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miércoles, 22 de marzo de 2017

BREVE HISTORIA DEL GANADO Y LA CARNE EN ARGENTINA

Para quienes viajan a Argentina, la carne es una de las cosas que formarán parte del itinerario con seguridad. Argentina suena, huele y sabe a carne tanto como a tangos, a Pampa, a gaucho o a Patagonia.

Y no es para menos. Según algunas estadísticas, el censo bovino argentino es actualmente de unos 40 millones de cabezas; una cifra similar a la que se estima ya hubo hacia finales del XVIII. Por comparar, y vamos a hacerlo para situarnos mejor, en España hay aproximadamente 6 millones de vacas. En ovino, la cosa está más equilibrada, 20 millones frente a unos 18. Las comparaciones se hacen, si no odiosas, sí brutalmente esclarecedoras cuando lo que se compara es el consumo per cápita: de carne vacuna, la proporción es de algo así como 10 a 1, con unos 60 Kg por persona y año frente a unos 6; en ovino y caprino es de 5 a 1, 10 Kg frente a unos 2; en carne de pollo, la proporción cae a “solo” 3 a 1 (46 Kg frente a 14); y únicamente en el consumo de cerdo ganan los carnívoros españoles, que se incrustan entre pecho y espalda unos 12 Kg por persona y año frente a unos 11 de los argentinos, en un empate nada virtual y sí muy carnal. Todo ello considerando que las sumas hacen del total unos 127 y 34 kilos de carne por persona y año. La OMS recomienda un consumo no superior a los 100 g por día, lo que elevaría la ingesta anual recomendada a unos 36,5 Kg. Estas recomendaciones son siempre discutibles, matizables, adaptables forzosamente a ciertos condicionantes económicos, sociales, culturales… lo que se quiera. Pero en Argentina se come muchísima carne. Es parte de la cultura argentina. Argentina sin asados no es Argentina.

Pero no fue siempre así. Las principales especies de ganado de abasto fueron introducidas por los españoles y pertenecen al reducido y selecto club de las especies de uso doméstico. Siguiendo a Diamond y a la FAO, de las aproximadamente 150 especies animales no carnívoras de más de 45 Kg solo unas 15 han sido domesticadas y de ellas, tan solo seis pueden encontrarse distribuidas a escala global: vacas, ovejas, cabras, cerdos, caballos y burros. A ello se suman otros de localización más restringida, como dromedarios, camellos, llamas, alpacas, renos, búfalos de agua y otros bóvidos asiáticos. Agréguense las aves, que no son más de diez especies de entre las más de 10000 existentes: gallina, pato, oca, ganso, pintada, avestruz, codorniz, pavo y alguna de menos distribución. De todas las especies domésticas principales, sólo dos camélidos, llama y alpaca, así como el cuy (el conejillo de indias) y el pavo son americanos.

Colón, en su segundo viaje de 1493 llevó consigo los primeros ejemplares de lo que sería la enormísima cabaña ganadera americana. En aquel, como en los sucesivos viajes iniciales, los animales más frecuentes fueron ovejas, cerdos y terneras, por razones obvias de espacio. Caballos y asnos, de uso militar y por tanto sujetos a un fiero control en su uso, permiso de salida y de cría, siguieron pronto. Según parece, las terneras y caballos eran más delicados frente a los avatares de la navegación. No pocos de ellos nunca llegaron a puerto. Y esa es una de las primeras incógnitas, ya que se consignaban los embarcados, pero no hay tanto control sobre los desembarcados finalmente ni sobre su supervivencia. Nos dicen los expertos que en todo caso, y ciñéndonos al ganado vacuno, las razas predominantes en el viaje lo eran también en las proximidades de la zona de embarque. Eso hace que se mencionen las razas de origen andaluz, portugués, extremeño incluso y, como aporte singular, la Palmeña canaria. Se habla por tanto del tronco ibérico, con las berrendas rojas y negras, overas, alentejanas, salineras, retintas, negras andaluzas y pocas más. De entre las ovejas, churras y merinas, parecen haber sido las más frecuentes, cosa nada sorprendente dada su abundancia relativa.

El primer destino fue siempre Santo Domingo – La Española-  y, eventualmente, otras islas caribeñas. De ahí, saltaron al continente, pero no con facilidades. Las autoridades de los puertos de llegada las consideraban, con razón, una gran riqueza, y los permisos para que el ganado viajara a otros puntos se otorgaban con cuentagotas. Incluso parecían necesarias autorizaciones reales, que supongo no se obtenían de un día para otro. Mención aparte, una vez más (y que merece todo un tratamiento propio) son las caballerías, elemento militar que acompañó a Pizarro y Cortés como es de todos sabido. El primer ganado que tocó continente lo hizo en Panamá y en Méjico. Desde el primer foco tuvo lugar la expansión hacia el sur. Del segundo parecen haberse derivado las famosísimas Longhorn tejanas, que no son otra cosa que el ganado criollo que se encontrará por todo el continente pero a las que Hollywood ha hecho singularmente conocidas.


