Leer a Diamond es siempre fascinante. Los tres libros
capitales de este autor son de lectura obligada para cualquiera un poco
inquieto y curioso sobre por qué somos como somos.
El primero, Armas,
gérmenes y acero, es probablemente uno de los mejores libros que haya leído
nunca; de hecho fue ganador del Pulitzer y eso será por algo. La descripción y
estudio de por qué las sociedades europeas (y como consecuencia las culturas
extra-europeas directamente derivadas,) fueron y son las más avanzadas, las primeras
en el empleo de tecnologías críticas y las que lograron expandir su modo de
sociedad, por contraposición a las asiáticas, americanas indígenas o,
especialmente, las africanas (siendo África la cuna primigenia) es portentoso. Desde
los cultivos pasando por los animales domésticos y las técnicas metalúrgicas,
la influencia de las enfermedades, las densidades de población… todo se explica
allí. El concepto del Creciente Fértil, ahora hundido en guerras y barbarie sin
cuento (pobre Mesopotamia, pobre) es gigantesco. Mejor leerlo, ya que aunque
tiene casi veinte años, es un libro indispensable. El segundo, Colapso, relata por el contrario qué
conduce a las grandes civilizaciones, imperios y sociedades a las crisis, el
declive y la desaparición final. Aún recuerdo cómo me incrusté por vía
subcutánea la caída de los mayas antes de viajar a Guatemala y cómo leí feroz a
incas y aztecas ya regresado de allá. Esquilmar la tierra, sobrepoblar las
ciudades, alargar las líneas de comunicación, no adoptar nuevas tecnologías… la
lista es larga y, una vez más, la recomendación no puede ser otra que leerlo.
Pero acabo de terminar el último por ahora, no sin bastante tiempo
dedicado a ello, más de quinientas densas páginas lo necesitan: El mundo hasta ayer. Este es un libro
distinto, ya que a lo que se dedica es a comparar cómo se abordan una serie de
asuntos en las sociedades occidentales (vamos a llamarlas como él) respecto a
los residuos que aún quedan de las que él mismo denomina sociedades tradicionales,
con gran protagonismo de los pueblos de Papúa y Nueva Guinea pero con
constantes referencias a yanomami, inuit, indígenas americanos de todas
latitudes, pueblos centroasiáticos o africanos. Y tiene además la habilidad de recordarnos
constantemente que hasta hace muy poco, muchas de nuestras costumbres no habían
variado sustancialmente. Hasta finales del XIX, excepto en el ámbito urbano,
seguían vigentes muchos modos seculares en la vieja Europa o en Estados Unidos.
Una de las primeras ideas que nos transmite es que los antiguos
(y los tradicionales que aún sobreviven así) no viajaban. Viajar era insólito y
peligrosísimo: un extraño que apareciera por tu pueblo era una amenaza a
priori, así que las recepciones nunca fueron cálidas (o sí, porque bien tostadito
un guiri puede dar su juego…). Es fascinante el relato del primer contacto de
una aislada tribu de Nueva Guinea con gente de raza blanca, en los años 30. Es
terror lo que se ve en las caras (porque hay fotos y porque pueden buscarse más
en internet) de los indígenas, porque para ellos el color pálido de los
visitantes es el de los muertos. A ver si no es para acojonarse.
Otro descubrimiento brutal (uso ese término adrede) es el de
que las guerras tradicionales, las de lanza, escudo y cada uno peleando como
mejor sabe, sin estrategas, tácticas ni planificación, son mucho más mortíferas
que la maquinaria bélica moderna. Sorprendente, ¿no? En proporción a la
población total, las toscas armas y el ataque de frente y fiados a nada más que
a tu brazo y al del que tienes a tu lado como mucho, causan más muertes y
heridos graves que la bomba atómica de Hiroshima, los panzers o las bombas “inteligentes”.
Nuevamente, hay alguna foto de un conflicto tribal recogido por antropólogos allí
presentes y que recuerda las películas de Braveheart, la Troya de Brad Pitt
(anda que Aquiles con las uñas hechas y ni un diente cariado, manda huevos…) o
las de romanos. Pues sí, la tasa de bajas es enormemente superior aun cuando no
hay tanta implicación ni matanzas de no combatientes. No digo civiles porque
Diamond aclara, y es también interesantísimo recordárnoslo, que no hay soldados
profesionales, son agricultores o cazadores que luchan con iguales por territorios,
por derechos de caza o por otras razones, pero no ejércitos. Curioso.
