miércoles, 3 de abril de 2013

EL ORÁCULO DE AMON Y LA MONTAÑA DE LOS MUERTOS



Despertar en una espartana cabaña en un extremo de un motel a las afueras del pueblo, asomarse afuera y ver solo arena al otro lado de una exigua valla es muy agradable. Si te das la vuelta y descubres que el sol comienza a despuntar por encima de una palmera aún te hace sentir más a gusto en aquel sitio.
La piscina que la tarde anterior sirvió para que la juventud se desquitara de las horas a bordo está aún sin gente. Las chozas-habitaciones comienzan a dejar salir a sus ocupantes que se dirigen adormilados al comedor circular. Un desayuno mejorable y a la puerta. Hoy hay tralla.
Uno de los todoterrenos de la larga fila que aguarda a la entrada nos corresponde. El 19. Pues muy bien. Las siete y ya arrancando.
Primera parada, la montaña de los muertos en Gebel Al Mawta. Nos dejan abajo y hay que subir. Aquí hay dos cosas importantes, una son las propias tumbas, otra son las vistas. La colina está toda ella horadada y abombada aquí y allá; de algunos huecos asoman huesos, no sé si originales o reclamos, por otra parte innecesarios. Las tumbas más significativas son la de Si Amón, la del Cocodrilo (por la figura de Sobek), la de Nipertathot y la de Mesu-Isis, que tienen tienen varias salas, entradas esculpidas que son magníficas, rejas para protegerlas y unas pinturas espectaculares. Pero, además, hay un sinfín de pequeños huecos y bastantes entradas modestas (¿modestas o pretenciosas, un “quieroynopuedo”?) sin tanta profundidad ni cámaras laterales y sin ornamento alguno o muy sencillos. Decenas. Una colina entera agusanada (y nunca mejor dicho).
Vistas las tumbas principales y atendidas las explicaciones correspondientes,  curioseamos un buen rato las que son menos relevantes; mi gente y yo saltamos de lado a lado como cabras mientras la gente seria acompasa el prudente ritmo a las cuestas resbaladizas y arenosas.
- Subamos hasta allí.
- Vamos.
En lo más alto, a donde no todo el mundo puede subir por cuestiones físicas y probablemente reglamentarias – de hecho no estoy seguro de si no estaba prohibido- la vistas son magníficas. Una amplia extensión de palmeras se extiende alrededor en un primer círculo, pero en otras zonas hay casas de adobe entreveradas, cercados, un cuartel y, poco a poco, el adobe (y el maldito ladrillo blanco de hormigón, qué peste) gana la batalla al verde hasta que hacia un lado vemos la ciudad. Más allá de ese círculo, el verde sigue en algunas zonas hasta donde alcanza la vista, pero en otras, las más se ve agua, mucha agua, y unos pequeños montículos planos y estratificados que parecen hojaldres. No,. Mejor mantecados. El subconsciente me puede. Al tema: hago varias fotos hasta que en un cercado que queda muy próximo a nosotros y que es el aparcamiento de un cuartel, detengo la vista. Bueno, detengo el objetivo. Vehículos militares. Manías.
- Coño, un Pegaso. Y otro, y otro. Toda la fila. ¡Mira! ¿Ves esos camiones? Son españoles.
- Venga ya.
- Que sí, que sí, que son Pegaso.
- ¿Qué son “pegasos”?
- Una marca de camiones que se hacían en España. Ahora son Iveco. Joder si en uno como esos he ido yo.
- Venga ya, que no.
- Que sí te digo. Mira, acércate con el objetivo y dime si en el radiador tiene un caballo rodeado de un círculo.
- No, en el radiador no, en un lado. Cómo mola. Es verdad.
- Manda huevos, en alguno de esos he montado yo cuando hacía la mili.
- O sea que son viejos de narices – añadió mi hijo con sorna.
- Sí, lo son, cretino. Y yo también. Será imbécil la criatura. Bueno, y no os perdáis el círculo de agua alrededor del palmeral, y el desierto más allá y… ¿lo veis?



Y, sí, lo veían, pero tenían más ganas de subirse de nuevo al todoterreno y traquetear un poco que de oír batallitas de la mili. Normal. Bajamos de la colina y nos llevaron entonces a ver el oráculo de Amón, que era el motivo principal de llegar hasta allí. Un breve trayecto correctamente bacheado nos desguarnilla un tanto la espalda a modo de aviso para el día siguiente.

Media hora después estamos subiendo una nueva colina a las afueras de Siwa, en una zona llamada Aghurmi. Arriba, lo que fue el oráculo de Amón. Allí nos explican detalladamente la importancia de que Alejandro Magno se sometiera a este oráculo, lo que le confirió la legitimidad para ser considerado faraón, eso a pesar de (o precisamente basada en) un presunto error de interpretación alrededor del la palabra griega “Paidós” cuyo detalle no recuerdo pero sé a quién preguntar – y lo haré-. Eso fue en el 331 a.C., pero así como este oráculo era ya famoso en época de Heródoto, griegos y romanos lo hicieron más aún. El edificio, cuadrado y muy deteriorado, es aún imponente, como lo son las salas y debió serlo mucho la escalera por la que debían ascender solemnemente los consultantes hacia el oráculo en lo alto. La liturgia es lo que tiene, su teatro. La Pitia, la primera vedette.

Decía al principio lo de amónico, porque parece ser que el término amoniaco y sus derivados vienen de los destilados obtenidas a partir de las cuernas de los carneros sacrificados a Amón. Ese líquido, de fuerte olor, parece ser que impregnaba este y otros sitios parecidos, le daba un aire -¿captan el sutil juego de palabras?- místico y además era útil contra las miasmas. Supongo que eso si la pituitaria sobrevivía. Debían salir emocionados de la presencia divina, con los ojos llorosos y la garganta reseca. Qué espiritual todo. También como consecuencia de esta visita de Alejandro al oráculo de Amón en Siwa, se le representa con dos cuernos de carnero.
Lo cierto es que es un edificio en ruinas, cuya importancia fue decayendo como en tantos otros casos, hasta quedar olvidado. Por cierto que este oráculo tenía al parecer vínculos con los de Dodona y Delfos, pero esos ya los veremos en su momento.

El día termina con una visita obligada al baño de Cleopatra, maravillosa piscina – alberca dirían algunos acertadamente- en el sentido clásico de la palabra, de aguas de un verde transparente maravilloso. En ella, mis chicas se remangaron los pantalones para no ser menos que la nariguda esa y remojarse en aquel agua preciosa. Eso sí, no sin concitar un nutrido grupo de ojeadores atentos sin duda a la belleza del fondo y los matices del agua. Y por último, una puesta de sol en el agua del oasis, a las afueras de la población, a donde hay que ir con tiempo si quieres estar bien situado. ¿Por qué seremos tan cerriles, con la de oasis que hay que todos tuviéramos que estar en el mismo sitio? Lo cierto es que no había escapatoria, porque aquello era una isla o algo así, de tal manera que llegados a la playa que daba al oeste, no había alternativas excepto meterte un poco dentro del agua o saltar sobre los troncos caídos.
Aceptado el sitio, te concentras en los colores, y entonces lo entiendes todo: el cobre se come al azul sobre una base negra mientras el disco naranja desaparece.  No hay palabras, hay que verlo. Como para perdérselo. 

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