Las rutas de expansión están bastante bien documentadas, ya que el ganado acompañó a numerosas expediciones y figura entre sus registros. Así, por resumir, de Panamá parece que el camino llevó a vacas y pastores hacia Santa María la Antigua en Colombia, a Lima y de ahí o bien por la ruta costera hacia al norte y centro de Chile o hacia Bolivia y Paraguay. Se mencionan tres partidas bien definidas: la de Núñez de Prado que llevó cabras, ovejas y vacas desde Potosí hasta Tucumán; la de Francisco de Aguirre desde Chile, que llegó hasta Santiago del Estero  con vacas y ovejas; y, finalmente la casi mítica de los hermanos Goes en 1555 con su famoso pastor Gaete, las siete vacas y el toro, desde Brasil. A esta última se acogen uruguayos y algunos argentinos como el indiscutible origen de su ganadería pero no parece ser sino una más de las muchas expediciones que llevaron consigo ganado. Porque hay que sumar a Garay, el fundador de Buenos Aires tras la intentona inicial y fracasada de Mendoza. Garay trajo ganado vacuno y ovino desde Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, hasta Santa Fe. Y además se encontró por el camino vacas asilvestradas y caballos cimarrones. Estos animales fueron hechos botín en lo posible, y tomados por los que liberó Irala tras el desastre del primer asentamiento de Mendoza en la zona de Parque Lezama en 1536. Hay que destacar que las misiones jesuíticas, en esta ruta, adquirieron cierta fama, entre otras cosas de mucha mayor relevancia (el arpa, la música, el trabajo organizado… sugiero leer esto con El pájaro campana como fondo musical), por la elaboración de quesos. Bueno, a lo nuestro. Termino esta breve lista de “importadores” pero falta mencionar al heroico Cabeza de Vaca. Además de un apellido muy adecuado, ya sabemos que este hombre cruzó desde Florida hasta California, con un soberbio par, pero además fue el primer afortunado europeo en conocer y dar a conocer la maravilla de las cataratas de Iguazú y, colateralmente, ya que iba de viaje, se trajo unas cuantas vacas desde Asunción. ¿Qué le costaba?


Dejemos a los conquistadores y volvamos al ganado, que es lo que nos importa. Las vacas, como los otros animales, multiplicaron muy bien. Lo cierto es que no se conoce el número exacto, pero las estimaciones hechas recientemente mediante estudios genéticos, estima en no más de 1000 animales bovinos el total de los arribados a América, de los cuales unos 150 habrían sido machos. El resto parece haber sido cosa del amor. La falta absoluta de control en los cruces y las diferentes razas originarias jugaron un papel hibridante muy beneficioso que dio como resultado una serie de variantes de lo que se denomina ganado criollo (mochos, ñatos, y otras denominaciones), cuyas pintas, capas y tipos son muy diversos. Antes de ir al aprovechamiento, solo una breve mención a las Malvinas, para que no haya quejas. Allí, el ganado vacuno fue de otro origen, francés inicialmente, atribuido nada menos que a la expedición del insigne Bouganville y luego, bondad graciosa, británico. Darwin hizo un apunte muy curioso, al indicar que la reproducción de las vacas en Malvinas era estupenda, no así la de los caballos, que no terminaban de adaptarse. Hombre de candidato a correr en Epsom a caer allí…. se te quitan las ganas, sin duda. 

El caso es que tenemos un panorama extraño en el que algunos grupos de indígenas se hacen absolutamente al caballo: desde los apaches, kiowas y otras tribus que conocemos por las películas, hasta los mapuches, tehuelches o araucanos, más de esta tierra. Y además, algunos de ellos, en particular los mapuches, acogieron al ganado ovino con gran facilidad. De las dos variantes descritas, las ovejas pampas (carne) y las criollas, estas últimas eran más laneras, y para una cultura conocedora de la llama, la lana era un bien apreciado y cuyo laboreo no tenía secretos. Esta situación cambió para la oveja a principios del XIX. La exportación de lana y la explotación de nuevas razas británicas importadas tras la independencia (Suffolk, Lincoln, pero también Merino) se convirtió en un gran negocio. Se habla de la “merinización” de la Patagonia, donde el clima es menos propicio para ciertos parásitos y facilita la cría. Según algunas fuentes, a mediados de siglo XIX, el 80% de la lana que se procesaba en Bélgica era argentina; el 50% de la tratada en Francia. Así, la cabaña ovina creció brutalmente, pasando de unos 40 millones en esas fechas iniciales hasta alcanzar la cifra récord de 75 millones hacia 1900. Fue la época de oro del ovino argentino, que se extendió hasta aproximadamente 1920. Porque poco a poco, la carne de vaca fue desplazando a la lana, pero hasta 1900, se exportó más producto ovino que bovino. 1900, año, por cierto en el que aparece en escena una de las barreras comerciales sanitarias clásicas: Fiebre Aftosa, por la que Reino Unido cerró el comercio de animales vivos y carne argentina temporalmente. 


