Madrugas lo suyo porque tienes una reunión que te llevará
todo el día. Pero quieres aprovechar que el azar, por medio de quien eligió tu hotel para
una reunión de trabajo, te hace dormir en la muy larga Avenue Daumesnil. Desde allí seguro que puedes dar un buen paseo, que no sería el primero (ver Paris la nuit para asociales). La avenida va desde
la Bastilla hasta en bosque de Vincennes. Y, hombre, la Bastilla la ha oído
nombrar todo el mundo, poco que aportar. El bosque de Vincennes ya no. Y está
en tu ruta hacia el trabajo. Lees lo que puedes y descubres que aquello no es un bosque, sino un
parque boscoso, y tiene un punto artificioso, como muchas cosas en París, cuya
planificación no deja mucho a la imaginación. Casi todo está pensado. Y bien
pensado, no obstante. Te resignas, no hay tiempo para todo: un castillo, una
zona olímpica de 1900, el zoo, con una roca que es un mirador estupendo según
parece; el templo budista que quedó como recuerdo de una Exposición colonial de
principios del XX; el lago y sus aves, sus paseos, las barcas de alquiler, los senderos
para caminar o pedalear… imposible. Le daremos un paseíllo de camino a la Maisons Alfort y
va que arde. Ah, pero… miras el mapa y a tu paso hay un pequeño cementerio:
Antiguo cementerio de Charenton.
Por alguna razón, que comprenderéis no puedo precisar
(algunas inexactitudes evitan largas explicaciones me dijo alguien querido), un
clic mental te lo hace familiar. ¿Charenton? Google al canto. Y ahí está: Sade.
Charenton es donde estuvo encerrado Sade sus últimos años, en un psiquiátrico o
asilo que era modélico en el XIX, imaginémoslo, y que ahora parece ser un
convento (a ver si no tiene gracia). Allí es donde celebró gran parte de los
excesos que le hicieron famoso y donde finalmente sufrió un atroz encierro
desprovisto de todo. Y si buscas más, resulta que en su cementerio fue
enterrado cristianamente en contra de su última voluntad. Interesante, sin
duda. Pues me viene de camino. Perfecto.
Así que, efectivamente, madrugas, bajas Daumesnil hasta el
Museo de la Historia de la Inmigración (joder qué oportuno en estos tiempos) y
entras en el bosque. Bueno, en el parque. Ni pensar en acercarse hasta el zoo y
todo lo demás. Bordeas el estanque y ves a los cisnes y los gansos que viven allí
en feliz compañía con cuervos y gaviotas, palomas y… ¿Dónde coño están los
gorriones? Ni uno. Bueno, sigues, pasas el desvío para ir a la islita, te
cruzas con algunos paseantes con y sin perro, ciclistas, corredores… pero es
temprano y no hay casi gente. Son las ocho. Estupendo. Un poco de bruma, nada
de frío; de hecho te desarropas un poco, hay mejor temperatura que en casa… un
paseo precioso. Está saliendo el sol. Al fondo, vislumbras por fin lo que, según tu navegador, que te
ha traído como un clavo, es el cementerio. Llevas ya más de media horita
andando y has entrado en calor. Te acercas y, efectivamente, la alta tapia del
cementerio se hace visible debajo de un talud desde el que haces una foto. Lo
rodeas excitado. La tumba de Sade no tendría inscripción según pudiste
informarte, pero esperas que esté señalada de alguna manera. No es un recinto
grande, como un campo de fútbol aproximadamente, pero no tienes tiempo para recorrerlo tumba
por tumba. Y la tapia parece hecha para evitar fugas. Por
fin, doblas la esquina que te faltaba y ves la única entrada, al final de un
camino corto que viene desde la calle que hay unos cien metros más adelante y
que significa volver al tráfico y a la gente, abandonando la feliz soledad.
Bueno, sí, pero antes…
Antes nada, amigo. Cerrado. Si es que pareces tonto. ¿Quién
coño va a venir a estas horas a ver este cementerio? Eso si es aquí, porque no hay ni
señal que lo indique o un horario, ya no lo recuerdo del cabreo. Ya sabes,
porque lo has leído antes, que el cuerpo fue exhumado y que el cráneo está en
un museo, y que, en resumen, poco debe haber allí, si hay algo. Pero hombre, estar en la puerta y quedarte con las ganas... Tratas de mirar
a través de la puerta pero de nada sirve. Miras el reloj y no hay nada que
hacer.
¿Qué quién va venir a ver la tumba de Sade a la salida del
sol? Hombre, clarísimo: un masoquista. Moi.
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