La subida a Delfos desde Atenas tiene su miga. En
el trayecto uno se encuentra, como primer golpe de historia, el desvío hacia
Eleusis. En cuanto a sus misterios, Deméter, su hija Perséfone, “inventora” de
la primavera (¡y qué primavera tiene Grecia!) y el pupilo de aquélla, el
suertudo Triptólemo, primer agricultor, deberán quedar para otra visita, que es
tarde y nos esperan el hotel. Cosas de los vuelos. Por una revirada carretera que serpea, se
pasa algo más tarde por un par de pueblos de montaña que parecen la sierra de
Madrid: tiendas de alquiler de material de montaña y esquí, chimeneas... Allí
debe hacer frío, sin duda. Uno de ellos es Arachova, especialmente atractivo.
Primera cena a base de feta, ensalada griega, aceitunas... y primer vinito griego.
Dormimos en Delfos.
Amanece sobre el Parnaso, nevado aún a nuestra
espalda. Apenas podemos verlo desde la ventana del Hotel. Me he despertado sólo
para ver salir el sol por encima de él, pero los tejados y las estrechas
callecitas no facilitan la tarea. El actual pueblo de Delfos no es
impresionante, pero sí el paisaje circundante y la sensación de estar en un
lugar mítico y mágico. Las vistas hacia el parnaso y hacia los valles cercanos
merecen la pena. De allí, una pequeña excursión hasta las ruinas.
La subida por la Via sacra exige. Está bastante
inclinada. Todo está florido, una auténtica explosión de verde y colores
variados. Vamos ascendiendo junto a los tesoros, pasamos por donde estaba el
onfalon – el centro del mundo – en donde ahora hay una copia, el onfalon romano
(supongo que el original desapareció hace siglos) hallado en las excavaciones se
guarda en el museo que veríamos luego; llegamos hasta la curiosa muralla poligonal...y por fin, alcanzamos
el templo de Apolo.
Cómo no, no puede entrarse, sólo verlo desde fuera y desde
arriba, menos mal que hay una buena caída y se ve bastante bien cuando uno lo
rebasa y se pone por encima, especialmente si las piernas responden y se llega
uno hasta el estadio, desde el que se tiene una vista excelente del teatro y
del templo. Allí, unas americanas se hacen fotos mientras con sus cuerpos
forman la palabra “Delphi” y van gritando “give me a D, give me an E…”. Si
Apolo pudiera maldecirlas…
Las vistas son magníficas, y nos invitan a
imaginar lo que debía ser aquello cuando por los pequeños vericuetos las
distintas procesiones –engalanadas, aromatizadas, sonoras- se aproximaran desde
sus lugares de origen y cuando se les indicara. Había turnos, no era llegar y
ver a la Pitia. Y preferencias, cuanto más importante (o más dinero ofrecías)
más rápida era tu audiencia. Por cierto, que nos dicen que Pitos (de pitón, la serpiente
a la que Apolo mató para hacerse con el control del oráculo) era el nombre más
usado para Delfos, como sinónimo, así como origen de Pitonisa/Pitia.
No hay que dejarse bajo ningún concepto el museo.
Es de los mejores que encontraréis en Grecia, y eso es mucho decir aun cuando
mucho de lo que en Delfos hubo de interés y dada la larga vida del oráculo, fue
expoliado, trasladado o simplemente, perdido. Pero hay piezas impresionantes. Para
todo hay gustos, claro: una amiga tomó un primer plano del culo de Antinoos,
que al parecer es de mayor interés que el mío...en fin. El onfalon, la estatua
de Antinoos, que es verdaderamente bella, el auriga estático y tieso que, no
obstante fascina, los dos kouroi arcaicos, un toro hecho de láminas de plata,
precioso de veras, la famosa esfinge de Naxos… y un montón de cascos, cráteras,
estrigila…
Y luego, al salir, conviene ir a ver la que dicen
es la fuente Castalia (bueno, pues como fuente no vale nada, pero oye, es la
fuente Castalia), los laureles –presuntamente los de Dafne, y por tanto supuestamente
procedentes de Dion...
Mucha magia.
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