Pero, ¿y las vacas? Pues no, las vacas no las quería nadie al principio. Según nos cuentan, desde mediados del XVI, cuando ya Garay habla de vacas asilvestradas hasta prácticamente principios del XIX la aproximación más exacta puede ser la de las grandes praderas norteamericanas plagadas de manadas de bisontes.  El ganado se reproducía y vivía sin más trabas que la de encontrar alimento y agua. Nadie les prestaba atención de tan abundantes. La razón es meramente tecnológica: no había cómo conservar tanta carne. Desde mediados del XVII hasta casi finales del XVIII, lo único que tenía valor comercial en las vacas era el cuero. Y la carne que se consumía era… ¡la lengua! Deliciosa, por cierto. Es la época de los accioneros y las vaquerías, en las que grupos de aguerridos caballistas acompañados de perros y dotados con un instrumento cuyo nombre es siniestro, el desjarretador, atacaban a los rebaños silvestres. La imagen, a mi modo de ver, es de nuevo, la de Bailando con lobos, cuando se mata a cientos de animales solo por la piel y se abandonan los cadáveres en medio de la pradera ante la mirada atónita de los indios. Pues aquí debió ser algo muy parecido. La documentación habla de decenas de miles de cueros exportados al año, principalmente a Gran Bretaña. Luego entramos al comercio entre Argentina y Gran Bretaña.

Alrededor de 1800 surge algo que se mantiene hasta hoy en día: las estancias. Las grandes haciendas ganaderas. Y surgen basadas en dos avances (llamémoslos así): la salazón y el alambrado. El valor creciente de los cueros, pero, sobre todo, la posibilidad de conservar la carne mediante salazón, y evitar así el enorme desperdicio, condujo a la creación de la industria ganadera argentina como tal. Las vacas cobraron un gran valor y había que acotar de quién era el ganado. La rascadera (un palo muy alto clavado para que las vacas pudieran frotarse contra él), el aporte de sal que tanto les gusta y el uso de esta como conservante determinaron un cambio en el paisaje pampero y patagónico. Parece haber habido llamadas de los grandes prohombres (Rosas, Dorrego…) para promover que se alambrase todo lo que se pudiera. Eso junto con la Campaña del Desierto y la liquidación de indígenas puso en marcha el “negocio de verdad”. Los británicos pusieron mucho empeño en esta incipiente industria, convirtiendo a Argentina en su granja. El tasajo argentino parece haber sido famoso entre los marineros británicos, que lo llamaban “ébano”, tanto por su color como por su textura. De hecho, se referían al ganado criollo despectivamente como “pellejo, tripas y huesos”. Claro, las razas originarias, así como los propios criollos, son animales duros, resistentes a climas ingratos, a parásitos y enfermedades infecciosas, al calor y a la sequía, pero eso hacía que su nivel de engrasamiento fuera muy escaso. Para remediarlo, y junto con las nuevas tecnologías de congelación/refrigeración y las conservas, se introdujeron razas británicas más grasas y por tanto mejores para conservar por estos métodos. Son las Angus, Shorthorn, Hereford (la otra de las películas del Oeste) o Aberdeen. Incluso Frisonas (y, ya en pleno siglo XX, las Brahma, pero eso es otra historia). Los soldados británicos de la guerra de los Boers comerían vaca argentina, y sus correajes, como sus botas, también lo eran. 


