viernes, 19 de enero de 2024

CAPITOLE, EN TOULOUSE: TANGO Y PRINCIPITO


Toulouse no es uno de los grandes destinos turísticos que uno tiene en mente cuando viaja a Francia. Y, si se le tiene en cuenta, es más por la presencia de Airbus y el museo aeroespacial que por la ciudad vieja. Y, sin embargo, tiene una muy buena visita. Por motivos familiares la he repetido varias veces, lo que permite ese reposo del pasear sin rumbo. Deambular ajenos al itinerario prefigurado de las guías turísticas para el máximo aprovechamiento del tiempo disponible en vacaciones. Deriva urbana lo llaman los arquitectos. A ver si no es bonita la expresión.

Por mucho que derivemos urbanamente, es difícil que un paseo por el centro de Toulouse no pase forzosamente por Capitole, la plaza central. Rosa toda ella por el ladrillo y el enfoscado característico, que da el apodo de Ciudad Rosa. Y muy viva. Una larga fila de estupendas terrazas (el Florida, mi favorito), restaurantes excelentes (Le Bibent, maravilla), la visita al Ayuntamiento, los murales del soportal con la historia de la ciudad (incluido uno dedicado al exilio español, tan relevante aquí; la sede en el exilio del PSOE está en la cercana Rue de Taur), los helados de Amorino, la iluminación nocturna… muchos atractivos coinciden allí. Pero hay dos que me son especialmente gratos. 

El primero son los grupos de tangueros que se reúnen los fines de semana por la tarde y bailan muy seriamente por lo general. La tradición, que puede sonar extraña, es fácil de explicar si se tiene en cuenta que Gardel, Don Carlos Gardel, nació allí.  Cerca del Jardin japonés, en el número 4 de la Rue Canon D’Arcole, para ser exactos.

Los bailarines agrupan sus ropas y pertenencias en el centro, junto al equipo de música con altavoz, o en un pretil lateral. Ellas, algunas, llevan las largas faldas rajadas y los taconazos que la ortodoxia exige. Ellos por el contrario no suelen ser tan formales como sus contrapartes argentinos de la plaza Dorrego y tantos otros rincones de Buenos Aires. Esa dejadez tan francesa en el atuendo. Y aunque la estampa pierde caché por la parte masculina, es precioso ver a las parejas danzar cuando cae el sol y la iluminación de la plaza les confiere el aire entre místico y canalla propio del tango canónico. Puedo permanecer embobado contemplando sus movimientos un buen rato. No saber bailar solo me duele cuando veo a una mujer “tangueando altanera”. 





La otra singularidad que me resulta muy atractiva de Capitole está casi fuera del recinto. Y es menos vistosa. En una de las esquinas del rectángulo, la plaza no cierra por completo y hay un extraño chaflán que es la fachada de un hotel. El Hotel Grand Balcon, donde se alojaban los pilotos de la mítica línea Aeropóstale, que unía Toulouse nada menos que con Dakar, entonces colonia francesa. Con muchas escalas, entre otros lugares, en Barcelona y Alicante. Según creo, esta vinculación con la historia de la aviación es la base de que Airbus tenga aquí sede. El caso es que entre esos pilotos estaba Antoine de Saint-Exúpery.  El principito, uno de esos libros de culto que a mí se atragantó desde el principi(t)o. Saint-Exúpery tiene a su alrededor toda una aura misteriosa que sí me agrada, incluyendo su vida pionera y su trágica desaparición sobre el Mediterráneo en vuelo de combate durante la Segunda Guerra Mundial. El hotel -modernista y muy cuidado- ofrece una habitación, la número 32, que es la que él siempre ocupaba en sus descansos, amueblada de época y hasta asequible. Y cierro el círculo, porque al escritor/piloto parece que le gustaba divertirse, entre otras cosas, bailando tango. 






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