jueves, 27 de diciembre de 2018

MOTILLA DEL AZUER: AGUA FORTIFICADA




De los muchos rincones desconocidos de Castilla La Mancha, la Motilla del Azuer, en Daimiel, es desde luego uno de los más singulares. En todo caso, parece ser el yacimiento más importante de la Edad del Bronce en la zona. Para quienes hayan visitado Cerdeña, su parecido con los famosos e impresionantes nuraghi es asombroso. Nada mejor que visitarlos todos y comparar. Pero la Motilla está más cerca y luego pueden visitarse Daimiel y Las Tablas.




Lo primero que conviene es saber que una motilla es un montículo. Hasta su excavación, eso era este sitio. En este caso, uno artificial que suponía una elevación artificial en medio de un llano. Más precisamente, en la leve vaguada que forma el Azuer. Esta motilla descubrió en su seno una construcción.  En realidad, es un pequeño laberinto oval de muros concéntricos con una torre central; en su interior, lo que se protege es el que se considera el pozo más antiguo de la Península Ibérica. Los muros de piedra de más de ocho metros de altura rodean un patio en cuyo centro se encuentra el pozo, que baja otros 14 metros hasta el agua y que fue excavado según aumentaba la sequía y descendían los niveles hídricos, buscando las capas más bajas del nivel freático mediante rampas.



A su alrededor se encuentran unas cuantas viviendas. Hay también algunas zonas de enterramiento. Pero el núcleo fortificado, además de la imponente torre central,  albergaba y protegía otras estructuras relevantes, como los silos de almacenaje para conservar cereales (trigo, cebada) o leguminosas (lenteja, garbanzo), y los hornos, indispensables para las industrias alfarera, panadera y metalúrgica. Incluso se han hallado restos que confirman la elaboración de queso en época tan temprana.



Los manchegos saben bien lo profunda que está el agua en su tierra, y este pozo, descomunal para la tecnología de la época (se estima corresponde a un periodo situado entre los 2200 y los 1300 a.C.) es una prueba fehaciente de ello. De hecho, no es el único, sino que es el representante más destacado de una red de pozos de tipo similar esparcidos por los alrededores, que garantizaban no solo la posibilidad de regar, sino la misma supervivencia de la población en época de sequías, cuando los arroyos desaparecen y ha de recurrirse al agua subterránea. Por eso estaban tan bien protegidos, porque el agua valía la vida.



Aparentemente, los largos periodos de sequía habrían hecho que aumentaran los enfrentamientos entre poblaciones cercanas, y que los poblados -pero sobre todo los pozos- fuesen fortificados.  Las tribus nómadas de la era del Bronce, se asentaron así en poblados estables y comenzaron a almacenar e intercambiar productos con otros grupos cercanos. Pero el agua… ¡eso no!. Al vecino, ni agua, ya se sabe.



martes, 11 de diciembre de 2018

EL TEODOLITO DE EVEREST



En las aldeas que hoy son Calcuta se instaló en el siglo XVII la sede de las oficinas centrales de la famosa Compañía Británica de las Indias Orientales, o lo que es lo mismo, se convirtió en la primera capital de la India británica. 



El Victoria Memorial se construyó en estilo mixto anglo-sarraceno tras la muerte de la Reina Victoria. En 1921 se abrió al público. Es un enorme edificio de mármol blanco con una majestuosa estatua negra de la reina sentada frente a la entrada principal. En sus numerosos salones se exhiben obras de arte, cuadros y estatuas de la Reina Victoria y el príncipe Alberto, y un cierto número de objetos personales que pertenecieron a la reina, entre ellos un piano en el que ella misma tocó.



La enorme cúpula, de 56 metros de altura, muestra frescos que recogen algunos de los momentos más señalados de su reinado, incluida su boda. Interesante todo ello, pero más considerando que la Emperatriz de la India nunca estuvo allí. O que el edificio se construyó sufragado por estados y personalidades de la India, sin que el tesoro británico sufriera en absoluto. Bondad graciosa, ¿no es ello notable? diría Buentórax.