Estas carnes más grasas son más difíciles de conservar mediante la sal, así que la pareja de baile necesaria era una técnica que fuera compatible. Y había dos. En 1795 Appert ganó un concurso para proveer a los ejércitos napoleónicos de alimento no perecedero. Hacía su aparición la conserva. En 1810 Durand aporta el envase metálico. La combinación perfecta: lata y carne. Hay una anécdota curiosa acerca de este avance: la lata aparece 40 años antes que el abrelatas. ¿Es que eran tontos? No, es que a nadie se le había ocurrido el reborde saliente de la tapa. Hasta cerca de 1850, las latas se abrían a golpe de bayoneta o hasta de un disparo. Los ejércitos napoleónicos, como el británico, hicieron muy buen uso, y masivo, de esta nueva técnica milagrosa y utilísima. Perry, en su expedición al Polo Norte de 1824, dejó tras de sí latas que fueron abiertas en 1938 y eran aún comestibles. Gracias, yo ya he cenado. 
Pero tenían sus problemas: el baño térmico a 100 grados, el baño María, era válido para ciertos alimentos, pero Bacillus o Clostridium, bacterias muy resistentes, no se eliminaban con esta tecnología tan básica. Clostridium botulinum causa el botulismo que es una enfermedad mortal asociada a sus toxinas presentes en conservas no esterilizadas correctamente (y que ahora se inyectan, el Botox, qué cosas). Fueron necesarios los maestros conserveros, los autoclaves (hacia 1870) o el cloruro de calcio en baño abierto, y la estandarización de los tiempos, temperaturas y presiones lo que conllevó un desarrollo que duró años. Y hacía falta la industria paralela de la hojalata y de los autoclaves industriales.

Para entonces, entre 1850 y 1870 surgió otra alternativa: el frío. Tellier y Carré-Julien desarrollaron técnicas distintas para lograr frío a escala industrial y de forma mantenida. Dos barcos famosos, uno de nombre inequívoco, Le Frigorifique y el Paraguay, realizaron las primeras travesías con carne refrigerada y congelada. La refrigeración no servía para un viaje tan largo, así que pronto se optó por la congelación. Se menciona un banquete con la carne transportada de un lado al otro del Atlántico para agasajar a potenciales inversores y en fin, a gente importante. Fiasco, la carne no estaba buena. Enormes instalaciones con nombres como La Blanca, La Negra, la Plata, La Elisa, procesaban el ganado y lo embarcaban. Hasta se edificó una gigantesca aduana en Buenos Aires para facilitar el embarque: la aduana Taylor, cuyo nombre ya da idea de quién tenía más interés y capacidad en que hubiera facilidades. Gran negocio, grandes fortunas. Gran abuso: una vez más, la flota de barcos que transportaba esta valiosa carne, no era argentina, sino británica, en dura pugna con norteamericanos. Swift, Armour y otras empresas similares regulaban el transporte y por tanto el precio. Evadían impuestos… la historia de siempre. Aún hoy los argentinos te muestran, entre indignados, resignados o hasta incluso orgullosos, latas de marca británica, que reza Made in England pero en cuyo interior la carne es argentina. ¡Y la venden en Argentina! En fin.
Quiero mencionar otra anécdota: los curiosos viajes de matarifes a Argentina para garantizar carne Halal o Kosher (no, no viajan juntos) o de ganado transportado vivo hasta países musulmanes con igual objetivo.

Y, por último, algunas cifras imprevistas. Argentina ya no está ni en el Top Ten de los países exportadores de carne. Suena extraño ya que, como comencé, Argentina suena a carne. Pero menos que ayer. Desde 1900 hasta 1970 la producción creció por encima del 10% anual y desde entonces hasta 2000, al 7%. Siempre en ese periodo estuvo entre las cinco primeras potencias exportadores: en 1960, Argentina exportaba el 7% de la carne a escala global. Pero desde 2010 se ha dado la primera bajada de producción en la historia, y sus exportaciones han disminuido un 36% entre 2007 y 2015. Se dice pronto. 
La soja (largo asunto para explicar pero crucial en este desastre), la competencia (Uruguay, Nueva Zelanda, India, Canadá), el cambio de la moneda, el cambio de sistema productivo (los cebaderos), las decisiones comerciales del gobierno… Hay opiniones y datos, pero lo cierto es que la carne argentina tiene un panorama muy distinto hoy al de hace sólo unos años. Esperemos que cambie la tendencia. Y que lo celebremos con un asado. In situ mejor.


