La playa de Langre es preciosa. Eso es obvio. El paseo que
la rodea por el borde del risco que la encajona permite ver desde arriba esta
belleza hecha de roca, arena, hierba (y maíz), agua y cielo. Grises, marrones,
verdes, azules.
Desde un extremo se asoma uno hacia el cabo Ajo, que merece
su propia visita; y desde el otro, hay que caminar un poco más para alcanzar
Loredo y ver así la isla de Santa Marina, las playas de Somo, con el Puntal y
hasta la mismísima embocadura de la bahía de Santander algo más allá. Un bonito paseo en el que uno, además de las
vistas, se topa con caballos y vacas pastando en las praderas que terminan en
el acantilado –pastor eléctrico de por medio- y con maizales que también se
asoman al abismo. Subirse en la cosechadora debe impresionar lo suyo.
Sin embargo, me viene a la memoria una escena que luego he
podido comprobar que recordaba mal. Se me antoja aquel gesto de cansancio hacia
el gaitero, allá en lo alto, idéntica a la
escena inicial de El guateque, de Peter Sellers. Aquella en la que una
expedición británica, precedida de los correspondientes gaitas y tambores
escoceses, marcha por un desfiladero de la india y sufre una emboscada. Una
nube de guerrilleros comienza dispararles, mientras ellos repelan la agresión.
Llueven balas por todas partes. Peter Sellers, encaramado en lo alto y que ha
dado la señal de alarma, es alcanzado y, en su agonía, sigue soplando y
soplando su instrumento – que yo recordaba una gaita y es en realidad una
corneta-. Lo hace tanto que el sonido se hace insoportable, de manera que el
enemigo centra su fuego en liquidarle para ver si se calla. El persiste y no
deja de soplar, y resoplar, cada vez con más estridencia y desafino. Tanto que
hasta los suyos apuntan hacia allí, girando las ametralladoras y los fusiles. Era el rodaje de una película y él un extra imbécil (úsese la primera como sustantivo y como adjetivo). En fin, una escena “muy suya”. Pero yo recordaba mal, Peter Sellers no
castigaba a propios y extraños con una gaita, y, desde luego, el gaitero de
Langre, tampoco. Todo lo contrario, es un motivo más para ir por allí.
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