domingo, 11 de octubre de 2015

EN EL GALLO DE HIERRO, DE PAUL THEROUX.

La literatura de viajes tiene enormes inconvenientes. Uno de ellos es que tú nunca podrás repetir los viajes leídos ni conocer los sitios descritos tal como te los cuentan. Según el propio Theroux, “el libro de viajes es una autobiografía en tono menor” y añade en otro sitio “La única justificación radica en que todo libro de viajes revela más sobre el viajero que sobre el país recorrido.” Supongo que un blog también, sin ánimo de ser pretencioso.

La China de Theroux en El gallo de hierro es la de justo antes de los sucesos de Tiananmen. Es la que comienza a despertarse, en la que surgen los idealistas demócratas (o algo que pretendía serlo) y los avariciosos mercaderes que ven negocio en toda oportunidad de apertura. Es la de la tecnología incipiente junto a las viejas máquinas de vapor. Es la de las ciudades que crecen brutalmente eliminando las pequeñas aldeas. Es la que aún no conoce los atascos monumentales, la que no conoce otra arquitectura monumental que la oficial. La que se rehace de la brutal Revolución Cultural como diciendo “pero qué he hecho”. Es la de trenes que circulan lentamente todavía. No sé si era todavía la de llamar a los diablos extranjeros (recordad “55 días en Pekín” y la guerra de los bóxers) “narizotas”. ¿A mí? ¿Con esta nariz que tengo?

En el gallo de Hierro es un libro grato y largo, lleno, muy lleno, de anécdotas sorprendentes. Es un viaje en tren desde Londres hasta rincones de China donde el turismo era una palabra desconocida. De comidas extrañas y de fortuna (las de un viajero siempre lo son), a veces suculentas y otras míseros puñados de cacahuetes Sobretodo, es un libro sobre sitios y gentes que no esperan visita. Y que a veces son acogedores y otros hoscos. Unas curiosos y otras gélidos.

Dicho esto, recojo algunas narraciones que señalé y que me resultaron chocantes, familiares, o divertidas. Lo suyo, una vez más, es leerlo. Eso sí, si vais a China, como hice yo antes y mientras leía este libro como parte de la inmersión previa a un buen viaje, no os hagáis falsas esperanzas. Casi todo es distinto ahora.

Lo entrecomillado es del texto.

“Recogía piedras —prosiguió—. En todos los países cojo piedras. Oídme bien, en muchos sitios es ilegal… por ejemplo, en el polo Sur. Pero yo tengo algunas piedras del polo Sur. Por eso podrían meterme en chirona. Tengo ejemplares de todas partes: Canadá, Ohio, Londres. Son del tamaño de una pelota de golf. Tengo centenares. Según parece, soy una especie de geólogo.
En Elmer Gantry leí: Encajados entre los grandes cantos rodados (de la chimenea) estaban los guijarros rosas, pardos y de color tierra que el buen obispo había recogido en todo el mundo. «Esta piedra —trinaba el obispo mientras te guiaba por la estancia—, es de la orilla del Jordán; esta otra es un fragmento de la Gran Muralla china”
Yo también recojo piedras. Tengo una gran frasco lleno. Cada una etiquetada con su lugar de origen y año. Rarezas.

“Y la Fábrica de Locomotoras de Datong es la última fábrica del mundo que aún produce locomotoras de vapor. China fabrica grandes trenes negros y traqueteantes y por si eso fuera poco… ni un solo sector de la fábrica está automatizado. Todo se hace a mano, sobre la base de martillar el hierro, desde las inmensas calderas hasta los pequeños silbatos de bronce. China siempre había importado las locomotoras de vapor, primero de Gran Bretaña y luego de Alemania, Japón y Rusia.”
Los trenes que yo vi no eran de vapor. De hecho circulé en uno a 300 Km/h. Imagino que puede quedar alguno circulando en vías secundarias rurales y alejadas, ¡quién pudiera pillarlos!

“Caía la tarde, húmeda y gris. Las colinas desmoronadas contenían cavernas y las laderas semejaban un asentamiento prehistórico. No se trataba de una ilusión óptica: esa provincia estaba plagada de trogloditas que caminaban con las manos por los salientes y para entrar en las cavernas que habían abierto en las laderas”
 “Una de las estadísticas chinas más sorprendentes sostiene que 35 millones de chinos aún viven en cuevas. No existe un programa gubernamental para mudar a los trogloditas y darles alojamiento, sino un plan para proporcionarles mejores cuevas”
35 millones de trogloditas son muchos. Ríete de Guadix. Pero ese plan debió cambiar. Ahora son trogloditas en enormes riscos artificiales de veinte pisos.