Charlita ofrecida a mis compañeros de viaje cerca de Comodoro Rivadavia, anocheciendo.

viernes, 12 de febrero de 2016

BREVE APOSTILLA A “VACAS NO TAN SAGRADAS”

Después de dos años, vuelta a la India. Y habrá más, seguro.
Y esta vez recibí de nuestro querido guía Kumar alguna noción más acerca de las vacas y su reverenciada existencia. Para no ser tan sagradas (ver aquí) son una niñas mimadas de narices.
Nos contaba, entre otras anécdotas, la dispar manera en que los indios quieren congraciarse con ellas. En el campo, no es raro toparse con vacas engalanadas. No solo para las fiestas (Ponggar, Duwali y otras), pero especialmente en ellas. Es muy llamativo ver los cuernos pintados de colores (rojo, azul) o a ellas con collares de cuentas o con marcas en la piel (círculos, puntos a modo de pecas, cuando no teñidas casi del todo a base de cúrcuma o de otros colores). Y parece ser que también se les da de comer un menú festivo. Bueno, ellas y ellos, porque los bueyes y toros también llevan su aderezo, y si hacen de tiro para alguna carroza, no desentonan en absoluto.

Bueno sí, son búfalos, pero muy pintones

En la ciudad, por el contrario, la cosa es más pragmática pero no menos delicada y dedicada. Nos cuentan, por ejemplo, de gente que se ocupa en darles de comer antes de irse a la oficina, de manera que les dejan un cuenco con comida a la puerta. Esto es lo menos frecuente por lo que yo entendí, pero no lo es otro modo que consiste en, sencillamente, dejar un balde con la basura orgánica a la puerta. Ellas se lo comerán. Si lo pensamos seria y reflexivamente, es, una vez más, de una eficiencia asombrosa. Eso sí que es aprovechamiento de recursos, producción sostenible y reducción de residuos. Para un sanitario… hombre, algo habría que decir en contra, pero esto no es un texto profesional (monos, ratas, moscas…), dejadme divagar y ensoñar. Se evitan residuos orgánicos en la ciudad (o en los pueblos, que allí también se hace) y lo que originan: olores, insectos, necesidad de recogerlos (camiones, que consumen, contaminan y ocupan espacio en las congestionadas calles) y de tratarlos (plantas de procesado, segregación y selección, vertederos, personal, energía…) y se evitan contaminaciones bióticas de cursos de agua, superficial o subterránea. Claro que es una visión bucólica y que no aguanta un análisis profundo desde el punto de vista de funcionamiento y salubridad de una gran ciudad, pero, ¿a que tiene su fundamento? Y, de hecho, funciona. Lo hacen, y evitan así desperdiciar una fuente de alimento –gratuita en todos los sentidos- para sus vacas. Discutible, sí, pero resiste no poco la discusión. Parece ser que no todo son desechos a la hora de satisfacerlas: la primera porción de pan que se hornea en casa les es ofrecida a las vacas igualmente.


Y aún otras dos cuestiones bovinas más. ¡Ay del hindú al que se le muera la vaca! El pobre que cometa el sacrilegio de que se le muera una vaca atada en su casa debe hacer penitencia. Una versión apunta a la obligación de ir al Ganges con la soga culpable al cuello y así purificarse. Otra opción parece ser peregrinar a alguna de las muchas ciudades sagradas para obtener la redención. Y el regreso: que da otras dos posibilidades, o bien la obligación de guardar la p… cuerda como signo de contrición; o bien la otra, más lúdica, que es dar de comer a los sacerdotes de su templo. Téngase en cuenta que según parece (La india por dentro, de Álvaro de Enterría, excelente) algunos sacerdotes “residentes” son tenidos por triperos y avariciosos. Vamos que darles de comer puede ser una ruina. Rajiv, ojo con la vaca, que lleva cuatro partos; te estoy avisando.

Tal vez por eso, a las viejas les solían dar libertad, mejor eso que penitenciar. Y de ahí también probablemente los refugios para ellas, algo ya en declive. Mejor aún, hoy en día, venderla a alguien sin tanta consideración al animal y, una vez mimada, sacarle un último rendimiento a la abuela en forma de dinero.



Y la última por ahora. Las vacas que no se recogen van a dormir en grupo a la mediana de las carreteras, alrededor de los semáforos o en medio de las rotondas. Y preferentemente en el centro de las poblaciones. Es matemático, y muy notorio como puede deducirse. ¿Y por qué?



Pues nos dan algunas razones que parecen por lo menos plausibles. Una es que en los pueblos están más cómodas en época de monzones ya que se aseguran una cama menos encharcada. Luego aunque no llueva vuelven ahí por costumbre. Esa es la que menos me convence.
Otra muy evidente es la mencionada antes: el acceso a la comida generada en los desperdicios de mercados y viviendas.

