viernes, 31 de enero de 2014

PRIMERA IMPRESIÓN (QUE NO REFLEXIÓN) DE LA INDIA DEL SUR


Releo lo siguiente en la completa documentación que nuestro buen amigo Pepe nos proporcionó para el viaje.  No sé de quién es la cita y no es completa, aunque sí textual, pero sólo quiero las ideas. Dice: “Algunos sólo ven la pobreza, una India sin esperanza, otros hablan de la sabiduría ancestral y pretenden sentar cátedra y hablar en nombre de la India, finalmente hay quienes descubren a gentes a los que la pobreza no ha privado de la felicidad y el disfrute de la vida… Hay quien habla de la alegría de los niños y la dignidad de las mujeres […] No escuchéis a ninguno. Id allí a descubrirla. Aventuraos en la India de cada día”.

Pues, sin ánimo de dármelas de enterado, es exactamente lo mismo que me ha quedado en la mente a mi vuelta. Diez y siete días de Madrás (lo siento, me suena mejor que Chennai, soy un antiguo, lo sé) a Goa pasando por lugares de ensueño como Mahabalipuram, Kanchipuram, Tanjore (lo mismo que Madrás, me gusta más que Thanjavur), Madurai, Kochi (Cochin, transijo, ay) Mysore, Hampi, Belur… y varios más dan para mucho. Miles –y digo miles- de fotos que ahora deberé depurar (es el único sitio que he visto hasta ahora en el que si se te mete gente en la toma, la foto gana), horas y horas de carreteras secundarias viendo de cerca y despacio el campo y los pueblos, múltiples hoteles y restaurantes, largas explicaciones y lecturas de textos relacionados con las visitas, templos, palacios, ruinas, cuevas, centros históricos, antiguas mansiones, elefantes y ciervos, barcos, trenes, autobuses… mucho.



Pero al final, con lo que más te quedas es con los paseos por los mercados y por los templos activos, avasallado por la gente que te sonríe encantadora a pesar de tu inconfundible aspecto y comportamiento de “guiri”. Los niños se pelean por hacerse fotos contigo, no puedes decirles que no; los adolescentes te fotografían, o te piden retratarse contigo con su móvil, eres tú el exótico, amigo; los adultos te miran divertidos mientras tu miras, divertido también pero más asombrado, a la puñetera vaca robando plátanos en un puesto de verduras. Las siempre elegantes mujeres miran la ropa de nuestras compañeras de viaje de reojo, embutidas ellas en saris preciosos, sean de una lavandera o de alguien con escolta e ínfulas.

El claxon suena y suena, el tráfico es infernal, hay vehículos por todas partes pero todo es fluido, no hay broncas, no hay piques, no hay golpes, algo milagroso por otra parte. Un occidental conduciendo por allí, fueran o no egantes mujeres miran la ropa de nuestras compañeras de viaje de reojo, mbutidas ellas en saris preciosos. Un occi provocaría de inmediato algún accidente. Desde los colegios, los niños se desgañitan agitando las manos al ver pasar un autobús de extranjeros. En una ocasión, las filas esforzadamente logradas por los profesores se desbarataron entre saltos. La verdad es que te acongojan. Qué gente.

Comes picante o, en su defecto, muy picante (mmm), y, si eres arriesgado, pruebas cosas que no deberías por aquello de la prudencia. Aprendes de Shiva, de Visnú, de Brahma, de Ganesha, de Gadura… y lo olvidas de inmediato, tan rica y compleja es la caterva de dioses y sus formas. Menos mal que la lingam, el yoni y los nandi me los he estudiado sin confusión posible. Ves las rayas en la frente, te ponen el puntito en la tuya, hueles el incienso, ves las ofrendas, sientes las llamas, te descalzas, escuchas las salmodias, los sacerdotes te miran entre recelosos por tu incomprensión de lo que allí se hace realmente – eres intruso- y ávidos de pasarte el plato para que dejes algo a cambio de un tiznajo en la frente, los monos de los templos te siguen a ver si hay suerte, los peregrinos que comen en el suelo de los pórticos de los templos te miran sonriendo y a veces te ofrecen su arroz… 
Y te olvidas de la suciedad, pero ¿por qué hay tanta? No lo entiendo.

Lo poquito que he visto de la India es fascinante. Pero da igual lo que yo os cuente. Es verdad: hay que verla.