miércoles, 12 de agosto de 2015

EDIRNE. LA MEJOR MEZQUITA DE SINAN


Si habéis estado en Estambul conocéis la mezquita de Suleimán que fue hecha por el muy importante arquitecto Sinan en mil quinientos cincuenta y siete. Monumento universal, Patrimonio de la Humanidad, ejemplo de armonía, proporciones perfectas, con todo bien pensado, bien hecho. Magnífica.

Bien pues, según parece, la Selimiye Camii de Edirne, (la mezquita de Selim II) que es como creo que se dice en turco, es mejor porque Sinan se sirvió de la experiencia adquirida en la mezquita de Estambul como ensayo para, en esta nueva obra, mejorar lo que se pudiera. Y… ¿se puede? me diréis. Pues no soy quién para decirlo. Ambas son extraordinarias. Lo cierto es que esta es más señera, porque no está rodeada de tantas maravillas como la de Suleimán en Estambul. Destaca más; y tiene los minaretes más altos de Turquía, sobre eso sí que parece no haber duda.



Ya desde lejos la mezquita es espectacular. Los minaretes son extremadamente altos, sí, y además, bellísimos. La entrada al patio de las abluciones es en sí misma un monumento, como lo es la fuente. Y la entrada al templo propiamente dicho. Y el interior. La cúpula, la altura y esbeltez en todo, el mihrab, la alquibla,  las celosías, los púlpitos, las lámparas colgantes y las de pie, las alfombras, los arcos, las columnas, las ventanas, el vidrio, las inscripciones, los múltiples tonos del dorado y del rojo, con el anillo azul intensísimo de la cúpula, todo es soberbio. Yo no sé a ciencia cierta si las torres de Edirne son más altas, la cúpula más grande, los mosaicos más ricos, los adornos más bonitos, las lámparas más grandes o la estructura más fuerte, pero es una verdadera experiencia religiosa.
victor



Tanto que, en un momento dado me senté cerca del centro y me quedé quieto y en silencio. Abrumado. Los turistas, no demasiados, y los que asistían a rezar o a pasar un rato allí son otro espectáculo. Había niños jugando, discretamente, sin alboroto, pero correteando y quebrándose en una especie de pilla-pilla. Grupos de hombres charlaban suavemente. Otros rezaban. Casi todos nos miraban con la misma curiosidad que nosotros a ellos. En cuanto al turista, estábamos todos con las cervicales rotas de tanto mirar hacia arriba, cosa que los lugareños no hacen prácticamente. Ya lo tienen visto.

Ahora no podría encontrar aquel restaurante “especial” donde nos repusimos. Era un antiguo hammam. Una portada nada atractiva lleva a una maravillosa sala octogonal con una cúpula y lucernario. Un suelo acristalado permite ver los restos de unos baños que probablemente fuesen romanos y que fueron sustituidos por baños turcos. Fresco, limpio y agradable. La comida, turca de verdad, fue excelente. ¡Pero no había cerveza! 

sábado, 8 de agosto de 2015

SPLIT. PALACIO Y CALLEJEO


Split queda fuera de los circuitos que cubren los grandes cruceros. Y es una suerte, porque, a diferencia de Dubrovnik, donde dar un paso puede convertirse en imposible durante la temporada alta, aquí la afluencia es razonable. Eso siempre que no coincidas con el conocidísimo Ultra Europe Festival, comparable al de Benicassim, o eso me dicen.
 Split es, para el turista, el palacio de Diocleciano. Hay poco más de interés. Y el propio palacio queda muy desdibujado si no tomas la precaución de acompañarte de un plano durante la visita. Hay imágenes de cómo fuese en su día, verdaderamente impresionante, pero las calles han sufrido la acción del tiempo y numerosos edificios han ido ocupando el interior del recinto. 
Quedan calles perfectamente rectas y reconocibles, pero hay zonas de recovecos medievales que tienen también su encanto y su contraste.  La fachada del mar es ahora una sucesión de bares, terrazas, tiendas de recuerdos y toldos y de la antigua muralla se pueden ver aquí y allá fragmentos entre los frontales más modernos que han ido cubriéndola. Aun así, la imagen es notoria.


















La planta original, derivada como en tantos otros sitios de un campamento militar permanente, incluye una muralla cuadrangular con puertas en el punto central de tres de los paños (excepto el que daba al mar) y que en este caso toman el nombre de puertas de Oro, de Plata y de Bronce. Dos calles principales, Principalis y Praetoria (Cardo y Decumano???) cruzan de lado a lado y en su confluencia se levantaba la sede del Praetorium, y el Questorium. 
La mejor manera de enterarse por aproximación es visitar los sótanos, que mantienen – en la zona visitable- la estructura original y permiten hacerse una idea de la magnitud y exactitud de la construcción. Y es abrumadora. La iluminación y la desnudez le dan un aire especial, sin duda. En el piso de arriba hay multitud de tiendecitas que pueden llamar también la atención de algunos.
Aparte de esto, la catedral – y mausoleo de Diocleciano, paradojas- es sin duda otro aliciente, con sus torres octogonal y cuadrangular, y su explanada de entrada pavimentada con las losas originales romanas. 
La de pasos que se habrán dado sobre ellas. A algún imbécil se le debió ocurrir rellenar las llagas con cemento, logrando convertir un suelo auténtico, antiguo y espectacular, en vulgar y viejo.
Callejeas y te vas encontrando escaparates de moda, todo cristal, y al fondo de la misma callecita los arcos del paño original o una torre de vigilancia en curioso contraste. Ropa tendida, macetas, emparrados… No es espectacular, pero tiene su encanto.
Conviene también visitar, a las afueras, la colonia Salona, con sus tumbas, su anfiteatro y su puerta Cesárea. Salona fue fundada por cristianos y llegó a sede arzobispal. ¡Si Diocleciano levantara la cabeza!


Puedes terminar con un café en el Luxor. O cerveza, si es la hora. Los asientos son gradas del peristilo del palacio de Diocleciano, sí, pero los precios son los de un tratante de esclavos dálmata. ¿He dicho ya que no vi ningún perro de raza dálmata en Dalmacia?