La que más me gusta y es más fácil de defender es la de la seguridad que les reporta. Allí están a salvo de animales que puedan agredirlas, a diferencia de si durmieran en el campo o simplemente a las afueras. Recordemos que la India tiene un sinfín de perros asilvestrados (en India tienen lugar la mayoría de las muertes por rabia que se dan en el mundo) y fauna peligrosa como para pasar la noche al raso (chacales en algunas zonas, serpientes…). El tráfico y la gente les dan protección. Y aún hay otra más curiosa y digna de estudio. El tráfico les aporta un extra de protección mediante los humos, esta vez frente a insectos y ciertos parásitos externos (garrapatas, mosquitos, moscas, tábanos…) a los que aparentemente los gases repelen. Muy creíble. Repito que esta idea no es descabellada. Qué verbo tan adecuado para hablar de vacas.






sábado, 15 de febrero de 2014

VACAS NO TAN SAGRADAS

Bonito toro
Nos dice Marvin Harris en sus dos obras más conocidas (Vacas, cerdos, brujas y guerras; Bueno para comer) sus argumentos que justifican por qué las vacas se convirtieron en un tabú alimentario en la India. En sus libros se ocupa de más cosas, como porcofobia y porcofilia, hipofagia…, es apasionante, pero son las vacas indias lo que me interesa ahora.
Por resumir, según este autor los tabúes alimentarios tienen un origen práctico. Las vacas fueron sagradas después de ser útiles y por tanto, merecedoras de ser respetadas y conservadas. Para Harris, en un contexto rural y de economía de subsistencia, la vaca es más valiosa viva que transformada en carne. Hay tres grandes hechos que sustentan esta afirmación. Primero, la vaca proporciona terneros, que después se convierten, si así se quiere, en bueyes, es decir, en fuerza tractora para arar los campos, sean estos de secano para cereal como inundados para arroz, si bien en esa tarea el búfalo de agua es más eficiente. Nada que ver con la actual irrupción del tractor. Por las carreteras secundarias de la India ya se ven bastantes tractores –engalanados como para una boda- y motoazadas, pero también hay muchas yuntas de bueyes tirando aún de arados o de carretas. Así pues, un ternero vigoroso sigue siendo una buena cosa. Aunque no lo uses tú, siempre puede venderse a quien sí lo precise, así que la vieja y escuálida vaca sigue dando riqueza. Obviamente, este es un uso abocado a la desparición, pero en las áreas atrasadas de la India rural, por donde he podido verlos funcionar, los bueyes aún abundan relativamente, por lo que asumo que el valor de un ternero sigue siendo considerable. Más considerando que, en definitiva, aunque no se emplee para tirar, siempre será carne cuando menos. Solo carne, no como su madre, pero carne que puede venderse al fin, ya que los hindúes raramente lo comerán. O sí, veremos.
Los búfalos también tienen dueño

En segundo lugar, la vaca da leche. Y la da gratis. No es una perogrullada, es su principal valor alimenticio en el escenario al que nos referimos. Ni por asomo pueden las vacas indias competir con nuestras máquinas metabólicas, las VAP (Vacas de Alta Producción). Una vaca de alta producción puede dar, en una lactación normalizada (305 días) unos 15000 kilos de leche. Las hay de más de 20000. Por debajo de 10000 no son rentables –tragedia en ciernes, el matadero llama- en la ganadería industrializada que nosotros conocemos. Nada que ver: la humilde vaca india que vaga suelta apenas si da unos 5 a 7 kilos al día, a distancia astronómica de las cifras de 50 o más de sus primas occidentales. Pero la presunta ventaja de estas sobre aquellas no lo es tanto en realidad. La alimentación de las VAP es una ciencia en sí misma; exige un equilibrio exquisito entre nutrientes, de forma que no haya excesos ni defectos de ninguno de sus componentes – y las proporciones varían según la fase de lactación-, ya que de otra forma, el delicado entramado se viene abajo, la vaca enferma y, como mínimo, produce por debajo de lo esperado. Y eso es intolerable: la ración es muy cara como para que dé poca leche. Tiene que rendir o gastamos más en alimentarla de lo que vale su producto. En realidad, yendo todo bien, el coste de alimentar a las vacas es el principal en la producción de leche. Y es alto, tanto que a veces casi ni compensa. Preguntadle a los ganaderos del sector. Así somos.

