Cuando uno viaja a Guatemala, y a
pesar de saber que difícilmente podrá verlos, siempre se alberga la esperanza
de toparse con un Quetzal.
La verdad es que el nombre mismo
resuena a misterio, pero el viajero solo podrá admirar de él las plumas en
adornos y la imagen esculpida en metopas, glifos y frisos. De hecho, sus
representaciones lo emparentan siempre con la serpiente, en una unión
aparentemente paradójica pero que representa el cielo y el inframundo, las dos
caras de una misma cosmología. En las culturas precolombinas, el
Quetzalcóatl –esa quimera de serpiente emplumada- era la deidad protectora del
cielo y la tierra.
El quetzal estuvo estrechamente ligado
a las culturas mesoamericanas como símbolo de la abundancia, la fertilidad y la
vida. Nos
dicen que sus plumas valían más que el oro. Penachos, y
atuendos de las culturas maya y mexica incluían las plumas del quetzal, las
cuales alcanzaban un extraordinario valor dentro del comercio establecido por
estas culturas.
Se usaban como moneda. Las aves solo podían capturarse para hacerse con ellas y
después liberarlas. Matar a un quetzal se castigaba con la muerte. Los
gobernantes y pudientes podían así acercarse al dios Quetzalcóatl porque podían
permitirse llevarlas en su indumentaria. El llamado penacho de Moctezuma es una
obra maestra de esta orfebrería de plumas.
Es
el ave nacional y la moneda oficial de Guatemala. Sus colores y plumas son un emblema
nacional, histórico y cultural, pero más allá de ser un símbolo, son la clave
detrás del éxito reproductivo. Son la tarjeta de crédito para comprar la
perpetuación.
El quetzal (Pharomachrus mocinno) es una de las aves
más hermosas de América. Tan difícil es de ver, que los conquistadores
no lo conocieron hasta siglo XVIII, cuando el naturalista José Mariano Mociño
capturó algunos. El nombre científico proviene del griego pharos, "manta", y makros,
"grande", en referencia al plumaje, y se bautizó a la especie como mocinno, en reconocimiento a su
descubridor. Habitan en bosques húmedos de los
Altos de Chiapas, en el sudeste mexicano, y en los bosques de niebla de Guatemala cubiertos
por una densa canopia. Se
alimentan de frutos, principalmente de aguacates silvestres, así como de
insectos y de
pequeños vertebrados. Construyen su nido en los troncos de árboles
podridos, o usurpan nidos abandonados. La hembra pone dos huevos de color azul
pálido. La incubación la llevan a cabo macho y hembra.
El macho tiene una cresta corta y redonda (por
lo que se le ha dado el apelativo de “punk”), y el pico amarillo. El plumaje de la zona ventral es
roja (se dice que teñida de la sangre de Tecún Umán, un guerrero maya herido
por Pedro de Alvarado), pero las plumas de la cola son largas (hasta 80 cm) e
iridiscentes, casi tornasoladas, y oscilan desde
el dorado hasta el azul y el verde esmeralda, si bien en su cara ventral son blanquecinas.
¿Y
para qué las quiere? Pues en época reproductiva (febrero
y marzo), el macho
realiza vuelos de cortejo llenos de piruetas y cabriolas, desplegando
y haciendo oscilar aparatosamente su larga cola, en un alarde de color, ruido y
movimiento. Esto es muy arriesgado en la selva, ya que les expone a los
depredadores al hacerse especialmente visibles. Pero esto es pura biología
evolutiva: un
macho vistoso es el reflejo indirecto de una buena genética, y por lo tanto de
una buena descendencia. Las hembras lo elegirán a él.
El que algo quiere...
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