La literatura de viajes tiene enormes inconvenientes. Uno de ellos es que
tú nunca podrás repetir los viajes leídos ni conocer los sitios descritos tal
como te los cuentan. Según el propio Theroux, “el libro de viajes es una autobiografía en tono menor” y
añade en otro sitio “La única justificación radica en que todo libro de viajes
revela más sobre el viajero que sobre el país recorrido.” Supongo que un blog
también, sin ánimo de ser pretencioso.
La China de Theroux en El gallo de hierro es la
de justo antes de los sucesos de Tiananmen. Es la que comienza a despertarse,
en la que surgen los idealistas demócratas (o algo que pretendía serlo) y los
avariciosos mercaderes que ven negocio en toda oportunidad de apertura. Es la
de la tecnología incipiente junto a las viejas máquinas de vapor. Es la de las
ciudades que crecen brutalmente eliminando las pequeñas aldeas. Es la que aún
no conoce los atascos monumentales, la que no conoce otra arquitectura
monumental que la oficial. La que se rehace de la brutal Revolución Cultural
como diciendo “pero qué he hecho”. Es la de trenes que circulan lentamente
todavía. No sé si era todavía la de llamar a los diablos extranjeros (recordad
“55 días en Pekín” y la guerra de los bóxers) “narizotas”. ¿A mí? ¿Con esta
nariz que tengo?
En el gallo de Hierro es un libro grato y
largo, lleno, muy lleno, de anécdotas sorprendentes. Es un viaje en tren desde
Londres hasta rincones de China donde el turismo era una palabra desconocida.
De comidas extrañas y de fortuna (las de un viajero siempre lo son), a veces suculentas
y otras míseros puñados de cacahuetes Sobretodo, es un libro sobre sitios y
gentes que no esperan visita. Y que a veces son acogedores y otros hoscos. Unas
curiosos y otras gélidos.
Dicho esto, recojo algunas narraciones que
señalé y que me resultaron chocantes, familiares, o divertidas. Lo suyo, una
vez más, es leerlo. Eso sí, si vais a China, como hice yo antes y mientras leía
este libro como parte de la inmersión previa a un buen viaje, no os hagáis
falsas esperanzas. Casi todo es distinto ahora.
Lo entrecomillado es del texto.
“Recogía
piedras —prosiguió—. En todos los países cojo piedras. Oídme bien, en muchos
sitios es ilegal… por ejemplo, en el polo Sur. Pero yo tengo algunas piedras
del polo Sur. Por eso podrían meterme en chirona. Tengo ejemplares de todas
partes: Canadá, Ohio, Londres. Son del tamaño de una pelota de golf. Tengo
centenares. Según parece, soy una especie de geólogo.
En Elmer
Gantry leí: Encajados entre los grandes cantos rodados (de la chimenea) estaban
los guijarros rosas, pardos y de color tierra que el buen obispo había recogido
en todo el mundo. «Esta piedra —trinaba el obispo mientras te guiaba por la
estancia—, es de la orilla del Jordán; esta otra es un fragmento de la Gran
Muralla china”
Yo también recojo piedras. Tengo una gran
frasco lleno. Cada una etiquetada con su lugar de origen y año. Rarezas.
“Y la Fábrica de Locomotoras de
Datong es la última fábrica del mundo que aún produce locomotoras de vapor.
China fabrica grandes trenes negros y traqueteantes y por si eso fuera poco… ni
un solo sector de la fábrica está automatizado. Todo se hace a mano, sobre la
base de martillar el hierro, desde las inmensas calderas hasta los pequeños
silbatos de bronce. China siempre había importado las locomotoras de vapor,
primero de Gran Bretaña y luego de Alemania, Japón y Rusia.”
Los trenes que yo vi no
eran de vapor. De hecho circulé en uno a 300 Km/h. Imagino que puede quedar
alguno circulando en vías secundarias rurales y alejadas, ¡quién pudiera
pillarlos!
“Caía la tarde, húmeda y gris. Las
colinas desmoronadas contenían cavernas y las laderas semejaban un asentamiento
prehistórico. No se trataba de una ilusión óptica: esa provincia estaba plagada
de trogloditas que caminaban con las manos por los salientes y para entrar en
las cavernas que habían abierto en las laderas”
“Una de las estadísticas chinas más
sorprendentes sostiene que 35 millones de chinos aún viven en cuevas. No existe
un programa gubernamental para mudar a los trogloditas y darles alojamiento,
sino un plan para proporcionarles mejores cuevas”
35 millones de trogloditas
son muchos. Ríete de Guadix. Pero ese plan debió cambiar. Ahora son trogloditas
en enormes riscos artificiales de veinte pisos.