Saliendo de misa?
En cambio, la vagabunda vaca india se alimenta de lo que encuentra a su paso. Es un portento en el aprovechamiento de todo lo que no vale para ninguna otra cosa. No estuve atento para fotografiarla y acompañar a este texto, pero vi una vaca dándose una hartada de periódicos viejos. Sólo había visto esto en cabras. Una vaca come cosas que en absoluto pueden servir para alimentar otros animales excepto los pequeños rumiantes (que carecen de otras virtudes de la vaca que les excluye del excelente trato que la vaca recibe: no pueden tirar de carros o arados y sus deposiciones son difíciles de recolectar y aprovechar…). Puede verse a las vacas alrededor de algunos puestos de frutas y verduras a la espera de los cortes y desperdicios que desde allí se arrojan, igual que los perros aguardan pacientes junto a las carnicerías donde se puede obtener un bocado de la canal que están despiezando. Las hojas de la caña de azúcar, así como la fibra que queda tras extruirla y lograr el apreciado bebedizo tan popular, la fruta podrida, las hojas de zanahorias y otras muchas hortalizas, el centro de las piñas de plátanos y sus cáscaras… la lista de desechos aprovechables para ellas es interminable.
A ver si pillo algo, si no se me adelanta el lechón este...
Por eso, las vacas, aparentemente sin dueño – recalco que sólo aparentemente- campan por sus respetos por medio de ciudades y pueblos a la búsqueda de una oportunidad; especialmente, en los alrededores o dentro de los mercados. También pude ver a una que enganchó al descuido una piña de plátanos y trató de aprovecharla tan rápido pudo, ya que el frutero la vio y salió rápidamente a recobrar su mercancía. A la entrada de muchos templos y de los hoteles hay barreras canadienses para evitar que entren. Otros templos son más acogedores y ellas también pueden pasar; en algunos tienen establos en el sancta sanctorum, como en el de Kapaleeswarar, en Chennai. En fin, que las vacas indias “se buscan la vida” y no piden. Por tanto, la leche que den es a cambio de nada, es gratis.

Porque además, son enormemente eficientes en la conversión de materia vegetal fibrosa en proteína. En eso, cualquier rumiante es muy eficiente. En todo caso, no requieren prácticamente ayuda. Por el contrario, se estima que tres cuartas partes de la producción de cereales en el mundo se destina a alimentar al ganado. De ese ganado tan costosamente alimentado se obtienen altos rendimientos, pero la rentabilidad no puede ser la misma. Estoy seguro de que desde un punto de vista de análisis coste beneficio, la vaca india gana. Su virtud no es producir mucho, es producir barato. Eso sí que es rentabilidad. Y sostenibilidad, también. Me pregunto cuál de los dos modelos vencerá finalmente.

Procesión
El fuego y la "leña"
Un último aprovechamiento es el de sus deposiciones. Pueden verse superficies no despreciables de bostas de vaca convenientemente aplastadas y puestas al sol para que se sequen. Luego, esas tortas serán empleadas como combustible para las cocinas y estufas, de forma que proporcionan calor necesario para cocinar y calentarse. Otro regalo que nos hacen las vacas: energía gratuita. Evidentemente, no cubre las necesidades que pueden tener nuestros hogares cubiertos de aparatos, pero sí desde luego, la humilde cocina o la pequeña chimenea de una familia rural india. Y, una vez más, sin gasto para ellos. Y sus boñigas tienen por supuesto un uso que sí hacemos nosotros, y que es el de fertilizante. El empleo como abono del estiércol de vaca no precisa explicación, pero en ese sentido, en lo que he visto desde mi ventanilla al paso por los pueblecitos se usa relativamente poco, o bien es que yo no he pasado en la época en que se esparce allí. Lo cierto es que no he podido ver ningún estercolero en los pueblos, como sí he visto las pilas de bostas listas para usarse en el fuego o los patios cubiertos con ellas para secarlas. No sabría decir qué porcentaje se emplea en uno u otro uso, pero ambos son válidos y, una vez más, tan rentables como sostenibles.

Moda masculina
Termino este panegírico de las virtudes de las vacas indias con una línea acerca de los cebúes, la raza predominante, que lo es por algo. Primero y principal, porque es la original, pero veréis por allí más y más “frisonas-like”, es decir, vacas con pretensiones lecheras en lugar del honrado cebú de jorobilla y cuernazos. Bueno, las tendencias cambian y es evidente que aquellas tienen una aptitud –no, no actitud- lechera más marcada, es decir que producen más leche por individuo. Pero también es cierto que los cebúes son más corpulentos y por tanto más válidos para producir animales de tiro y, sobretodo, están más adaptados a las exigentes condiciones de vida de una vaca india: sequías, inundaciones, escasa comida, escaso nivel sanitario (infecciones, parásitos…), etc. El cebú es una raza resistente, sufrida y dura. Hay un término que se llama rusticidad y que refleja la capacidad de adaptación a la vida en el campo de los animales domésticos. La frisona, sacada de su burbuja de excelente pienso y cuidados, cae en la vulgaridad y en la escasa producción, cuando no en enfermedades que el cebú resiste mejor. Pobres. Menos mal que a unos y otros los engalanan a veces como a estrellas, pintándoles los cuernos de rojo o azul y hasta poniéndoles collares y espumillones en la cuerna. Y si coincidís como nosotros con la fiesta de Ponggal, las veréis de un color amarillo subido, teñidas con cúrcuma, de manera que las frisonas parecen radiactivas. Tuve también la suerte de pasar -de largo, no tuve toda la suerte- ante un mercado de ganado y ver a los animales enjaezados como para la feria de Abril, pero sin ser caballos, eran cabras, ovejas y sobretodo, vacas. Las cuidan, no hay duda. Espectacular.