“Cuesta trabajo imaginar que una sociedad bien educada y equitativa produzca artistas de circo o que una persona sensible enseñe a bailar a un oso…
“También tenemos un circo y una escuela para preparar animales. Lo que dijo me interesó sobremanera porque desprecio todo lo que tiene que ver con los animales amaestrados…”
“Jamás he visto un domador de leones que no mereciese un buen vapuleo; cada vez que veo un perrillo mestizo vestido con faldas y cofia con volante y lo veo saltar a través de un aro, me domina el deseo de que su torturador (con su brillante traje de pantalón) enferme de rabia.
—Señor Liu, hábleme del adiestramiento de animales.
—Antes de la liberación sólo preparábamos monos. Ahora tenemos gatos amaestrados…
—¿Gatos domésticos? ¿Mininos?
—Sí. Hacen trucos.
Muchos chinos que conocí están convencidos de que animales como gatos y perros no sienten dolor. Están en la tierra para ser usados: amaestrados, puestos a trabajar, matados y comidos. Al ver las vidas aburridas y afanosas que llevan los campesinos chinos no sorprende tanto que torturen a los animales.
—Y también cerdos y gallinas —añadió el señor Liu.
—¿Gallinas amaestradas?
—Bueno, no son gallinas sino gallos.
—¿Y qué hacen los gallos?
—Permanecen de pie sobre una pata… hacen el pino. Y otras cosas muy divertidas.
Sólo Dios sabe cómo lograban que los gallos con cerebro de mosquito hicieran cosas divertidas, aunque tuve la sospecha de que los ataban con alambre y les pegaban hasta que se aclaraban.
Hay casos y casos. Pero los circos con animales nunca me han gustado.

“«Si te consideras tan listo, empieza a cargar la carretilla con mierda de cerdo.»”
“Añadió que durante la Revolución Cultural la mezquita albergó animales… sobre todo cerdos, que al parecer era el modo más popular de humillar a los musulmanes. Antes de mi partida el anciano dijo:
—Somos sunnitas. No somos chiítas. Jomeini no nos interesa. ¡Ja! ¡Ja!
Era una risa que no había oído antes y que al parecer significaba: «Muerte a los infieles”
Intelectuales, maestros, profesionales, siendo reeducados en el curso de la Revolución Cultural. A ciertas minorías musulmanas las pusieron de peones en granjas de cerdos.

“De todos modos, si empujas —que es lo que hacen los chinos—, es posible pasear por Shanghai. Hace mucho que los chinos superaron el horror humano natural a ser tocados”
Verdad verdadera. Empujan y pasan. Cuando aprendes, se hace natural. No es agresivo, ni desconsiderado. Es cotidiano en ellos y allí. Las viejecitas cargadas con un fardo inmenso no esperan a que tú te apartes para dejarlas pasar, ellas mismas te empujan suavemente. Te apartan con las manos y, si lo piensas, es hasta cortés, en lugar de arrearte con el fardo al pasar, te previenen y te retiran. Cosas veredes.

 “¿Aquello era Hengyang? —preguntó Manuel.
Le dije que sí.
—Es el sitio donde en el 213 a. C. Li Si fue aserrado por la mitad por la quema de libros. —Sonrió en medio de su barba erizada—. Lo interesante es que lo serraron por la mitad a lo largo”
Un puntito gore. Que nunca sobra.

“«Pagoda» es palabra portuguesa —explicó Manuel—. En portugués «ruido» se dice pagode. Supongo que relacionaron el ruido con esas estructuras”
Estooo, vale. Ruido… y… pagoda. Claro, claro. Obvio. Cómo no lo había visto.

 “La palabra «mandarín» también era portuguesa, afirmó, y procedía de mandar; el vocablo japonés arrigato (gracias) venía de obrigado”
Obrigado una outra volta. Lo que aprende uno leyendo.

“Está rodeado de plantaciones de bambú. ¿Conoce el sonido que emite el bambú?
Asentí con la cabeza: el viento hace que los tallos de bambú se restrieguen y mascullen y produce uno de los sonidos más espeluznantes del mundo.
Pues nunca lo he escuchado. Pero ya lo tengo en mente como asignatura pendiente.