“Cuesta trabajo imaginar que una
sociedad bien educada y equitativa produzca artistas de circo o que una persona
sensible enseñe a bailar a un oso…
“También tenemos un circo y una
escuela para preparar animales. Lo que dijo me interesó sobremanera porque
desprecio todo lo que tiene que ver con los animales amaestrados…”
“Jamás he visto un domador de leones
que no mereciese un buen vapuleo; cada vez que veo un perrillo mestizo vestido
con faldas y cofia con volante y lo veo saltar a través de un aro, me domina el
deseo de que su torturador (con su brillante traje de pantalón) enferme de
rabia.
—Señor Liu, hábleme del
adiestramiento de animales.
—Antes de la liberación sólo
preparábamos monos. Ahora tenemos gatos amaestrados…
—¿Gatos domésticos? ¿Mininos?
—Sí. Hacen trucos.
Muchos chinos que conocí están
convencidos de que animales como gatos y perros no sienten dolor. Están en la
tierra para ser usados: amaestrados, puestos a trabajar, matados y comidos. Al
ver las vidas aburridas y afanosas que llevan los campesinos chinos no
sorprende tanto que torturen a los animales.
—Y también cerdos y gallinas —añadió
el señor Liu.
—¿Gallinas amaestradas?
—Bueno, no son gallinas sino gallos.
—¿Y qué hacen los gallos?
—Permanecen de pie sobre una pata…
hacen el pino. Y otras cosas muy divertidas.
Sólo Dios sabe cómo lograban que los
gallos con cerebro de mosquito hicieran cosas divertidas, aunque tuve la
sospecha de que los ataban con alambre y les pegaban hasta que se aclaraban.
Hay casos y casos. Pero
los circos con animales nunca me han gustado.
“«Si te consideras tan listo,
empieza a cargar la carretilla con mierda de cerdo.»”
“Añadió que durante la Revolución
Cultural la mezquita albergó animales… sobre todo cerdos, que al parecer era el
modo más popular de humillar a los musulmanes. Antes de mi partida el anciano
dijo:
—Somos sunnitas. No somos chiítas.
Jomeini no nos interesa. ¡Ja! ¡Ja!
Era una risa que no había oído antes
y que al parecer significaba: «Muerte a los infieles”
Intelectuales, maestros,
profesionales, siendo reeducados en el curso de la Revolución Cultural. A
ciertas minorías musulmanas las pusieron de peones en granjas de cerdos.
“De todos modos, si empujas —que es
lo que hacen los chinos—, es posible pasear por Shanghai. Hace mucho que los chinos
superaron el horror humano natural a ser tocados”
Verdad verdadera.
Empujan y pasan. Cuando aprendes, se hace natural. No es agresivo, ni
desconsiderado. Es cotidiano en ellos y allí. Las viejecitas cargadas con un
fardo inmenso no esperan a que tú te apartes para dejarlas pasar, ellas mismas
te empujan suavemente. Te apartan con las manos y, si lo piensas, es hasta
cortés, en lugar de arrearte con el fardo al pasar, te previenen y te retiran.
Cosas veredes.
“¿Aquello era Hengyang? —preguntó Manuel.
Le dije que sí.
—Es el sitio donde en el 213 a. C.
Li Si fue aserrado por la mitad por la quema de libros. —Sonrió en medio de su
barba erizada—. Lo interesante es que lo serraron por la mitad a lo largo”
Un puntito gore. Que
nunca sobra.
“«Pagoda» es palabra portuguesa
—explicó Manuel—. En portugués «ruido» se dice pagode. Supongo que relacionaron
el ruido con esas estructuras”
Estooo, vale. Ruido… y…
pagoda. Claro, claro. Obvio. Cómo no lo había visto.
“La palabra «mandarín» también era portuguesa,
afirmó, y procedía de mandar; el vocablo japonés arrigato (gracias) venía de
obrigado”
Obrigado una outra
volta. Lo que aprende uno leyendo.
“Está rodeado de plantaciones de
bambú. ¿Conoce el sonido que emite el bambú?
Asentí con la cabeza: el viento hace
que los tallos de bambú se restrieguen y mascullen y produce uno de los sonidos
más espeluznantes del mundo.
Pues nunca lo he
escuchado. Pero ya lo tengo en mente como asignatura pendiente.