Pero el museo exhibe  también objetos históricos de la presencia británica en India y de la historia más reciente, incluidas, por ejemplo, las hojas para la recogida de 37000 firmas en contra de que las viudas pudieran volver a casarse según una ley promulgada en 1856. Qué cosas. A la entrada de una de las salas, se encuentra uno con un enorme teodolito ante el que casi nadie se para. Mi broma de si sería aquel el teodolito de Everest se resuelve a la salida, donde hay otro similar, esta vez rotulado “Everest’s Great Teodolite”. ¡Toma! A leer.



Everest fue el segundo director (después del verdadero ideólogo y promotor, William Lambton) del Gran Proyecto de Topografía Trigonométrica, iniciativa del Gobierno Británico de la India dedicada a explorar y cartografiar el país. Entre los muchos logros del mismo se encuentra la realización de la delimitación del territorio británico de la India -incluida la actual Birmania-, y la localización y medición de las montañas más altas del Himalaya (Everest, K2 y otras) así como la primera medición exacta de una sección de arco de un paralelo terrestre y de la anomalía geodésica de la Tierra.

El 10 de Abril de 1802, Lambton estableció la línea base para medir un grado de latitud y otro de longitud tomando como referencia inicial el monte de Santo Tomás en Madrás (ver). Luego se convertiría en un ambicioso proyecto que culminaría bajo el nombre popular de The Great Arc en 1871 y que aún hoy asombra, ya que sigue siendo una referencia en el cartografiado, ya que en distancias de más de 2000 Km, la imprecisión es menor de una pulgada. Eso considerando el clima, la orografía, la actitud nada amistosa de ciertas poblaciones hacia los británicos, inundaciones, fiebres… Y un instrumental de latón, vidrio y bronce, pesadísimo y difícil de desmontar, transportar e instalar con la debida precisión. Por no hablar de que no había ni siquiera una pobre calculadora, sino tablas y tablas para calcular. Unas 700 personas llegaron a tomar parte al mismo tiempo en los trabajos. Se dice que generó demasiadas muertes. Seguro.

El mismo Everest, que asumió la dirección a la muerte de su predecesor en 1823, enfermó gravemente y fue repatriado a Inglaterra en 1825 con pocas esperanzas de supervivencia. El viaje, sin embargo, le fue provechoso. No solo se curó sino que consiguió financiación y más material de última generación para su empresa, incluyendo un nuevo teodolito de 3 pies que le permitió poner en reparación otro que se había dañado al tratar de situarlo sobre una pagoda. Contrató también a un colaborador esencial, Henry Barrow, con el que acabó mal pero que le permitió reparar y crear instrumentos en la misma Calcuta, donde erigieron un taller de “instrumentos matemáticos” sin necesidad de los largos desplazamientos a la metrópoli. De hecho, crearon el que se conoce como “el teodolito de Everest”, uno pequeño del cual hay réplicas que pueden adquirirse hoy fácilmente por unos cientos de euros. Pero los de uso en campo, los de trabajo, eran los pesados (media tonelada) de 3 pies de alto. Como los que se pueden ver en el Victoria Memorial de Calcuta.


miércoles, 14 de noviembre de 2018

LOS ELEFANTES INDIOS EN LAS GUERRAS (Y UN POCO EN EL ARTE)




El Museo Indio de Calcuta alberga el esqueleto de un gigantesco elefante.  El rótulo dice que medía 11,2 pies “hasta el hombro”. Eso son casi tres metros y medio. Y una foto lo muestra desfilando majestuoso en una parada allá por 1902. Impresiona mucho.

Gran parada con elefantes

Imaginemos por un momento que, siendo soldados, estamos en un campo de batalla, muertos de miedo e incertidumbre, esperando un ataque del enemigo. De repente, resuena la llamada de los clarines y lo que se nos viene encima es un animal de una altura tan descomunal, miles de kilos de peso, una velocidad muy respetable, que acomete probablemente barritando (de su propio miedo, de excitación o del dolor causado por quien le azuza), inmune aparentemente a nuestras minúsculas flechas, espadas o lanzas y que aplasta personas, escudos y caballos a su paso. Imposible detenerlo, como mucho podemos tratar de eludirlo. El pánico era lo más valioso que aportaba un elefante en la batalla. Pero tenía varios usos.