“Había pollo picante de Xinjiang, cordero, pepino con pimiento rojo, setas y champiñones y el mejor plato que probé en China: pato picante ahumado en té de jazmín, frotado con aguardiente de arroz, secado al aire, salpicado con cebollinos, cocido al vapor y luego frito. Tomé nota mental del nombre: zhang cha yazi.
Otros días sólo pudo comer galletas. O cacahuetes. O plátanos.

 “En el interior del servicio público, encima del urinario, colgaba un letrero en el que se leía: «Queremos orina de buena calidad, de modo que tenga la amabilidad de no añadirle nada; ni esputos, ni papeles, ni colillas.» Otro letrero anunciaba: «Esta orina se utiliza con fines medicinales”
¡Ah, la medicina china! Cuánta sabiduría en el uso de los productos naturales. ¡Qué prodigios! ¡Viva el ibuprofeno, coño!

“…la fruta fresca que ha hecho célebre a Turfán: sandías, melones de Hami y mandarinas. Había unas veinte variedades de frutos secos. Compré uvas pasas y orejones de albaricoque, almendras y nueces: de pronto me percaté de que los frutos secos eran el alimento de las caravanas”
Y de los viajeros en general.

“Todo se volvió aún más fascinante para mí porque no quedaba nada: ni iglesia, ni herejes, ni libros, ni cuadros, ni ciudad. Sólo el sol que azotaba los ladrillos de adobe y los muros caídos, pues la religión, el comercio, la guerra, el arte, el dinero, el Gobierno y la civilización se habían convertido en polvo. Había algo majestuoso en la inmensidad de esa ruina muda”
 “Sin embargo, perduraba lo suficiente para que cualquiera se diese cuenta de que había sido un sitio inmenso, una ciudad a gran escala, razón por la cual resultaba tan triste. Poseía la melancólica vacuidad de las grandes ruinas.”
Cuántas veces se siente eso, es cierto. Melancólica vacuidad, muy acertado.

“La cualidad peculiar de los guerreros de terracota consiste en que, a diferencia de todo lo demás que se encuentra en el itinerario turístico de China, están exactamente igual a como fueron concebidos. Los destrozaron cuando en el 206 a. C., los campesinos rebeldes invadieron el sepulcro para robar las armas que los guerreros de terracota portaban: ballestas, lanzas, flechas y picas (eran auténticas). A partir de esa fecha yacieron enterrados hasta que en 1974 un hombre que perforaba un pozo golpeó con la pala la cabeza de un guerrero y la extrajo. Los guerreros fueron desenterrados.
Constituyen la única obra maestra de China que no ha sido repintada, falsificada ni nuevamente aniquilada”
Pues no puedo corroborarlo porque no conozco tanto de los otros, pero el monumento de Xian merece por si solo las horas de vuelo hasta allí y cualquier incomodidad.

 “Salaam aleikum —dije—. Que la paz y las bendiciones lluevan sobre usted.
—Wa-aleikum salaam —replicó y me devolvió el saludo—. ¿Es usted de Pakistán?
—No, de Estados Unidos.
—¿Hay musulmanes en Estados Unidos? —preguntó y por su acento chino pareció que decía musulmenes.
—Sí, unos cuantos. ¿Por qué supuso que vengo de Pakistán? ¿Cree que tengo aspecto de pakistaní?
—Tal vez —respondió y se encogió de hombros—. No estoy seguro. Nunca he visto un pakistaní”
Parecer pakistaní...y hablar bien inglés. Lo he oído antes… melancolía.

“Después de dos horas de vuelo nos dieron a cada uno un sobre con tres caramelos, chicle y tres pastillas pegajosas; el trozo de celofán prácticamente ocultaba la tira negra de carne seca que semejaba estopa y sabía a cuerda podrida; también nos dieron un mondadientes (porque es innegable que los chinos son optimistas)”
En esto han mejorado, doy fe.

 “Todos chillaban y escupían, ora babeaban, ora lograban una trayectoria que corría como cera derretida por el lado de la escupidera. Solían escupir en papeleras o junto a los troncos de los árboles. Ni siquiera la campaña gubernamental impidió que algunos escupieran en el suelo y vi personas que escupían sobre las alfombras, aunque siempre se acordaban de pisotear amablemente el gargajo”
Y en esto.

