De los muchos rincones desconocidos de Castilla La Mancha, la Motilla del Azuer, en Daimiel, es desde luego uno de los más singulares. En todo caso, parece ser el
yacimiento más importante de la Edad del Bronce en la zona. Para quienes hayan visitado Cerdeña, su parecido con los famosos e
impresionantes nuraghi es asombroso. Nada mejor que visitarlos todos y comparar.
Pero la Motilla está más cerca y luego pueden visitarse Daimiel y Las Tablas.
Lo primero que conviene es saber que una motilla es un montículo. Hasta su excavación, eso era este sitio. En este caso, uno artificial que suponía una elevación artificial en medio de un
llano. Más precisamente, en la leve vaguada que forma el Azuer. Esta motilla descubrió en su seno una construcción. En realidad, es un pequeño laberinto oval de
muros concéntricos con una torre central; en su interior, lo que se protege es
el que se considera el pozo más antiguo de la Península Ibérica. Los muros de piedra de más de ocho metros de altura rodean un
patio en cuyo centro se encuentra el pozo, que baja otros 14 metros hasta el
agua y que fue excavado según aumentaba la sequía y descendían los niveles
hídricos, buscando las capas más bajas del nivel freático mediante rampas.
A su alrededor se encuentran unas cuantas viviendas. Hay también algunas zonas de enterramiento. Pero el núcleo
fortificado, además de la imponente
torre central, albergaba y protegía otras estructuras
relevantes, como los silos de
almacenaje para conservar cereales (trigo, cebada) o leguminosas (lenteja, garbanzo), y los hornos,
indispensables para las industrias alfarera, panadera y metalúrgica. Incluso se
han hallado restos que confirman la elaboración de queso en época tan temprana.
Los manchegos saben bien lo profunda que está el agua en su tierra, y este
pozo, descomunal para la tecnología de la época (se estima corresponde a un periodo
situado entre los 2200 y los 1300 a.C.) es una prueba fehaciente de ello. De
hecho, no es el único, sino que es el representante más destacado de una red de
pozos de tipo similar esparcidos por los alrededores, que garantizaban no solo
la posibilidad de regar, sino la misma supervivencia de la población en época
de sequías, cuando los arroyos desaparecen y ha de recurrirse al agua subterránea.
Por eso estaban tan bien protegidos, porque el agua valía la vida.
Aparentemente, los largos periodos de sequía habrían hecho que aumentaran los enfrentamientos entre
poblaciones cercanas, y que los poblados -pero sobre todo los pozos- fuesen
fortificados. Las tribus nómadas de la
era del Bronce, se asentaron así en poblados estables y comenzaron a almacenar
e intercambiar productos con otros grupos cercanos. Pero el agua… ¡eso no!. Al vecino, ni agua, ya se sabe.
No hay comentarios:
Publicar un comentario