miércoles, 20 de julio de 2016

CAMPECHE. CAMPECHANOS, PALOS Y REPIQUES

Un compañero de viaje nos hizo llegar una nota acerca del origen y etimología del término campechano. Dice “afable, dispuesto para cualquier broma o diversión’.

Pues eso es lo que uno piensa cuando oye el término. El caso es que después la discusión deriva en otorgar el mérito a un derivado de campo asociado a la ingenuidad (¿) propia de los campesinos o bien a su asociación al gentilicio de la ciudad del Yucatán y al carácter agradable de los campechanos de nacimiento, así como a la vida cómoda y placentera que allí parece disfrutarse. En fin, el documento, muy académico, no asocia para nada el término campechano con la expresión “me llena de orgullo y satisfacción”, algo a lo que uno ya se había acostumbrado y por tanto, tengo mi dudas.
    

Yo no conozco la respuesta, pero la ciudad, visitada brevemente, tuvo su recorrido. En primer lugar, porque de lo que fuera su colosal fortaleza aún queda suficiente como para impresionar. La puerta de Tierra, la puerta de Mar y los distintos baluartes merecen sin duda una atención, así como numerosas casas del centro histórico, que supone un muy grato paseo. Según nos cuentan, la fortificación tuvo su razón en la situación estratégica del puerto y su papel central en la salida del palo de Campeche, lo que hizo especialmente atractiva esta ciudad para los piratas ingleses. Sufrió varios asedios y fruto de ello fueron sucesivos trabajos de reforzamiento y ampliación de la defensa. Baluartes de San Miguel, Santiago, San Francisco… la lista es larga y cualquier guía los describe acertadamente. También los alrededores, que ofrecen la portentosa (una más) ciudad maya de Edzná.


A nosotros, cerca de este lugar nos contaron la importancia del palo de Campeche o palo de tinte, negro, o tinto. O del Brasil, lo cual parece ser erróneo. La charla fue más de etnobotánica, pero en relación a esta ciudad y su zona de influencia, el palo de tinte fue la estrella. Esta planta es un árbol de pequeño porte o a veces matorral, de nombre científico Haematoxylum campechianum y de ella se obtiene un colorante de uso textil que fue muy apreciado en los siglos XVI y XVII. También la llamada achiote o acotillo o Buxa orellana, pero esa no es “campechana” y la dejamos, como a otras que nos citaron entre la plantas tintoriales.


Este palo tinte fue usado para teñir lana y seda en colores negro y azul. Con ciertas mezclas, pueden lograrse tonalidades hacia el violeta o morado. La elaboración de los tonos oscuros, como el negro, representaba un problema para la industria textil. El color negro, según parece, fue un quebradero de cabeza en la época, y más aún en la muy austera y minimalista vestimenta española. El negro es siempre elegante, pero entonces era una obligación que además se extendió a las otras cortes y quedó para siempre en las sotanas. Los monjes, antes (y después si eran pobres), usaban colores más sencillos (pardos, leves amarillos…). Pero el color negro fue el de los vestidos de la corte imperial española. Así como luego, nos contaba nuestra compañero, todos vestían de otomán (tela, no color, claro; imitando a la corte otomana) y más tarde, todos querrían llevar el color índigo del imperio británico, bondad graciosa.


La calidad de una prenda obedecía a dos elementos críticos: la propia tela, obviamente, y a la calidad del tinte. Un negro-negro, no era fácil de lograr. Y que fuese duradero, tampoco. Las telas tenían que someterse a numerosas tinciones, y al empleo de diversos productos para adquirir, finalmente, un tono oscuro. Por el contrario, con el palo de Campeche la cosa se hacía más sencilla. Y eso tuvo un valor económico inmediato. España era, además, una potencia en la producción de lana. Disponer de un tinte tan potente era una posibilidad añadida de riqueza. La exportación de esta madera fue el motor de Campeche y toda la zona. Hasta tal punto que los ingleses se quisieron hacer con el control de una parte, y lo lograron durante algún tiempo. Expulsados de las cercanías de Campeche, parece que su traslado y resistencia en su nuevo asentamiento es el origen de Belice, cuyo primer valor fue precisamente ser una zona de producción del palo de Campeche en la que los españoles dejaron estar a los expulsados a cambio de no piratear. Libros de historia ayudarán a confirmar y ahondar esta idea. O a desmentirla.



Bueno, pues Campeche fue un muy agradable descubrimiento en el que, para no variar, intenté hacerme con un sombrero ya que pasé por una sombrerería de buena apariencia. Ninguno me cuadró, así que me quedé sin él, pero a cambio nos embutimos mi amigo Dámaso y yo unas tremendas Dos Equis esperando al resto de la expedición en el restaurante donde cenaríamos. Allí me fue revelado por nuestro maravilloso guía Arturo el secreto de los habaneros “campanita”. A juicio de un mexicano (o de un indio, por cierto), un español, o europeo en general, no está preparado para semejante grado de picante. Yo llevaba ya varias incursiones en el maravilloso mundo del jalapeño, habanero y similares, con éxito y resistencia hasta el momento. Pero antes de probarlo, pregunté, campechano yo, que porqué lo de “campanita” mientras me lo llevaba a la boca. Se rió mucho y, bajando la voz y confidencialmente, se me acercó para espetarme, muerto de risa (póngase acento mexicano): porque pica al entrar y repica al salir. Glup.
Ultima foto antes de "Campanita"