negamos con la cabeza, sonreímos abiertamente, levantamos el pulgar y les saludamos al pasar. Quedaba poco y no nos íbamos a rendir. Qué leches.
Otro buen rato después, que se nos hizo esta vez muy largo, continuamos. Hacía frío a esa altura. La ascensión era angustiosa, iba más pendiente de la aguja del radiador y de mantener el coche tan bajo de revoluciones como fuera posible. Incluso pusimos la calefacción a tope en un vano intento de quitarle algo de calor al motor; no hacía tanto frío como para necesitarla nosotros, pero pensamos que así le restaríamos algún grado. Ventanas abiertas del todo, niños ya potrosos, aguja en el límite, paso de tartana… y llegamos. Por fin. ¡Llegamos!
Pero… pero… pero si esto está casi vacío.


Hacía un frío de narices, vimos el rótulo verde de Pikes Peak, 14110 pies, la estación del trenecito turístico que sube hasta allí, los cuatro coches contados que ocupaban el exiguo parking, nos hicimos una foto apoyando la cámara en un piedra y alguna otra del panorama y nos fuimos más que deprisa, aunque antes le dimos una vuelta rápida a la pequeña meseta donde hay incluso un merendero o algo así. Nuestro tiempo no daba para más y faltaba la bajada.
Joder, la bajada. Coche automático. No retiene. Poquito, vamos. Con la misma relación con la que subes, has de bajar, pero además aquí tirando de freno todo el rato. Tanto, que a media bajada, hay un puesto de policía.
-¿Y estos?
- No sé, espera a ver.
- Hi there officer, ¿any problem?
- Hi, just checking your brakes, sir.
¿Lo que? Pues que el tío, con una sonda, tomaba la temperatura, esta vez de los discos de freno. Obligatorio. Si los encontraban demasiado calientes, te hacían parar media hora.
-Ok, keep going.
-Thanks, bye.
- Have a nice day.
-You too.
La bajada la disfruté mucho. El coche bien, un paisaje impresionante, vistas magníficas, la temperatura – ahora la ambiental- subiendo, los niños dormidos, sol, las Rocosas. La felicidad existe. Es cuestión de temperatura.

1 comentario:

  1. Gracias

    Gracias, no por la aventura del blog, que tambien, sino por lo que significó para Bea y para mí ese viaje en ese año tan bueno y tal nefasto a la vez.
    Gracias por pasar ese mes con vosotros y poder conocer lugares increibles como Stillwater (entre muchos otros), a pesar del "puto Jordan"
    Uno de tus "cuñaos"

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