Los elefantes han sido, militarmente hablando, tanto tanques como, sobretodo, camiones y excavadoras. Los elefantes de combate se basaban en su volumen y agresividad (propia o inducida), en la capacidad de armarlos y protegerlos (dotándoles en los colmillos de bayonetas y otros elementos incisivos en las placas de defensa) y en que podían transportar a varios guerreros. Su capacidad como apoyo logístico ha sido mucho mayor, ya que eran (y son) especialmente valiosos cuando deben combinarse cargas voluminosas y zonas difíciles. Son excelentes tractores de arrastre y muy eficaces despejando el camino derribando árboles. Tienen además una enorme capacidad para vadear los ríos, hasta el punto de poder ser usados como puente para la infantería.

Hala, al trabajo

En Europa, se asocian a Aníbal, Cartago y Roma, pero poco más. En cambio, los elefantes fueron utilizados en los antiguos ejércitos indios, independientemente de las regiones, dinastías y épocas; se dice que India fue el primer (hace unos 4000 años) y último lugar donde se usaron con este fin. Como veremos, esto último no es del todo exacto o eso parece, pero no importa.

En realidad, suponían una demostración de fuerza y poder más que de efectividad. Los gobernantes indios poseían enormes rebaños cuyo coste de mantenimiento daba idea de su riqueza, importancia y liderazgo. Se menciona en varias fuentes a regentes de distintas dinastías que abarcan desde los siglos IV a.C. hasta época medieval (Magadha, Mauryas, Guptas, Pallavas, Cholas, Palas…) y de casi cualquier zona de la India, que contaban con miles de elefantes en sus ejércitos. Las cifras en fuentes antiguas son siempre muy discutibles, pero “cientos” parece un término muy repetido e intimidador a la vez. Los establos de Hampi son, sencillamente, abrumadores; de menor entidad son los de Orchha, pero también imponen. De su importancia da también una idea cabal la representación de estos animales en la iconografía monumental. Kharujaho es famoso por sus relieves eróticos, pero el ojo entrenado apreciará en mucho los magníficos elefantes de guerra con sus ocupantes encima (y alguna víctima sujeta con la trompa). Las puertas de la estupa de Sanchi ofrecen un ejemplo sobresaliente de relieves con elefantes, tanto en los hechos de la vida de Buda que allí se recogen como, sobre todo, en los cuadros sobre el poderoso rey Ashoka y su ejército. Los frisos de Modhera, Belur, Halebidu o Pattadakal, las ratha de Mahabalipuram, alguna estatua en el templo jainista de Ranakpur o en las cuevas de Ellora, las pinturas en el fuerte de Udaipur o en las cuevas de Ajanta (ver), los palanquines del fuerte Mehrangar de Jodhpur, las ankushas de las armerías de varios fuertes… por todas partes puede uno vislumbrar elementos asociados al elefante de guerra. 

Udaipur
Jodhpur


Elefantes en plena lucha. Kharujaho
Los establos de Orchha
El fuerte de Gwalior


Kharujaho

Los impresionantes establos de elefantes de Hampi

Fueron así mismo un botín preciado; las reseñas históricas están repletas de vencedores que capturan a los elefantes de guerra enemigos después de una batalla. Incluso podían evitar batallas, ya que su enorme valor podía servir como pago de indemnización y satisfacer al enemigo.

