sábado, 10 de septiembre de 2016

SOCOTRA, DE JORDI ESTEVA


No, no he estado en Socotra. Ya quisiera yo. He vuelto a leer a Jordi Esteva  y, aunque no es lo mismo, de momento (y seguramente por mucho tiempo dada la situación de guerra e inseguridad) me consuela y me sirve para al menos “querer ir”.  Inshalá.

Después de leer Los árabes del mar (ver), creí que sería difícil que superase la impresión que este autor me causó. Pero Socotra es igual de magnífico, ahora dejando los largos viajes e internándose, a golpe de caminos de cabras, en tierras que uno asocia de nuevo a antigüedad y aventura.  A grandes nombres y culturas, como Alejandro Magno, Vasco de Gama, Simbad, los romanos, los griegos, pero también a zonas apartadas de toda influencia, a pastores medievales y a árboles míticos: incienso, mirra, draco... Portentoso.

Narra Jordi Esteva las difíciles circunstancias para llegar hasta allí desde Saná primero y Adén “el pozo de Rimbaud” después, comparando el cosmopolitismo y el provincianismo respectivos. Y su llegada a la isla en un extraño vuelo. Eso tras revelarnos el porqué del aprecio de los musulmanes por los gatos  (Muezza, la gata de Mahoma es una de las razones) y las arañas. Siempre nos descubre cosas interesantes además de sitios. Hasta menciona también a Bastet y Sejmet las diosas representantes de las versiones pacífica y agresiva del alma felina de los egipcios.

Son muchos los mitos asociados a Socotra que nos presenta, desde los del Reino de Saba (de donde parece proceder el idioma), a los egipcios, que la conocían por su incienso y mirra, utilizados en las momificaciones; no olvida a los romanos o a los griegos, con el Ave Fénix, Heródoto o el mismísimo Urano entre las citas. Y un templo a Zeus en la orilla.  Pero se va más lejos y nos trae a colación a Gilgamesh, o a la mítica ave Roc, la que se llevaba a los elefantes para alimentar a sus crías. ¿Sería un Pterodáctilo? Y la conquista portuguesa también tiene su espacio en el relato, así como los sultanes, los navegantes del este africano o los británicos. Pero, sobretodo, Socotra es la isla de los genios, así titula su libro, y se debe a los innumerables genios o djinns (yins)  y las leyendas. Sorprendentemente, le cuesta lo suyo que los lugareños le cuenten historias de las que quiere oír, pero alguna hay, y muy meritoria.

Nos habla también de los dracos (la sangre roja del dragón), que allí forman bosques enteros que en las fotos y en los documentales del propio autor son espeluznantes y raros como pocas cosas. Como lo son otros muchos integrantes de la flora socotrí, los árboles del incienso, de la mirra y otras rarezas botánicas. El autor nos describe la exuberancia y cantidad de estos árboles que, en otros sitios, ha visto en versiones raquíticas y escasas y que aquí abundan en número y calidad. Para rarezas, hasta la miel de incienso, curiosidad alimentaria que no debe abundar.

El caso es que a pesar de las preciosidades que encuentra en la costa: los herreros negros que le recuerdan a la fragua de Vulcano; un tanque T34 ruso enterrado en la playa en una de las fotos, cosa más rara; o  los pescadores y sus singulares formas de vivir, sigue sin encontrar quien le de razón suficiente de los yins, del ave Roc o de otras muchas leyendas y decide internarse hasta las montañas en forma de dedos que aterrorizaban entre la bruma a los antiguos marinos. Y ese es el viaje.

Cargan los camellos (y nos detallan cómo) y parten tierra adentro por angostos y revirados senderos que les van subiendo por lugares que, en la descripción escrita, son misteriosos, pero que no pierden un ápice de ese misterio en las pocas imágenes que pueden verse, tanto en las fotos del libro como en los fragmentos de video vistos en la red. Tengo que conseguir ver esa película como sea, porque además la productora es también una evocación: Siwa Productions. Ah, Siwa (ver). De los camellos nos habla en varios episodios, tanto en relación al respeto con que se les debe sacrificar en caso preciso, o al uso de su sangre en ritos oscuros, como a no fiarse de ellos o el hecho de que los camellos conocen el centésimo nombre de Alá. Qué mezcla tan fabulosa de ideas nos ofrece.

Hacia el final del camino, cerca ya de las cimas, recibe al fin alguna señal y relato de viejas leyendas, bien distintas a las que buscaba (ni idea del ave Roc por más que preguntase). Y también una reflexión muy personal y muy bella de las razones para hacer estos viajes. Qué envidia sana. Al menos, los comparte, por escrito y, en esta ocasión, en imágenes, que además lucen en blanco y negro aún más espectaculares y expresivas.  Y son no solo los paisajes, o los árboles o los animales, sino, muy especialmente, los rostros de los pastores y acompañantes del viajero. Caras antiguas, cinceladas, afinadas, fuertes, que parecen más del álbum de un etnólogo que de un viajero, por curioso y discente que sea.


Otra vez gracias Jordi.

PS: por alguna razón que no puedo explicar, asocio la lectura de este libro y la visión de las imágenes accesibles en la red a la BSO de la película Ex-Machina, por Ben Salisbury y Geoff Barrow. 

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