“excavaciones neolíticas de Banpo, cuyo letrero dice: «Los miembros de esta sociedad primitiva y de baja productividad no comprendían la estructura del cuerpo humano, la vida y la muerte y muchos fenómenos de la naturaleza, razón por la cual empezaron a desarrollar una idea religiosa.»”
Excelente reflexión, camarada.

“Hacia el sur el paisaje cambiaba espectacularmente: las colinas verdes tenían forma de jorobas de camellos, chimeneas y stupas cuyos lados caen a pico. Eran las colinas más raras del mundo y las más chinas, pues son las que aparecen en todos los pergaminos. Es un paisaje casi sagrado… y, sin duda, emblemático. Todo ocurrió a la vez: las colinas parecían casi cuadradas y antiguas, cual una ciudad petrificada. Entramos en una nueva provincia, Guangxi, y de allí a la ciudad de Guilin —algo más de trescientos veinte kilómetros— sólo se veía el paisaje de la pintura clásica china”
En Guilin, es así exactamente. Leí este pasaje justo a mi llegada a la ciudad. Maravillosa coincidencia. Guilin es otra visita imprescindible para ver en persona los paisajes de los restaurantes, lámparas, biombos y cuadros chinos. Existen.

“Mao se propuso ser un enigma y lo consiguió. El sinólogo Richard Soloman lo describió como «el líder anal de un pueblo oral». Es posible describir a Mao pero no evaluarlo. Era paciente, optimista, implacable, patológicamente antiintelectual, romántico, militarista, patriota, chovinista, juvenilmente rebelde y deliberadamente contradictorio.
Pues muy bien por él. Me parecería estupendo si no decidiera por todos. Pero lo hacía.

“No está bien visitar un país si estás de mal humor: le echas la culpa de tu mala leche y extraes conclusiones erróneas”
Verdad.

“Las palabras «ciudad china» suponían un horror peculiar para mí, como decir «lavabo ruso», «cárcel turca» o «ética periodística”
También.

 “Ese hecho me hizo pensar que, de todas las empresas extranjeras que muy pronto comenzarían a operar en China, la más improbable era una compañía de seguros. Pensé: «¿Quién asegurará a esta gente?» Vi a un hombre que se deslizaba entre las esculturas de hielo. Tropezó, se abrió la cabeza y fue arrastrado por la nieve, donde permaneció inerte. China es un país de cables pelados y de baches.”
Cambios a mansalva, como dice Berrio. En un golpe, los dos conductores hicieron fotos con los móviles y las enviaron al seguro. Aprendamos de lo bueno.

 “Cuando viajo sueño mucho. Tal vez es uno de los principales motivos por los que viajo. Tiene que ver con habitaciones nuevas y ruidos y olores extraños, con vibraciones, con los alimentos, con las angustias del viaje —sobre todo el miedo a la muerte— y con las temperaturas.”
Y yo. Debe tener que ver con la relajación de estar de vacaciones y con la fascinación de los lugares, olores y sabores nuevos. ¿Miedo a la muerte? Hombre no me jodas, para eso no salgo de casa.

 “Los transportes chinos van siempre atestados, casi siempre son incómodos y a menudo incluyen un forcejeo. Sus placeres son raros, pero resultan intensos e inolvidables. Sospeché que el viaje por China despertaría en mí un deseo imperecedero de soledad.”
Imperecedero no sé, pero perentorio, sí. Tener espacio alrededor y no ver ni oír a nadie durante un rato, desde luego. Paul, qué razón tienes.

“Me cayó bien porque en ningún momento dijo «yo». Respondió casi todas las preguntas con un «nosotros» que no era regio, sino socialista.”
Gracioso. Fino análisis.

 “En un momento u otro de nuestra vida todos hemos deseado que alguien que nos cae mal sea trasladado para cargar una carretilla de mierda, sobre todo los engreídos que jamás se han ensuciado las manos. Mao llevó hasta límites insoportables esta satisfactoria y modesta fantasía”
Otra vez la Revolución Cultural. Aquello debió ser terrible. Pero la fantasía existe. A ver… fulano, mengano, zutanito… ah, y el gilipollas de perengano.

 “Sorprende que los alemanes hicieran tantas cosas en tan poco tiempo. Prácticamente todos los edificios que construyeron siguen en pie, el ferrocarril todavía llega a Jinan y la cervecería produce la mejor cerveza de toda China… y todavía conserva el viejo nombre: Cerveza de Tsingtao.”
¡Que rica!