Se dice, a modo de ejemplo, que en la batalla de Hydaspes (326 a.C.), el rey Puru, Paurava o Parvataha (en griego: Poros) confió en sus elefantes para derrotar a los macedonios dirigidos por Alejandro Magno. Sus 100 ó 200 elefantes (según fuentes) fueron colocados en el frente de la infantería, como bastiones, para ahuyentar al enemigo. Alejandro, sin embargo, experimentado ya frente a una pequeña fuerza de 15 animales en la batalla de Gaugamela de 331 a.C. contra Darío III, los obvió, y se centró en destruir las otras tropas colocadas en los flancos. A medida que la caballería, la infantería y los carros de los indios se vieron sobrepasados, los elefantes, aunque lograron causar un cierto efecto inicial, recibieron numerosas heridas y, fuera de si, pisotearon a cualquiera que pudieran encontrar, en su mayoría indios. Alejandro capturó un buen número de animales, ganando así mucho prestigio y un valioso botín; estos animales intervinieron luego en las batallas entre sus sucesores, Ptolomeo y Antígono, en la lucha por Siria y en la batalla de Gaza (312 a.C.) y en otros episodios. Pirro, Ptolomeo IV y otros herederos del antiguo territorio de Alejandro los emplearon incluso en suelo europeo. Pero los más conocidos en este escenario son los del cartaginés Aníbal en su lucha con los romanos durante la Segunda Guerra Púnica. En realidad, la fuerza de Aníbal fue escasa en número (se estima en unos 40), y la larga marcha por Hispania (solo en la batalla del Tagus de 220 a.C. tomaron parte notoria) y Galia más el cruce de los Alpes, la redujo a algo simbólico que Escipión el Africano no tuvo mucha dificultad en hacer inútil.



La impresionante estupa de Sanchi y sus elefantes
 






El empleo en combate ha sido diverso, pero, en general, se utilizaban como complemento de refuerzo a la caballería o a las unidades de carros ligeros, ambos más ágiles y veloces, pero carentes de potencia suficiente como para mantener las posiciones. Ahí es donde, en segunda oleada, los elefantes, asociados con la infantería, tomaban y mantenían el terreno conquistado. Solo en ocasiones se empleaban como fuerza de choque, que es la escena más representada y presente en nuestro imaginario (incluida la Guerra de las Galaxias y sus elefantes mecánicos), a modo de gigantesca carga de caballería pesada, lenta, brutal e inexorable, a la que acompañaban los soldados de a pie y caballería ligera para proteger a los elefantes de la infantería enemiga y para orientar su embestida. Si su capacidad de ataque es innegable, ya que de un solo golpe podría deshacerse de varios soldados de infantería enemigos, ahuyentar a los caballos o pisotear los carros, su verdadero impacto era el psicológico. Las fuerzas enemigas se dispersarían, dando lugar a una brecha en la formación, que luego podría ser explotada. En alguno de los textos dedicados a su entrenamiento se afirma que un elefante proporciona protección como un fuerte de colina (giridurga), pero con la ventaja de ser móvil (sanchari).

Los elefantes también se utilizaron en combate como vehículos de comando, constituyendo una montura excelente para el comandante, permitiéndole tener una vista privilegiada y protegida del campo de batalla. Se suponía que los reyes y príncipes estaban bien entrenados en el manejo de elefantes de guerra. Como inconveniente esencial, esto hacía especialmente visible y fácil de detectar al líder de la tropa, convirtiéndolo en centro de los ataques. Su muerte o caída crearía así el pánico y desconcierto entre los propios. Recordad al jefe del pelotón de “Salvar al soldado Ryan” cuando le dice al novato que no le salude si no quiere que le mate un francotirador. Pues el jefe sobre el elefante destacaba, no hay duda.

Por último, las fortificaciones se disponen en muchos lugares de la India en alto o rodeados de un foso, como en todas partes, pero allí, según nos cuentan, el uso frecuente del elefante como ariete era el que recomendaba diseñar los accesos con curvas cerradas que les impidieran tomar impulso para el golpeo. De igual manera, los portones tienen siempre unos tremendos pinchos hasta una altura que en otros sitios no se ve. El viajero curioso puede fijarse en las subidas a los fuertes de Jaipur (Amber), Jodhpur, Gwalior u Orchha, y en sus puertas para verificar este punto.

