Anoche volvió a abducirme Coppola con su Apocalypse now. “No hay nada como el
olor a napalm por las mañanas, hijo”, le dice el mayor sudista y surfista al
capitán que tiene el encargo de remontar el río en búsqueda de Marlon Brando
endiosado. Desde luego, como escribí en los túneles de Cu Chi, es increíble lo
que gastaron los americanos en aquella guerra. En gente, en medios, en horror.
El museo de Ciudad Ho Chi Minh, que yo siempre llamaré
Saigón, lo siento, se llamaba en origen “museo de los crímenes de guerra”. Los
crímenes americanos, claro. Si no recuerdo mal, incluso algo había algo allí
acerca de la guerra contra los franceses. La batalla de Dien Bien Phu es casi
tan famosa como la ofensiva del Tet. Hace poco ha muerto, ya muy mayor, el
mítico general Võ Nguyên Giáp, artífice de ambas y héroe nacional, claro.
Bueno, pero el museo
está dedicado a las acciones de los norteamericanos. La entrada es más bien
clásica, con carros (M41, M48) aviones (A5 Northrop, A47) y, sobretodo los
helicópteros que todos recordamos de las películas, muy especialmente la que ha
dado pie a este texto: los Huey y los gigantescos Chinook.
Están como para usarse, con los filtros, las trampillas,
todo est
á casi en orden de combate. Sólo falta
armarlos. Poned la cabalgata de las walkirias y estáis en ambiente. El olor a
napalm es más complicado de lograr.
Sin embargo, cuando entras, la parte lúdica o el interés por
los aparatos se resquebraja. Allí hay, desde luego, toda la parafernalia bélica
que los americanos llevaban a cuestas, desde expositores con todos los modelos
de granadas a los de ametralladoras, pero sobretodo, hay fotos. Hay fotos de
niños muertos destrozados; primeros planos. De mujeres y ancianos en las
cunetas. De hombres siendo ejecutados de un disparo a quemarropa en la sien o
lanzados desde helicópteros en vuelo. Hay fosas comunes de civiles junto a las
que un soldado fuma… Algunas fotos tienen en el pie el nombre del soldado
americano que lo hace, porque se reconoce el distintivo de la unidad y el
nombre. Terrible.
También hay una enorme sala dedicada al agente naranja. La
putas dioxinas, ya se sabe. El agente naranja se utilizó masivamente como
elemento defoliante para despejar las densas zonas boscosas, tan adecuadas para
que “Charlie” se escondiera. Claro, ya
de por si es mala cosa, pero es que los residuos produjeron gravísimas
deformaciones a los bebés nacidos de gestantes expuestas al agente naranja.
Incluso, al parecer, ha habido cierta persistencia, de forma que aún hoy hay
personas con deformidades derivadas del agente naranja nacidas años después de
la guerra. Es horroroso. Vi una persona en la calle, no es una película ni una
foto. Te los cruzas.
El olor a napalm le gustaría mucho al mayor de la película,
pero la única persona que me pidió dinero en todo el viaje fue un hombre con la
cara deformada por una quemadura brutal de quien el guía me explicó que estaba
causada por napalm. Considerando la edad, era perfectamente creíble. No hay
mendigos en Vietnam; culturalmente, no existe la mendicidad, debes procurarte
algo con lo que comer, no dedicarte a pedirlo. De hecho, según nos decían, los
únicos que recibían algún tipo de ayuda del estado como consecuencia de la guerra
eran las víctimas, precisamente, del agente naranja así como aquellas mujeres
cuyos hijos y maridos hubieran muerto en la contienda. No sé, como me lo
contaron lo cuento.
Imaginad lo que deben sentir los americanos que visiten esto
y vean, por casualidad, algo que les sea conocido. Y hay muchos, muchos
veteranos de guerra visitando Vietnam ahora. Allí ellos son los villanos, algo
a lo que no están acostumbrados a ver. Sus caras eran muy largas allí. Lo
hicieron muy mal. Y encima perdieron. No, no están hechos a eso. Lo cierto es
que, todo sea dicho, tampoco hay una sola mención a las represiones del otro
bando, cuando, por ejemplo, en la ofensiva del Tet, masacraron en Hue a los
oficios “proclives” a los occidentales: profesores, médicos, abogados,
universitarios… Como aquí durante la guerra civil eran por definición
sospechosos en uno u otro bando los maestros o los jueces.
Claro, el vencedor escribe la historia.
El público, aparte de los curiosos turistas, lo componen en
gran medida colegiales. Muy probablemente, sea visita obligada. Si no fuera por
la indudable carga doctrinal que deben llevar las charlas que les dan, a mi
juicio entrar en un sitio así es una magnífica ocasión para odiar la guerra.
Hay hasta un feto con malformaciones. Allí casi puedes tocar el desastre, no es
una historia fascinante en una pantalla. No es interactivo, es abrumador. Se
ven, sobretodo, los horrores de la guerra. El nombre del museo es correcto.
Al salir, miras los preciosos aparatos con otros ojos,
acusadores. Putos trastos.
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