jueves, 21 de mayo de 2015

MONTE POPA. MONOS, ESCALONES Y VISTAS DE IMPRESIÓN

El monte Popa tiene dos atractivos: de cerca y de lejos.
De lejos es un visión única, con un promontorio de paredes verticales en cuya cima hay un complejo de santuarios que parece un pastel, con sus dorados y blancos destacando sobre el verde y marrón de las laderas. Se ve desde kilómetros a la redonda.

De lejos


De cerca, la sede de los 37 “nats” tiene otra cifra para intimidar: 777 escalones hasta la cima. Y las paredes que parecían verticales desde lejos, lo son. Debe haber otras dos, no menos intimidatorias, que son el número de monos y el de sus excrementos, pero, la verdad, no los conté ni lo he encontrado en ningún sitio.
De cerca

El monte Popa está a tres cuartos de hora de Pagán, del que ya hablaremos y uno de los trucos es acudir primero al monte opuesto, donde desde un restaurante espectacular, hay una vista del monte Popa y la llanura circundante que lo es más. El río Ayeyarwady (o Irawady) se ve desde aquí y se verá luego desde el propio monte. “Fluía el Irawaddy inmenso y ocre” dice Orwell. Alabado sea.
Los nats son espíritus, y el culto a ellos es anterior al budismo. Son espíritus locales y por eso hay decenas de santuarios dedicados a alguno de ellos. En el monte Popa se les ofrecían sacrificios de animales, hasta que el astuto rey Anawratha (uno de los tres grandes de la historia birmana, ver Nay Pyi Taw) los prohibió en su afán de instaurar el budismo. Pero, para lograr vencer la oposición popular, se valió de una argucia: había 36 nats, hasta que este monarca creó uno nuevo basado en la deidad hindú de Indra, y que sería el rey de todos ellos. Eso sería bien acogido. Ah amigo, pero como Indra rinde pleitesía a Buda, ya estaba hecho: el rey de los nats era vasallo de Buda. Todos contentos.



Atentos a las spaghetti blouses

Visto lo visto, sacrificar animales, y concretamente monos, debió ser una costumbre quizá cruel, pero práctica. Me explico. Llegas allí, te quizás los zapatos y empiezas a subir escalones de baldosas de aspecto baratucho,  de hecho parece un muestrario, porque cada tramo es de un color y acabado, eso cuando no hay parches chapuceros en medio del descansillo o medio escalón de cada color. Las escaleras están la mayoría desportilladas y pobladas de innumerables puestecillos de recuerdos en los primeros tramos, así como de gente que se ocupa en limpiar un escalón concreto para que tú no te manches los pies allí y le dejes una propina. Puede que piques al principio, y de hecho los escalones bajos parecen estar muy disputados, pero pronto ves que no puede ser. El guía te recomienda que no pises si no vas a dejar propina, pero entonces aquello se vuelve imposible. En fin, que pasas como puedes mientras miras hacia arriba y ves tramos de escaleras progresivamente más empinados y más largos. Allí empiezan los puestos de aguadores. Ni pensarlo.

Entonces aparecen ellos a su aire. Ya has visto algunos monos por abajo, pero en los tramos medios y altos, se te acercan, entre curiosos y chulos. Me paré a fotografiar uno y casi me tira la cámara el muy hideputa, que se me vino a toda velocidad encima y me largó un manotazo furioso.

Con la lengua fuera, los pies enmerdados pese a toda precaución y buena vista a la hora de evitar las cagadas de los animalitos (y cualquiera otra porquería, que abunda, juro), y achicharrado bajo el tejado de zinc que cubre todo el trayecto, llegas arriba por fin.

Un pastel. Un verdadero, inmenso y recargadísimo pastel, lleno de figuras doradas, azulejos y baldosas de mil colores, coronas, banderas, capillas pintadas en colores chillones, y una sucesión de pequeñas plataformas, escaleras, templetes y pagoditas (nada que ver con la de Shwedagon). Un sitio extraño y curioso, pero nada zen. No hay un centímetro cuadrado sin cubrir, utilizar, pintar o decorar. Horror vacui.
En los templetes, figuras alineadas de los nats. Y mucha hucha para dejar ofrendas, que a veces se prenden de la ropa de las figuras. Y puedes hasta ganarte un jacobeo birmano, ya que por una pequeña suma, obtienes un certificado de haber estado allí. Por algo más de dinero puedes hacer que pongan una placa con tu nombre y origen, así como la cantidad donada. Un cachondo había hecho poner una que rezaba: Vasco da Gama, Portugal, 20 $ . En fin. La verdad es que  no iba a dejar veinte euros para una que dijera Cabeza de Vaca o Francisco Javier, así que…






Las vistas son inabarcables, pero el tiempo se va y hay que bajar. La bajada tiene su riesgo. Las baldosas, antes simplemente sucias, se revelan ahora resbaladizas. Hay que agarrarse al sólido pasamanos y cansarse también los brazos en prevención de caídas. Los putos monos – maldito sea Anawratha- se te acercan, y ahora parecen saber que tus manos no son tan libres como al subir. Afortunadamente, logramos pasar sin más apuros y llegar abajo incólumes. Toallitas para limpiarse los pies –los guiris, ya se sabe…-, y visto el monte Popa.

A la salida, un monje, con su ropa granate, nos sonríe y nos saluda. El guía traduce: espera que nos haya gustado, pero algunos llevamos ropa roja o negra, y eso incomoda  los nats. Mal asunto.
A buenas horas. Llevo la maldición encima desde entonces, menos mal que pisé alguna mierda, que trae suerte, dicen. Por compensar.

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