La entrada a Fort Amber, en Jaipur

La puerta del fuerte de Orchha

Por razones de economía, los elefantes de guerra solían ser capturados y entrenados, no criados en cautividad. Se usaba a los machos, aprovechando su natural agresividad; las hembras no solían aparecer en primera línea dada su segura huida ante la carga de un macho en las filas enemigas. Los veterinarios de zoo conocen bien lo difícil que es manejar a un macho en celo, razón por la que la mayoría de las exhibiciones actuales sólo tiene hembras. Aun así, el manejo de estos animales en cautividad, lo más próximo que uno puede acercarse a lo que pudo ser una “unidad de elefantes” es de todo menos sencilla por lo que nos cuentan quienes los tienen a su cargo. A los elefantes se les proporcionaban armaduras, campanas para el cuello, ganchos, estandartes y un castillete o palanquín donde el arma preferente de los ocupantes era el arco o la jabalina. Las trompas iban a veces equipadas con pinchos para aumentar el daño. El conductor del elefante se denominaba, además del término actual mahout, como ankushadhara (sánscrito: "sostenedor del anzuelo") cuando llevaba el ankusha o pica de dos puntas (curva y recta) para controlar el elefante. 

Se prestó mucha atención a la captura, entrenamiento y mantenimiento de los elefantes. La captura se hacía a veces mediante un ingenioso sistema: se cavaba un profundo foso circular y en su islote central se colocaba a varias hembras; se construía un puente y se aguardaba a que el macho hubiera cruzado el puente para retirarlo y así tener al animal retenido. Existen muchos tratados sobre estos temas, como el Arthashastra de Kautilya (siglo IV a.C.), que dan mucha información sobre diferentes tipos de elefantes, cría, entrenamiento y su conducta en la guerra. Se consideraban especialmente valiosos los procedentes del sur y Ceilán (Sri Lanka), por creérseles más fieros. Los mahouts antiguos hablaban de “romper la voluntad” del animal como manera de domesticarlos y hacerles trabajar. Algo similar a lo que ocurre en los entrenamientos circenses. En resumen, se trata de doblegar al animal mediante castigos físicos, ataduras, hambre o sed hasta lograr que realice la tarea deseada. Bienestar animal en estado puro, vaya. De ahí el movimiento creciente en contra de su uso turístico. Imaginemos lo que pudo ser el entrenamiento militar.

De la tradición occidental, dos tipos de elefantes africanos se han destinado a este uso: el elefante de bosque (Loxodonta cyclotis) y el de sabana o matorral (Loxodonta africana), si bien se menciona también la presencia en época romana de la subespecie norteafricana (Loxodonta pharaoensis) extinta en el s. II a.C., en parte por presión cinegética y en parte por los cambios climáticos acaecidos en la época, haciendo de la cuenca mediterránea un lugar más seco y caluroso de lo que era. El Elephas maximus indicus, propio de la zona asiática continental, ha sido y es el más empleado tanto en uso civil como en el militar dada su mayor capacidad de aprendizaje y domesticación. El tamaño varía entre ellos. Así, el elefante africano de sabana mide unos 3 metros de altura a la cruz (hasta casi 4 en algunos ejemplares excepcionales); los de bosque son menores, de un tamaño similar al de los asiáticos, entre los 2,5 y 3 metros. El tamaño de las orejas es también distinto y bien conocido. Pero no es el tamaño lo más importante una vez se alcanzan estas magnitudes. A veces, un mejor entrenamiento y agilidad iba en favor de animales algo menores. En todo caso, hablamos de varias toneladas de músculo a velocidades de hasta unos 16 kilómetros por hora. 