“Había pollo picante de Xinjiang,
cordero, pepino con pimiento rojo, setas y champiñones y el mejor plato que
probé en China: pato picante ahumado en té de jazmín, frotado con aguardiente
de arroz, secado al aire, salpicado con cebollinos, cocido al vapor y luego
frito. Tomé nota mental del nombre: zhang cha yazi.
Otros días sólo pudo
comer galletas. O cacahuetes. O plátanos.
“En el interior del servicio público, encima
del urinario, colgaba un letrero en el que se leía: «Queremos orina de buena
calidad, de modo que tenga la amabilidad de no añadirle nada; ni esputos, ni
papeles, ni colillas.» Otro letrero anunciaba: «Esta orina se utiliza con fines
medicinales”
¡Ah, la medicina china!
Cuánta sabiduría en el uso de los productos naturales. ¡Qué prodigios! ¡Viva el
ibuprofeno, coño!
“…la fruta fresca que ha hecho
célebre a Turfán: sandías, melones de Hami y mandarinas. Había unas veinte
variedades de frutos secos. Compré uvas pasas y orejones de albaricoque,
almendras y nueces: de pronto me percaté de que los frutos secos eran el
alimento de las caravanas”
Y de los viajeros en
general.
“Todo se volvió aún más fascinante
para mí porque no quedaba nada: ni iglesia, ni herejes, ni libros, ni cuadros,
ni ciudad. Sólo el sol que azotaba los ladrillos de adobe y los muros caídos,
pues la religión, el comercio, la guerra, el arte, el dinero, el Gobierno y la
civilización se habían convertido en polvo. Había algo majestuoso en la
inmensidad de esa ruina muda”
“Sin embargo, perduraba lo suficiente para que
cualquiera se diese cuenta de que había sido un sitio inmenso, una ciudad a
gran escala, razón por la cual resultaba tan triste. Poseía la melancólica
vacuidad de las grandes ruinas.”
Cuántas veces se siente
eso, es cierto. Melancólica vacuidad, muy acertado.
“La cualidad peculiar de los
guerreros de terracota consiste en que, a diferencia de todo lo demás que se
encuentra en el itinerario turístico de China, están exactamente igual a como
fueron concebidos. Los destrozaron cuando en el 206 a. C., los campesinos
rebeldes invadieron el sepulcro para robar las armas que los guerreros de
terracota portaban: ballestas, lanzas, flechas y picas (eran auténticas). A
partir de esa fecha yacieron enterrados hasta que en 1974 un hombre que
perforaba un pozo golpeó con la pala la cabeza de un guerrero y la extrajo. Los
guerreros fueron desenterrados.
Constituyen la única obra maestra de
China que no ha sido repintada, falsificada ni nuevamente aniquilada”
Pues no puedo
corroborarlo porque no conozco tanto de los otros, pero el monumento de Xian
merece por si solo las horas de vuelo hasta allí y cualquier incomodidad.
“Salaam aleikum —dije—. Que la paz y las
bendiciones lluevan sobre usted.
—Wa-aleikum salaam —replicó y me
devolvió el saludo—. ¿Es usted de Pakistán?
—No, de Estados Unidos.
—¿Hay musulmanes en Estados Unidos?
—preguntó y por su acento chino pareció que decía musulmenes.
—Sí, unos cuantos. ¿Por qué supuso
que vengo de Pakistán? ¿Cree que tengo aspecto de pakistaní?
—Tal vez —respondió y se encogió de
hombros—. No estoy seguro. Nunca he visto un pakistaní”
Parecer pakistaní...y hablar bien inglés. Lo he oído antes… melancolía.
“Después de dos horas de vuelo nos
dieron a cada uno un sobre con tres caramelos, chicle y tres pastillas
pegajosas; el trozo de celofán prácticamente ocultaba la tira negra de carne
seca que semejaba estopa y sabía a cuerda podrida; también nos dieron un
mondadientes (porque es innegable que los chinos son optimistas)”
En esto han mejorado,
doy fe.
“Todos chillaban y escupían, ora babeaban, ora
lograban una trayectoria que corría como cera derretida por el lado de la
escupidera. Solían escupir en papeleras o junto a los troncos de los árboles.
Ni siquiera la campaña gubernamental impidió que algunos escupieran en el suelo
y vi personas que escupían sobre las alfombras, aunque siempre se acordaban de
pisotear amablemente el gargajo”
Y en esto.
