La actual Tel el Farama, es una ciudad anodina situada muy cerca del canal
de Suez, que le da vida pero no belleza. El norte de la península del Sinaí es
una zona deprimida y áspera, nada atractiva para el turista.
Sin embargo, en la antigüedad esta ciudad fue un importantísimo núcleo comercial
y de comunicaciones, intersección de rutas terrestres y marítimas que enlazaban
Egipto con Siria y con la costa oriental mediterránea. De entre sus varios
nombres, el que más conocemos es el de Pelusio, Pelusium (latín) o Pelousion
(griego), del que nos dicen que significa casi literalmente “la cenagosa”, ya
que en tiempos históricos era el punto final de uno de los tres brazos
principales del Nilo, generando una zona pantanosa y llena de lodos excelentes
para la agricultura.
La visita de la antigua ciudad no es gran cosa, ya que las excavaciones no ofrecen atractivos
comparables a otros lugares del norte de Egipto. Apenas los restos de un teatro
romano y una gran área de muretes bajos que perfilan lo que fue la traza
urbana. Y lo de ir escoltados ya casi se da por hecho y no impresiona. Llegar hasta
allí desde el otro lado del canal es un camino largo, recto y aburrido.
Entonces, ¿por qué visitarlo?
Pues porque fue muy importante. Aquí desembarcó, cerca del 333 a.C., el
mismísimo Alejandro Magno en el inicio de su conquista de Egipto, y desde Pelusio
inició el viaje que le llevó al oasis de Siwa a consultar el oráculo de Amón
(y, ya de paso, a fundar Alejandría). Su cuerpo, parece ser, llegó también aquí
doce años más tarde. Este es uno de los lugares donde aún se le busca.
Pero, en realidad, Pelusio es más conocida por dos sucesos asociados con
los animales y cuyas fechas se parecen.
La primera es la batalla que tuvo lugar aquí entre el faraón Psomético III
y el rey persa Cambises II. Sí, el del ejército perdido precisamente cerca del oasis de Siwa, del que se dice -y se discute- que se han hallado algunos restos
recientemente. Pelusio fue una batalla legendaria, porque cuentan que en ella
se usaron los gatos como arma. No sería correcto llamarlo guerra biológica
sino, mas bien, psicológica y hasta religiosa. En fin, suena a cuento, pero se
dice que el persa, viendo difícil la toma de la ciudad, decidió usar a los
gatos, animales sagrados para los egipcios, como escudos y como bombas. Las diosas
Bastet y Sekhmet se representan con las dos caras felinas: la primera es el
gato cariñoso; la segunda, una leona feroz. Los soldados difícilmente agredirían
a la imagen de un gato y menos a un gato vivo. Al grano: Cambises pintó en las
corazas y escudos de sus soldados imágenes de gatos, de tal forma que a los
combatientes egipcios les creara un conflicto religioso y moral atacarlos. Incluso
usó gatos vivos atados a las corazas. Además, perros, ibis y algunos otros
animales considerados sagrados, fueron dispuestos en vanguardia para impedir
que los arqueros egipcios se emplearan a fondo en la brega. Y, ya el colmo,
como la muralla les era inaccesible pese a todas estas ingeniosas estratagemas,
lanzó gatos con las catapultas para infundir terror en la tropa enemiga al ver
a sus sacrosantos animalitos tan vapuleados. En fin, que los egipcios perdieron
Pelusio en el 525 a.C., Cambises tomó luego Menfis y envió a su ejército hacia
Siwa con un resultado menos exitoso. Suena todo a gato encerrado, pero es lo
que puede leerse acerca de la batalla de Pelusio.
Menos conocida es la participación de Pelusio en la primera gran epidemia conocida
de Peste bubónica: la plaga de Justiniano. Iniciada en torno al 540 d.C. en
esta ciudad, luego alcanzaría casi todo el imperio y, especialmente,
Constantinopla, donde hasta el emperador que le da nombre enfermó. Su mujer, la
emperadora Teodora, le guardó el reino con mano de hierro hasta que
milagrosamente, cómo si no, el emperador se recuperó. El famoso general
Belisario fue uno de los represaliados por haber conspirado mientas Justiniano
y media población lidiaban con las bubas, la fiebre y el pánico.
La peste bubónica -asiática ella en origen- se propagó al Mediterráneo desde
Pelusio, que actuó como primer gran foco conocido, aunque se estima que llegó
hasta allí desde Etiopía. Lo que sucede es que la Peste bubónica tiene como
gran portador a la rata, animal que también llegó al mediterráneo desde Asia a
través de los barcos y puertos asociados al comercio romano con la India, la
fuente del pigmentum (pimienta) y
otras especias valiosísimas. Un puerto como Pelusio, lleno de grano destinado a
Roma y Constantinopla, era el sueño de una rata. Bueno, y de un millar, no
vamos a ir al detalle.
De la plaga de Justiniano hay muchísima información, ya que devastó el
imperio. Se dice que no había suficientes vivos para enterrar a los muertos. Pero
no hay que olvidar que llegó desde un puerto insignificante en donde las ratas
y los gatos fueron muy importantes. Las ratas, seguro; los gatos…