Tractores, carros, vacas, templos...
Ellos no van a la gasolinera
Bien, hasta aquí Harris revisado y corregido a mi manera, pero hay algo más que leí para viajar a la India y que lo cambia todo. La industria ganadera india crece y crece ante la demanda de su población. Y eso afecta a las vacas también. Ya he dado varias pinceladas al respecto pero quiero señalar un par de circunstancias especialmente llamativas y que marcan la tendencia que sin duda va a seguir la vaca en la India. Una compañera de viaje espetó la siguiente pregunta ante una recua de vacas que deambulaban por el arcén y que nos hicieron dar un volantazo: “Pero, ¿estas vacas son así o tienen dueño?” Sí, claro que tienen dueño, las recogen a la tarde y se las llevan a ordeñar. De hecho, pude ver no pocas lecherías a las que acudían motocarros con cántaras de leche (sin refrigerar, alguna hasta sin cerrar del todo, derramando… en fin…). Es decir que la leche no es para autoconsumo, sino que se vende. Hay demanda creciente. Y es todo beneficio, recordemos. Claro que el dueño se ocupa de sus animales, pero para recoger su fruto a la caída del sol.

Despacio pero por la izquierda
Pasando de largo
Y, por último, el gran tabú que ya no lo es tanto. Hay carne de vacuno a la venta. Los hindúes pueden no sacrificar, ni tan siquiera comer la carne de sus vacas, pero hay circunstancias especiales que cambian este concepto de no consumo. La primera es que, al parecer, la gente de más baja situación social, con independencia de su religión, son los únicos que se ocupan en faenar el cuero, considerado también impuro por proceder de la vaca. Es una de las razones por la que en los templos no te dejan entrar con los zapatos, respetuosamente quitados, en la mano. Son de cuero: eso es inadmisible en un lugar sagrado, no basta con no llevarlos puestos, son “los zapatos” los que no pueden entrar. Bien, pues quienes faenan el cuero lo hacen tras haber sacrificado a su propietario, y parece ser que algo más que el cuero pasa por sus manos y a sus estómagos. Pero esto es anecdótico, según parece: lo verdaderamente importante en términos cuantitativos es que la vaca vieja es vendida antes de que se muera. Y el ternero, que no tirará de ningún yugo, también. Y se venden, por lo general, a musulmanes o cristianos, quienes no tienen reparos en sacrificarlos para comer. Tanto es así, que una vasta red de mataderos existe ya, tan vasta que India es desde hace unos meses la principal exportadora mundial de carne de vacuno. Increíble, ¿no? Sus principales clientes son los países árabes, a los que se garantiza una carne sacrificada bajo el rito halal y por tanto perfectamente válida para ellos. Añádase que en esa partida se incluyen también las carnes de los búfalos de agua, que no tienen la misma consideración respetuosa que las vacas (Harris da algunas razones para ello, consúltese, no quiero alargarme más). Es decir, que el país de las vacas sagradas es el que exporta más carne de vaca. Paradójico, casi triste ¿no? ¿Dónde quedó la mística?


En fin, para acabar, me gusta pensar en la vaca india con respeto. Es fea y famélica, se mete por todas partes, genera no pocos frenazos y, como te descuides, te empuja para hacerse paso. Verídico. Pero es una industria sostenible de maquinaria, petroquímica (abono y combustible), alimentaria (leche y a las malas, carne), e incluso, y es lo principal, una compañía de seguros: cuando todo vuelve a la normalidad tras una carestía, sequía, mala cosecha…, la recuperación será mejor gracias a la vaca, que volverá a dar leche y terneros, cosa que no haría si nos la hemos comido. Y mientras, da su otro producto, no lo olvidemos.
VER TAMBIÉN "BREVE APOSTILLA A VACAS NO TAN SAGRADAS"

¿Qué hace una chica como tú en un sitio como este?


Una vaca puntual(izada).
El sustituto con los arados. Lineas puras, sencillez...


Sí tienen dueño, sí.
Tomando el sol en la playa. El Templo de la Orilla al fondo






El ternero radiactivo