“excavaciones neolíticas de Banpo,
cuyo letrero dice: «Los miembros de esta sociedad primitiva y de baja
productividad no comprendían la estructura del cuerpo humano, la vida y la
muerte y muchos fenómenos de la naturaleza, razón por la cual empezaron a
desarrollar una idea religiosa.»”
Excelente reflexión,
camarada.
“Hacia el sur el paisaje cambiaba
espectacularmente: las colinas verdes tenían forma de jorobas de camellos,
chimeneas y stupas cuyos lados caen a pico. Eran las colinas más raras del
mundo y las más chinas, pues son las que aparecen en todos los pergaminos. Es
un paisaje casi sagrado… y, sin duda, emblemático. Todo ocurrió a la vez: las
colinas parecían casi cuadradas y antiguas, cual una ciudad petrificada.
Entramos en una nueva provincia, Guangxi, y de allí a la ciudad de Guilin —algo
más de trescientos veinte kilómetros— sólo se veía el paisaje de la pintura
clásica china”
En Guilin, es así exactamente. Leí este pasaje justo a mi llegada a la
ciudad. Maravillosa coincidencia. Guilin es otra visita imprescindible para ver
en persona los paisajes de los restaurantes, lámparas, biombos y cuadros
chinos. Existen.
“Mao se propuso ser un enigma y lo
consiguió. El sinólogo Richard Soloman lo describió como «el líder anal de un
pueblo oral». Es posible describir a Mao pero no evaluarlo. Era paciente,
optimista, implacable, patológicamente antiintelectual, romántico, militarista,
patriota, chovinista, juvenilmente rebelde y deliberadamente contradictorio.
Pues muy bien por él. Me
parecería estupendo si no decidiera por todos. Pero lo hacía.
“No está bien visitar un país si
estás de mal humor: le echas la culpa de tu mala leche y extraes conclusiones
erróneas”
Verdad.
“Las palabras «ciudad china»
suponían un horror peculiar para mí, como decir «lavabo ruso», «cárcel turca» o
«ética periodística”
También.
“Ese hecho me hizo pensar que, de todas las
empresas extranjeras que muy pronto comenzarían a operar en China, la más
improbable era una compañía de seguros. Pensé: «¿Quién asegurará a esta gente?»
Vi a un hombre que se deslizaba entre las esculturas de hielo. Tropezó, se
abrió la cabeza y fue arrastrado por la nieve, donde permaneció inerte. China
es un país de cables pelados y de baches.”
Cambios a mansalva, como
dice Berrio. En un golpe, los dos conductores hicieron fotos con los móviles y
las enviaron al seguro. Aprendamos de lo bueno.
“Cuando viajo sueño mucho. Tal vez es uno de
los principales motivos por los que viajo. Tiene que ver con habitaciones nuevas
y ruidos y olores extraños, con vibraciones, con los alimentos, con las
angustias del viaje —sobre todo el miedo a la muerte— y con las temperaturas.”
Y yo. Debe tener que ver
con la relajación de estar de vacaciones y con la fascinación de los lugares, olores
y sabores nuevos. ¿Miedo a la muerte? Hombre no me jodas, para eso no salgo de
casa.
“Los transportes chinos van siempre atestados,
casi siempre son incómodos y a menudo incluyen un forcejeo. Sus placeres son
raros, pero resultan intensos e inolvidables. Sospeché que el viaje por China
despertaría en mí un deseo imperecedero de soledad.”
Imperecedero no sé, pero
perentorio, sí. Tener espacio alrededor y no ver ni oír a nadie durante un
rato, desde luego. Paul, qué razón tienes.
“Me cayó bien porque en ningún
momento dijo «yo». Respondió casi todas las preguntas con un «nosotros» que no
era regio, sino socialista.”
Gracioso. Fino análisis.
“En un momento u otro de nuestra vida todos
hemos deseado que alguien que nos cae mal sea trasladado para cargar una
carretilla de mierda, sobre todo los engreídos que jamás se han ensuciado las
manos. Mao llevó hasta límites insoportables esta satisfactoria y modesta
fantasía”
Otra vez la Revolución
Cultural. Aquello debió ser terrible. Pero la fantasía existe. A ver… fulano,
mengano, zutanito… ah, y el gilipollas de perengano.
“Sorprende que los alemanes hicieran tantas
cosas en tan poco tiempo. Prácticamente todos los edificios que construyeron
siguen en pie, el ferrocarril todavía llega a Jinan y la cervecería produce la
mejor cerveza de toda China… y todavía conserva el viejo nombre: Cerveza de
Tsingtao.”
¡Que rica!