“El tren traqueteaba sin cesar y ganaba altura. Rondábamos los 2.135 metros. Hacía frío, el aire se había enrarecido y el viento soplaba con fuerza. En los peñascos que se alzaban sobre las vías había cuevas, una abertura en la ladera de cada peñasco, con su saliente y su escalera improvisada tallada en la piedra. Algunos cavernícolas estaban sentados bajo el sol, otros tendían la colada y cortaban con machete algo semejante a huertos, que parecían imantados por las laderas. También cocinaban. ¿Para qué considerarlo una montaña cuando por la misma regla de tres podías verlo como una casa de vecindad? Esto no era un acantilado, sino el ala oeste, y aquella cumbre era el ático. En Qinghai existía todo un mundo de trogloditas.”
Habrá que ir, a ver qué queda.

“Era lo que quería hacer, pues el tren a Golmud era el último de China. Habían construido la línea hasta esa ciudad y, en virtud de la imposibilidad de internarse por la meseta del Tíbet, la abandonaron. Por nada del mundo me habría perdido ese trayecto.
—Es un tren horrible —dijo el señor Fu—. Va con locomotora a vapor. Cruza el desierto y es muy lento.
Esas palabras sonaron como música celestial en mis oídos”
“Era un tren espantoso, pero lo malo no era eso. Es casi un axioma que en los peores trenes recorres sitios mágicos. Tuve la firme sospecha —que luego se confirmó— de que viajaría por uno de los paisajes más bellos de China”
El nuevo tren que llega hasta Lhasa impide ya hacer este recorrido tal como lo describe Theroux, pero, ¿a que tiene razón? Un tren lento, a vapor, por un desierto o una montaña inacabable. Debe ser el cielo. Otro sitio más en la lista de pendientes (y creciendo).

“El flujo de turistas es muy reducido y China ha declarado que le gustaría recibir cien mil al año. En ese caso estaría garantizada la destrucción de Lhasa.
Es un sitio de difícil acceso: seis días por carretera desde Xi'an o un vuelo largo y aterrador de Chengdu al pequeño y peligroso campo de aviación de Lhasa”
Idem. Esto era en 1986.

“Me sentía más feliz que nunca desde que inicié el viaje en el Gallo de Hierro. Conducía, la situación estaba a mi cargo, tardaba lo que quería y el Tíbet estaba deshabitado. El clima era espectacular: nieve en las colinas, fuerte viento y nubes negras que se acumulaban sobre las montañas.”
Hombreeee. Conducir tú mismo por esos sitios debe ser el colmo. Pararte, ir rápido o lento. Volver a pararte. Decidir por dónde y cómo te mueves… Pararte otra vez. No se puede hacer eso en cualquier sitio, pero hay que intentarlo.
  
“es fácil llegar a la conclusión de que la cultura tibetana, que ha sobrevivido a todo lo que el maoísmo y la fuerza hicieron por anularla, ha perdurado para que el turismo la aniquile”
Pues puede ser. Pero, a fuer de ser causa de ello, querría poder verlo antes de que sea insufrible. Véase si esto no es una invitación:

 “El paisaje es más que conmovedor, resulta fascinante: la luz, el aire, el vacío, los llanos y las cumbres. Lhasa está rodeada de despeñaderos cubiertos de polvo y laderas empinadas y algunas mañanas los vi cubiertos de nieve de las ráfagas caídas por la noche. El Tíbet no tiene las carreteras sinuosas ni los peñascos oscuros de los Alpes, ni el aspecto impenetrable y peligroso de las Rocosas. Es una lejanía segura y tranquilizadora, con los prados y los páramos más bonitos apuntalados por las montañas. De algún modo, es un paisaje de montaña con pocos valles: una meseta azul y blanca de tintineantes cencerros de yaks, ventisqueros centelleantes y florecillas silvestres. ¿Hay alguien que no se eche a llorar?”


En fin, termino este largo resumen de un libro maravilloso. Dice Theroux: “En cualquier tipo de viaje existen sobradas razones para regresar y comprobar tus impresiones. ¿Tal vez te apresuraste al juzgar el sitio? ¿Quizá lo visitaste en un buen mes? ¿Alguna característica del clima dulcificó tu disposición? Sea como fuere, a menudo un viaje consiste en aprovechar el momento. Es muy personal. Por mucho que yo viajara contigo, tu viaje no sería el mío.”

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