Los elefantes debían ser entrenados para tolerar golpes de todo tipo de armas, proteger a sus jinetes, ir a donde se les ordenase y ser capaces de combatir otros elefantes, infantería, carros y caballos enemigos. En el  palacio de Udaipur puede verse una foto impactante de la última pelea de dos elefantes celebrada allí en 1951, en la que dos elefantes, con su mahouts encima, se enzarzan con un grueso muro de por medio: a un animal se le puede entrenar casi para cualquier cosa. A pesar de todo el entrenamiento, al elefante no se le podía anular su carácter, a veces ingobernable, y esta naturaleza se mostraba cuando el elefante estaba herido, asustado o enfurecido. En tales casos, los elefantes hicieron más daño que bien; pisotearon a sus propias tropas, e incluso, en su estampida, llevaron consigo a algunos comandantes, alejándolos del campo de batalla, lo que se interpretaría tal vez como una huida, haciendo que sus soldados se asustasen, huyeran o se rindieran. Los mahouts llevaban a veces una puntilla y un mazo para impedirlo. Se recurrió en ocasiones a la práctica de intoxicar a los elefantes con alcohol, que aparentemente los excitaba y les hacía perder el miedo. Parece que en algunos casos se recurría a guerreros igualmente borrachos a bordo. Un mono con dos pistolas parece fiable comparado con un elefante ebrio y agresivo. 

Entre las descripciones de tácticas específicas para asustarlos y volverlos contra los suyos se cuentan el uso de antorchas, hogueras, carros cargados de material inflamable o, como se relata en un caso especialmente cruel, camellos cargados con estopa y brea y azuzados contra las filas de elefantes (idea de Timur). Plinio describe lo asustadizos que son ante el gruñido del cerdo, lo que propició en empleo de cerdos de igual manera por los romanos. Las plantas de las patas son otro punto débil contra el que disponer clavos ocultos o elementos punzantes de todo tipo. Los ojos eran otro blanco preferente para los arqueros. Y el más sencillo método de lucha era eliminar al mahout, sin el cual el elefante quedaba sin control. Los romanos se hicieron expertos en la lucha contra elefantes, usando hacheros contra las patas y arqueros contra los ojos, pero no los utilizaron apenas como arma propia.


Pese a su descomunal fuerza, el elefante de guerra sucumbía, una vez superado el pánico inicial, mediante técnicas fáciles de poner en práctica incluso por soldados a pie. El uso en combate cesó prácticamente con el empleo progresivo de armas de fuego, desde finales de la Edad Media, convirtiéndose en meros estandartes o en un arma anecdótica. El final de su vida en el frente no es tan antigua en realidad, ya que se usaron en Vietnam como transporte logístico de armas, munición y comida para los guerrilleros del Viet Cong a lo largo de las escabrosas y ocultas Rutas Ho Chi Minh, impracticables para vehículos. Los americanos describen ataques con helicópteros a columnas de elefantes que llevaban munición y arroz. Igual habían hecho los japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Recientes aún, hay noticias del uso de elefantes por el grupo armado Kochin Independence Army, del norte de Birmania, usándolos para el transporte de armas. Seguramente los últimos elefantes de batalla actuaron en Birmania, en el primer cuarto del s. XIX contra los británicos. Y eso, entonces, era la India para los británicos, bondad graciosa.

Epílogo

Las últimas heridas de guerra recibidas por un elefante son, por desgracia, muy actuales. Las minas antipersonal causan numerosas víctimas post-bélicas entre las que se cuentan ellos.  Hay clínicas y centros de refugio para elefantes dedicados a retirarlos de su “vida laboral” en la entresaca de troncos o en las atracciones turísticas en todo el sudeste asiático. En algunas de ellas, han desarrollado incluso prótesis para reconstruir en parte la extremidad dañada. Lo asombroso no es solo que las prótesis funcionen, sino que, como una muestra más de su enorme inteligencia (sirva como juego de palabras), los animales las aceptan con cierta facilidad y hasta alegría. Buscad los vídeos, son una lección.



miércoles, 3 de octubre de 2018

CAPRI EN SOLEDAD ES POSIBLE: EL SENTIERO DEI FORTINI



Lo primero que debe uno lograr al llegar a Capri es resistir la tentación de irse en el mismo barco en que ha llegado. Porque, pese a visitarla en el tardío Septiembre, en la esperanza de que haya menos gente, no solo llega uno acompañado en el barco de una horda de cruceristas americanos, sino que llegan otros. Marina Grande es un hervidero de gente tratando de subir al funicular o de lograr plaza en las navetas o en los cucos taxis descapotables.

