Split queda fuera de los circuitos que cubren los grandes
cruceros. Y es una suerte, porque, a diferencia de Dubrovnik, donde dar un paso
puede convertirse en imposible durante la temporada alta, aquí la afluencia es
razonable. Eso siempre que no coincidas con el conocidísimo Ultra Europe
Festival, comparable al de Benicassim, o eso me dicen.
Split es, para el
turista, el palacio de Diocleciano. Hay poco más de interés. Y el propio
palacio queda muy desdibujado si no tomas la precaución de acompañarte de un
plano durante la visita. Hay imágenes de cómo fuese en su día, verdaderamente
impresionante, pero las calles han sufrido la acción del tiempo y numerosos
edificios han ido ocupando el interior del recinto.
Quedan calles perfectamente
rectas y reconocibles, pero hay zonas de recovecos medievales que tienen
también su encanto y su contraste. La
fachada del mar es ahora una sucesión de bares, terrazas, tiendas de recuerdos
y toldos y de la antigua muralla se pueden ver aquí y allá fragmentos entre los
frontales más modernos que han ido cubriéndola. Aun así, la imagen es notoria.
La planta original, derivada como en tantos otros sitios de
un campamento militar permanente, incluye una muralla cuadrangular con puertas
en el punto central de tres de los paños (excepto el que daba al mar) y que en
este caso toman el nombre de puertas de Oro, de Plata y de Bronce. Dos calles
principales, Principalis y Praetoria (Cardo y Decumano???) cruzan de lado a
lado y en su confluencia se levantaba la sede del Praetorium, y el Questorium.
La mejor manera de enterarse por aproximación es visitar los sótanos, que
mantienen – en la zona visitable- la estructura original y permiten hacerse una
idea de la magnitud y exactitud de la construcción. Y es abrumadora. La
iluminación y la desnudez le dan un aire especial, sin duda. En el piso de
arriba hay multitud de tiendecitas que pueden llamar también la atención de
algunos.
Aparte de esto, la catedral – y mausoleo de Diocleciano,
paradojas- es sin duda otro aliciente, con sus torres octogonal y cuadrangular,
y su explanada de entrada pavimentada con las losas originales romanas.
La de
pasos que se habrán dado sobre ellas. A algún imbécil se le debió ocurrir
rellenar las llagas con cemento, logrando convertir un suelo auténtico, antiguo
y espectacular, en vulgar y viejo.
Callejeas y te vas encontrando escaparates
de moda, todo cristal, y al fondo de la misma callecita los arcos del paño
original o una torre de vigilancia en curioso contraste. Ropa tendida, macetas,
emparrados… No es espectacular, pero tiene su encanto.
Conviene también visitar, a las afueras, la colonia Salona, con
sus tumbas, su anfiteatro y su puerta Cesárea. Salona fue fundada por
cristianos y llegó a sede arzobispal. ¡Si Diocleciano levantara la cabeza!
Puedes terminar con un café en el Luxor. O cerveza, si es la
hora. Los asientos son gradas del peristilo del palacio de Diocleciano, sí,
pero los precios son los de un tratante de esclavos dálmata. ¿He dicho ya que
no vi ningún perro de raza dálmata en Dalmacia?
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