Sigo y termino con Cu Chi, que es un verdadero monumento a la supervivencia y al ingenio. Ingenio para matar y para vivir.
A la entrada hay un puesto donde te venden utensilios hechos a base de casquillos de bala. Bolígrafos, encendedores, peines, silbatos, cubiertos... De ellos nos dicen que son réplicas pero que en su día se utilizaron tal como allí se nos vende ahora a los turistas. El que nos lo cuenta no es el vendedor, hagamos por creerlo, porque, además, viendo cómo sacaban partido a otras cosas, casi es imposible la duda. Son toscos, la lámina de metal es siempre del mismo grosor, sólo hay latón... obvio. Pero todo funciona y estoy casi seguro de que deben ser bien duraderos, por lo simple. También hay granadas de mano reconvertidas en portalápices, cuencos hechos con restos de bombas...
Y un poco más allá, un muestrario completo de las armas de mano, desde pistolas y revólveres pasando por subfusiles Thompson hasta ametralladoras M60 y todos los tamaños intermedios. Cuánta imaginación para hacer daño. Y en el complejo, algunas sorpresas más, una un taller de metalístería, donde se reutilizaban las carcasas de las bombas para hacer otras o para los utensilios que antes mencionaba y otro donde reutilizaban los neumáticos para hacer sandalias y alguna otra cosa. Lo de las sandalias ya lo he visto en otro sitio, pero aquí el guía nos insistió en lo útiles que son en su clima, y nos hacía mención a los numerosos problemas de los norteamericanos con sus botas, siempre encharcadas y produciéndoles rozaduras, micosis, incomodidades mil, vaya. Y ellos, con sus humildes sandalias de tiras de neumático, que "si llueve se mojan pero se secan rápido, no mantienen el agua dentro". Razón tiene.
Un M47 achatarrado, con el tren de rodaje derecho arrancado por la explosión de un mina es una pequeña estatua al vano intento de tomar aquello con medios inadecuados. Ya conté cómo se las arreglaban de bien desde sus escondrijos para combatir los medios superiores con sus minas caseras pero efectivas. Eso por no hablar de la foto de un soldado norteamericano con una pistola en la boca que trata de deslizarse dentro de una de las estrechísimas entradas. Su cara es el miedo mismo. Da pavor verlo.
Y, a la salida, colecciones de las bombas que les tiraban, incluidas las de racimo, otro alarde de tecnología para machacar al contrario y que tampoco bastó para vencer al de las alpargatas. Lo curioso es que ahora ellos fabrican cantidad de cosas que usan los americanos (pedazo de fábrica de Canon) o las cadenas hoteleras americanas están haciéndose con la costa de la mítica Playa de China, donde desembarcaban y descansaban antes de ir al matadero los soldados norteamericanos. Qué cosas. Pero bueno, eso es otra historia que merece su espacio.
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