Hay que sobreponerse y hacerse fuertes. Pasado el horario matutino, la afluencia cae a cero. Los cruceristas tiene las horas – y las visitas- contadas. Pese a ello, los lugares clave reciben, en una franja horaria muy corta, aluviones de gente. Aprendida la lección, uno se plantea buscar algún sendero escondido. Y los hay.

Ya hablaremos de Villa Jovis o Villa Lysis, o del Trágara, pero el sendero verdaderamente solitario es el de los fortines borbónicos o franco-británicos, de sus guerras napoleónicas. Cuando preguntas por él, hay tres respuestas posibles: “ni se te ocurra, muy largo, mucho calor”, “precioso” o “¿qué?”. Es difícil obtener indicaciones, pero aun así, lo hicimos.


Mi sugerencia es comenzar en el faro de punta Carena, que de por si ya merece la visita. Una naveta desde Anacapri os llevará. 


Cuesta un poco encontrar el comienzo, porque casi nadie lo conoce pero una vez logrado, estás solo. El sendero, al principio discurre entre pinos y lleva, precisamente al Fuerte del Pino, que en su día sirvió como bar tras haber sido una posición artillera. Tiene unas vistas del faro espléndidas. Desde allí comienzas a bordear la Cala di Mezzo y a ser observado con curiosidad por quienes han hecho lo común: rodear en barco la isla. Tuvimos allí uno de los pocos encuentros de toda la ruta, un gato ronroneando. La vegetación te rodea, las sombras te refrescan pero los tramos al sol son duros. Un sube-y-baja continuo que castiga piernas y rodillas. Cruzas el río La Rossola por un puentecito minúsculo y atraviesas lo que llaman la Luna florita de Mesola, un anfiteatro de roca gris casi lunar, desabrido, abierto al mar y tachonado de flores aquí y allá. Antes de llegar a Punta Campetiello, encuentras un tesoro: una estrecha hendidura con escaleras que llega hasta el mar, donde hay una oquedad resguardada en la que puedes bañarte a solas. Digo bañarte, no nadar; el mar bate fuerte, es poco más que una bañera.






Reconfortado por el baño, pasas el Fuerte de Mesola y llegas a la fuente Aurea, donde poder refrescarse un poco el gaznate. No hay otra, y el trayecto completo son casi 3 horas al sol. Cruzas la cala del Río y desde la fuerte rampa que te deja sin resuello, contemplas una maravillosa mansión, muy descuidada pero con un aspecto impresionante y una piscina enorme y vacía sobre el risco. Quién pudiera. ¿Quién pudo? Alguien con mucho dinero, desde luego. Muchos barcos pequeños rodean la isla de un lado a otro. Para ellos, debemos ser puntitos de color en la ladera.


Poco a poco regresas a la civilización, va habiendo más carteles y más construcciones, te ves rodeado de bancales de olivos y finalmente alcanzas la famosísima y abarrotada Grotta Azzurra. Eso significa que regresas al imperio del turista. Una larga fila aguarda para subir a las barquitas que te introducen en ella, mientras los barcos medianos se arremolinan alrededor y transfieren a sus ocupantes a las primeras. Hay un atasco de aúpa para entrar en la maldita cueva. Los restaurantes de al lado se nutren de los que la han logrado ver ya o de los que desisten o (des)esperan. Y si Capri es caro, aquello es el Monte del Olivo. Una pequeña salida al mar está llena de gente bañándose entre las rocas o tomando el sol en una pasarela de cemento construida para ello. Hay una espera de al menos una hora.

Es imposible, no compensa, no se soporta. Mejor tomar la naveta que te devuelve a Anacapri y allí tomar algo relajados –enorme cerveza, no voy a mentir-, que nos lo hemos ganado, para luego ir a la fascinante Villa Michelle y con un par, bajarse la escalera de casi 1000 peldaños hasta el puerto y Marina Grande. 

Al final del día tienes las piernas cansadas y rotas, pero el espíritu se ha reconciliado con Capri.