“El tren traqueteaba sin cesar y
ganaba altura. Rondábamos los 2.135 metros. Hacía frío, el aire se había
enrarecido y el viento soplaba con fuerza. En los peñascos que se alzaban sobre
las vías había cuevas, una abertura en la ladera de cada peñasco, con su
saliente y su escalera improvisada tallada en la piedra. Algunos cavernícolas
estaban sentados bajo el sol, otros tendían la colada y cortaban con machete
algo semejante a huertos, que parecían imantados por las laderas. También
cocinaban. ¿Para qué considerarlo una montaña cuando por la misma regla de tres
podías verlo como una casa de vecindad? Esto no era un acantilado, sino el ala
oeste, y aquella cumbre era el ático. En Qinghai existía todo un mundo de
trogloditas.”
Habrá que ir, a ver qué
queda.
“Era lo que quería hacer, pues el
tren a Golmud era el último de China. Habían construido la línea hasta esa
ciudad y, en virtud de la imposibilidad de internarse por la meseta del Tíbet,
la abandonaron. Por nada del mundo me habría perdido ese trayecto.
—Es un tren horrible —dijo el señor
Fu—. Va con locomotora a vapor. Cruza el desierto y es muy lento.
Esas palabras sonaron como música
celestial en mis oídos”
“Era un tren espantoso, pero lo malo
no era eso. Es casi un axioma que en los peores trenes recorres sitios mágicos.
Tuve la firme sospecha —que luego se confirmó— de que viajaría por uno de los
paisajes más bellos de China”
El nuevo tren que llega
hasta Lhasa impide ya hacer este recorrido tal como lo describe Theroux, pero,
¿a que tiene razón? Un tren lento, a vapor, por un desierto o una montaña
inacabable. Debe ser el cielo. Otro sitio más en la lista de pendientes (y
creciendo).
“El flujo de turistas es muy
reducido y China ha declarado que le gustaría recibir cien mil al año. En ese
caso estaría garantizada la destrucción de Lhasa.
Es un sitio de difícil acceso: seis
días por carretera desde Xi'an o un vuelo largo y aterrador de Chengdu al
pequeño y peligroso campo de aviación de Lhasa”
Idem. Esto era en 1986.
“Me sentía más feliz que nunca desde
que inicié el viaje en el Gallo de Hierro. Conducía, la situación estaba a mi
cargo, tardaba lo que quería y el Tíbet estaba deshabitado. El clima era
espectacular: nieve en las colinas, fuerte viento y nubes negras que se
acumulaban sobre las montañas.”
Hombreeee. Conducir tú
mismo por esos sitios debe ser el colmo. Pararte, ir rápido o lento. Volver a
pararte. Decidir por dónde y cómo te mueves… Pararte otra vez. No se puede
hacer eso en cualquier sitio, pero hay que intentarlo.
“es fácil llegar a la conclusión de
que la cultura tibetana, que ha sobrevivido a todo lo que el maoísmo y la
fuerza hicieron por anularla, ha perdurado para que el turismo la aniquile”
Pues puede ser. Pero, a
fuer de ser causa de ello, querría poder verlo antes de que sea insufrible.
Véase si esto no es una invitación:
“El paisaje es más que conmovedor, resulta
fascinante: la luz, el aire, el vacío, los llanos y las cumbres. Lhasa está rodeada
de despeñaderos cubiertos de polvo y laderas empinadas y algunas mañanas los vi
cubiertos de nieve de las ráfagas caídas por la noche. El Tíbet no tiene las
carreteras sinuosas ni los peñascos oscuros de los Alpes, ni el aspecto
impenetrable y peligroso de las Rocosas. Es una lejanía segura y
tranquilizadora, con los prados y los páramos más bonitos apuntalados por las
montañas. De algún modo, es un paisaje de montaña con pocos valles: una meseta
azul y blanca de tintineantes cencerros de yaks, ventisqueros centelleantes y
florecillas silvestres. ¿Hay alguien que no se eche a llorar?”
En fin, termino este
largo resumen de un libro maravilloso. Dice Theroux: “En cualquier tipo de
viaje existen sobradas razones para regresar y comprobar tus impresiones. ¿Tal
vez te apresuraste al juzgar el sitio? ¿Quizá lo visitaste en un buen mes?
¿Alguna característica del clima dulcificó tu disposición? Sea como fuere, a
menudo un viaje consiste en aprovechar el momento. Es muy personal. Por mucho
que yo viajara contigo, tu viaje no sería el mío.”
No hay comentarios:
Publicar un comentario