Despertar
en una espartana cabaña en un extremo de un motel a las afueras del pueblo,
asomarse afuera y ver solo arena al otro lado de una exigua valla es muy
agradable. Si te das la vuelta y descubres que el sol comienza a despuntar por
encima de una palmera aún te hace sentir más a gusto en aquel sitio.
La
piscina que la tarde anterior sirvió para que la juventud se desquitara de las
horas a bordo está aún sin gente. Las chozas-habitaciones comienzan a dejar
salir a sus ocupantes que se dirigen adormilados al comedor circular. Un
desayuno mejorable y a la puerta. Hoy hay tralla.
Uno
de los todoterrenos de la larga fila que aguarda a la entrada nos corresponde.
El 19. Pues muy bien. Las siete y ya arrancando.
Primera
parada, la montaña de los muertos en Gebel Al Mawta. Nos dejan abajo y hay que
subir. Aquí hay dos cosas importantes, una son las propias tumbas, otra son las
vistas. La colina está toda ella horadada y abombada aquí y allá; de algunos
huecos asoman huesos, no sé si originales o reclamos, por otra parte innecesarios.
Las tumbas más significativas son la de Si Amón, la del Cocodrilo (por la
figura de Sobek), la de Nipertathot y la de Mesu-Isis, que tienen tienen varias
salas, entradas esculpidas que son magníficas, rejas para protegerlas y unas
pinturas espectaculares. Pero, además, hay un sinfín de pequeños huecos y
bastantes entradas modestas (¿modestas o pretenciosas, un “quieroynopuedo”?)
sin tanta profundidad ni cámaras laterales y sin ornamento alguno o muy
sencillos. Decenas. Una colina entera agusanada (y nunca mejor dicho).
Vistas
las tumbas principales y atendidas las explicaciones correspondientes, curioseamos un buen rato las que son menos
relevantes; mi gente y yo saltamos de lado a lado como cabras mientras la gente
seria acompasa el prudente ritmo a las cuestas resbaladizas y arenosas.
-
Subamos hasta allí.
-
Vamos.
En
lo más alto, a donde no todo el mundo puede subir por cuestiones físicas y
probablemente reglamentarias – de hecho no estoy seguro de si no estaba
prohibido- la vistas son magníficas. Una amplia extensión de palmeras se
extiende alrededor en un primer círculo, pero en otras zonas hay casas de adobe
entreveradas, cercados, un cuartel y, poco a poco, el adobe (y el maldito
ladrillo blanco de hormigón, qué peste) gana la batalla al verde hasta que
hacia un lado vemos la ciudad. Más allá de ese círculo, el verde sigue en
algunas zonas hasta donde alcanza la vista, pero en otras, las más se ve agua, mucha
agua, y unos pequeños montículos planos y estratificados que parecen hojaldres.
No,. Mejor mantecados. El subconsciente me puede. Al tema: hago varias fotos
hasta que en un cercado que queda muy próximo a nosotros y que es el
aparcamiento de un cuartel, detengo la vista. Bueno, detengo el objetivo. Vehículos
militares. Manías.
-
Coño, un Pegaso. Y otro, y otro. Toda la fila. ¡Mira! ¿Ves esos camiones? Son
españoles.
-
Venga ya.
-
Que sí, que sí, que son Pegaso.
-
¿Qué son “pegasos”?
-
Una marca de camiones que se hacían en España. Ahora son Iveco. Joder si en uno
como esos he ido yo.
-
Venga ya, que no.
-
Que sí te digo. Mira, acércate con el objetivo y dime si en el radiador tiene
un caballo rodeado de un círculo.
-
No, en el radiador no, en un lado. Cómo mola. Es verdad.
- Manda
huevos, en alguno de esos he montado yo cuando hacía la mili.
- O
sea que son viejos de narices – añadió mi hijo con sorna.
-
Sí, lo son, cretino. Y yo también. Será imbécil la criatura. Bueno, y no os
perdáis el círculo de agua alrededor del palmeral, y el desierto más allá y…
¿lo veis?
Y,
sí, lo veían, pero tenían más ganas de subirse de nuevo al todoterreno y
traquetear un poco que de oír batallitas de la mili. Normal. Bajamos de la
colina y nos llevaron entonces a ver el oráculo de Amón, que era el motivo
principal de llegar hasta allí. Un breve trayecto correctamente bacheado nos
desguarnilla un tanto la espalda a modo de aviso para el día siguiente.
Media
hora después estamos subiendo una nueva colina a las afueras de Siwa, en una
zona llamada Aghurmi. Arriba, lo que fue el oráculo de Amón. Allí nos explican
detalladamente la importancia de que Alejandro Magno se sometiera a este
oráculo, lo que le confirió la legitimidad para ser considerado faraón, eso a
pesar de (o precisamente basada en) un presunto error de interpretación
alrededor del la palabra griega “Paidós” cuyo detalle no recuerdo pero sé a
quién preguntar – y lo haré-. Eso fue en el 331 a.C., pero así como este
oráculo era ya famoso en época de Heródoto, griegos y romanos lo hicieron más
aún. El edificio, cuadrado y muy deteriorado, es aún imponente, como lo son las
salas y debió serlo mucho la escalera por la que debían ascender solemnemente
los consultantes hacia el oráculo en lo alto. La liturgia es lo que tiene, su
teatro. La Pitia, la primera vedette.
Decía
al principio lo de amónico, porque parece ser que el término amoniaco y sus
derivados vienen de los destilados obtenidas a partir de las cuernas de los
carneros sacrificados a Amón. Ese líquido, de fuerte olor, parece ser que impregnaba
este y otros sitios parecidos, le daba un aire -¿captan el sutil juego de
palabras?- místico y además era útil contra las miasmas. Supongo que eso si la
pituitaria sobrevivía. Debían salir emocionados de la presencia divina, con los
ojos llorosos y la garganta reseca. Qué espiritual todo. También como
consecuencia de esta visita de Alejandro al oráculo de Amón en Siwa, se le
representa con dos cuernos de carnero.
Lo
cierto es que es un edificio en ruinas, cuya importancia fue decayendo como en
tantos otros casos, hasta quedar olvidado. Por cierto que este oráculo tenía al
parecer vínculos con los de Dodona y Delfos, pero esos ya los veremos en su
momento.
El
día termina con una visita obligada al baño de Cleopatra, maravillosa piscina –
alberca dirían algunos acertadamente- en el sentido clásico de la palabra, de
aguas de un verde transparente maravilloso. En ella, mis chicas se remangaron
los pantalones para no ser menos que la nariguda esa y remojarse en aquel agua
preciosa. Eso sí, no sin concitar un nutrido grupo de ojeadores atentos sin
duda a la belleza del fondo y los matices del agua. Y por último, una puesta de
sol en el agua del oasis, a las afueras de la población, a donde hay que ir con
tiempo si quieres estar bien situado. ¿Por qué seremos tan cerriles, con la de
oasis que hay que todos tuviéramos que estar en el mismo sitio? Lo cierto es
que no había escapatoria, porque aquello era una isla o algo así, de tal manera
que llegados a la playa que daba al oeste, no había alternativas excepto
meterte un poco dentro del agua o saltar sobre los troncos caídos.
Aceptado
el sitio, te concentras en los colores, y entonces lo entiendes todo: el cobre
se come al azul sobre una base negra mientras el disco naranja desaparece. No hay palabras, hay que verlo. Como para
perdérselo.