domingo, 24 de noviembre de 2013

OPORTO. EL VINO, EL PUENTE , LA RIBEIRA Y ANTUNES

Sé que me arrepentiré de esto, pero Oporto, además de una visita muy agradable que ofrece lugares preciosos, guarda algunos secretos que justifican el viaje por si solos. Antunes es uno de ellos.

Lo mejor, lo que hicimos, es llegar en coche por la N-222. Una de las carreteras que se te quedan en la memoria, ya que si se cruza la frontera por Ciudad Rodrigo y subes hacia el norte, puedes visitar la preciosa ciudadela de Castelo Rodrigo para luego entroncar con la 222, que bordea la ribera del Duero. Desde lo alto de las lomas vas bajando hasta circular junto al agua. Así pasas por Pinhao con su estación plagada de maravillosos azulejos; ves los barquitos, ves la viñas…ves. Por ver puedes ver hasta un incendio y los avioncitos luchando contra él yendo y viniendo a por agua a alguno de los ensanchamientos del río, haciendo verdaderas acrobacias. Esos sí que son héroes.

Bueno, y llegas a Oporto “por abajo”, sin autopistas, carreteando por secundarias y entrando por calles, no por avenidas, y al entrar te das de bruces con el puente de Dom Luis, no sin antes ver el otro, que es, si no recuerdo mal, el que de verdad tuvo a Eiffel como protagonista, mientras que el famoso es de un discípulo. Bueno, pero no le quita mérito. Es maravilloso, y punto.

Como todas las ciudades, Oporto tiene su recorrido “de guía turística” y el de gastar calcetín callejeando sin rumbo ni sentido. Ambos apetecen; siempre. El jardín de la Cordoaria, por ejemplo, tiene una gradas de bronce con las figuras de unos chinos descacharrados de risa que no logré encontrar en guía alguna pero que son muy graciosas, y que nos hicieron reír lo nuestro. Por no hablar del sinfín de fachadas hermosas, de las que las de la Ribeira son, justamente, las más famosas, pero de las que encuentras representantes muy dignas por plazas y calles poco transitadas. Oporto tiene ese aire decadente que a mí me gusta. Cuando regresas al camino transitado, no puede evitarse el tranvía, “el eletrico”. Vale la pena sucumbir y tomar el que te lleva hasta el Castelo de San Francisco Javier, fuera ya de la ciudad. Esto no es una guía, ya se sabe, pero la torre de los clérigos, san Bento, las bodegas, la ribeira, las bodegas, la casa de la Música o la Bolsa están muy bien, pero la librería de Lello e Irmao, propia y verdadera de las pelis de Harry Potter, necesitan una visita. Algunas son maravillosas, y otras… no tanto. La librería es un frustrante ir y venir de guiris apretujados, mirando la librería bajo los gritos constantes de “no pictures” que deberían cambiar por “fotos no, por favor” ya que la inmensa mayoría son españoles. Españoles que, además, en esa su inmensa mayoría, pasan de largo los anaqueles sin leer un solo lomo, y menos un solo tomo, más pendientes de pegársela a los cabreados dependientes y sacar la puñetera, mala y jodida foto que de ver, vivir y disfrutar la librería. Presumamos, pues: yo entré con la cámara apagada y guardada, y me recorrí la librería a la búsqueda de libros en español para darme el gusto de comprar uno allí mientras me asombraba de la preciosidad que adornaba cada rincón. Tengo que volver, pero no en verano, vive Dios. Me costó, pero lo logré: A la sombra de la memoria, de Eugenio de Andrade. Ea.






Pero en una visita seria no debe olvidarse la Fundación Serralves, museo contemporáneo impresionante, casa no menos espectacular y que esconde una granja que para mí quisiera. Y una historia de riqueza desmedida invertida en esa casa y un final mísero en una buhardilla: de película. Leed la historia del tal Serralves.
Bueno, y no dejéis de visitar el Majestic, un café de nouvelle epoque, donde me tomé un whisky de malta, como un campeón. Bueno, todo esto es de libro, o casi, pero, y ¿lo de Antunes?
Comer bien en Portugal es fácil. Facilísimo. Pero Antunes es un pequeño restaurante, perdido en medio de una de sus callejas más vulgares, fuera del circuito turístico, sin nada de atractivo exterior – ves la fachada y piensas en buscar otro sitio- pero que está siempre lleno. De portugueses. Hay que esperar. No reservan. Da igual. Todo, y digo, todo, es exquisito y abundantísimo. El plato estrella es el pernil de porco, que ha pasado  a formar parte de la historia familiar de manera indeleble. Pues no somos triperos ni ná. Pero, ¿y el bacalhau a Gomes? ¿Y los callos de porto (asombrosos, con comino)? ¿El polvo (pulpo, guarros) a bras? Y… No puedo seguir, no puedo, lloro mucho. La emoción. Y el triperío.

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