El tratamiento de la infancia también cabe compararlo entre
unos y otros. Y es curioso comprobar que en las sociedades tradicionales, el
grado de autonomía infantil es gigantesco y beneficioso… para los que
sobreviven. Niños de meses jugando con cuchillos es impensable para nosotros,
no en ciertos pueblos, pero lo alucinante es que no hay por lo general demasiados
accidentes. Cuando los hay, son fatales, eso sí (je). Se nos habla del destete
y su influencia, del contacto con la piel de la madre tan temprano y
continuado, de los juegos, tan autónomos, de la inexistencia de alergias
(siempre he dicho que un poco de mierda inmuniza y favorece, nunca esterilicé
un biberón)… en fin de una infancia peligrosa, con una tasa de mortalidad
ingente pero con unos resultados portentosos de integración, precocidad
intelectual, autonomía personal y carencia de conflictos de comportamiento. Ah,
lo olvidaba, me entusiasmó la noción de que en estas sociedades se tiende a
atender al llanto de un bebé de modo inmediato, y que eso es estadísticamente
muy favorable para que deje de hacerlo antes y menos veces que si se les ignora
“hasta que se canse” como a veces hacemos por aquí. Esto lo he aprendido tarde,
leche, pero con todo lo que me tuve que comer con cierta personita, el llanto
de un niño me resulta tremendamente indiferente, qué canalla me hice, jo jo jo.
Bueno , es un libro muy largo y yo creo que no hay que
detallar cada capítulo, pero se tocan las enfermedades transmisibles como una
de las principales causas de muerte en estas sociedades junto con la inanición,
para luego acometer la muerte lenta y elegida por los “avanzados” que nos
atracamos de sal y azúcar, logrando por una parte tasas de diabetes monstruosas
(compara por ejemplo lo que les ha pasado a algunas sociedades que han logrado
ser ricas en tan solo una generación y que ahora tienen tasas de diabetes tipo
2 ¡¡¡¡del 30%!!!); y por otra, hipertensión y accidentes vasculares a
mansalva, ambas con el sobrepeso como ejecutor.
Es muy interesante el capítulo dedicado a la religión y sus “funciones”
con un abordaje que desconocía y que me ha encantado, pero especialmente el que
trata de las lenguas, verdaderamente apasionante. Allí se defiende, contra lo
que venía ocurriendo (parece que algo se mueve allí) en los EEUU, el
bilingüismo como enorme ventaja. Aparentemente, casi todas las sociedades han
sido tradicionalmente multilingües, ya que cada lengua abarcaba zonas
restringidas. Esa riqueza (él habla de unas 7000 lenguas, de las cuales el 90%
se perderán irremediablemente durante este siglo) está en franco retroceso ante
el avance homogeneizador de la globalización. No obstante, es muy interesante
para rebatir a nuestros cenutrios nacionales saber que un niño bilingüe tiene
ventajas cognitivas importantes y que un niño consigue alcanzar un vocabulario
de 3000 palabras en dos idiomas en el mismo tiempo que uno monolingüe “logra”
la asombrosa cifra de 3300 en uno solo. Es decir, que correctamente educado, un
niño puede tener la capacidad de hablar chino y español con un limitadísimo
vocabulario de 3000 palabras en lugar del brillante destino que aguarda a un
afortunado crío educado sólo en un idioma con 3300 palabras de español, inglés,
japonés o lo que queráis, hosti. Da como ejemplos actuales de éxito a nuestros
vecinos del norte: daneses, holandeses, etcétera. Y como ejemplo del mal, a los
estadounidenses y su pereza crónica frente a los idiomas. Españolitos… me
callo, no sin antes indicar que sin que haya una fiabilidad total, hay estudios
que apuntan a que la gente bilingüe presenta tasas de Alzheimer menores. Gracious
goodness, my god (por si ayuda, oye).
Termina el libro con un repasillo a las ventajas de las
sociedades occidentales respecto a las tradicionales, y, sin querer extenderme
en cuanto a sanidad, acceso a alimentos (excesiva), ocio, turismo… que hacen
que todos los pueblos tradicionales sean abducidos hacia formas de vida más cómodas
en todo el mundo y tiempos, hay una falta en las sociedades tradicionales que
me afectaría mucho, mucho, pero mucho: allí no hay intimidad. ¿Y cuándo coño
escribo estos ladrillos entonces?
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