martes, 26 de febrero de 2013

PAIMPONT, LA TUMBA DE MERLÍN


PAIMPONT, LA TUMBA DE MERLÍN

Aparcamos el coche y, llenos de optimismo, nos encaminamos a la misteriosa y evocadora Tombaeu de Merlin. La flecha era muy clara, déjate de mapas. Nos habíamos provisto de un poderoso mapa en la oficina de turismo del minúsculo pueblo de Paimpont. Ah, Paimpont, con su estanque, su abadía, sus panaderías… y con sus nombres de calles tan adecuados: Morgana, Viviana,  Brocelianda… Pero bueno, pero vale, a tomar viento el mapa. Sigamos la flecha. Ya es raro que no haya nadie ¿no? Se ve que no es época de andar por aquí. La verdad es que hace un calor que nadie diría que esto es Bretaña.
Bosques inmensos con estrechos caminos por los que nos fuimos internando y por los que después de largos trechos encontrábamos algún alma cándida como nosotros que, sin duda, buscaba la tumba del mago. Ni una flecha más. Preguntábamos y siempre íbamos bien, pero los dos kilómetros que anunciaban al inicio se nos hacían muy largos. En especial a la infancia.
Llegó un punto en el que claramente nos habíamos perdido. No había nadie a quien preguntar ni tampoco estábamos seguros de cómo volver, porque habíamos hecho algún que otro giro atendiendo indicaciones de gente que nos habíamos cruzado.
Arboles por todas partes, de esos que no te dejan ver el bosque, y mucho menos los lindes del jodido bosque. Caminos que de repente se desvanecen en medio de la nada, otros que giran noventa grados en un terreno llano sin que tú sepas muy bien a qué puñetas se debe el quiebro, voces (en francés, claro, ni papa de lo que decían) que sonaban de cuando en cuando pero que no nos servían de nada…
Verás.
- Tengo hambre.
- Ya, bueno, sí, esto… ya estamos llegando a la tumba de… ¡Merlín! ¿Eh? Que no es cualquier cosa el Merlín este – en voz baja, pero me oyeron, añadí-  Merlín de los…
- ¿Cojones?, papá.
- Sí, hala sigue por ahí.
Aún anduvimos otra media hora más hasta que por fin unos señores nos indicaron que estábamos casi al lado, había que cruzar una carretera y cien metros más allá, estaríamos donde queríamos estar.
Lo de cruzar la carretera nos descolocó del todo, porque se suponía, en lo que intentábamos sacar en claro del inútil mapa, que no tendríamos que cruzar (ni habíamos cruzado) ninguna. Bueno, de perdus a la riviére, vamos por donde nos dicen estos. Y, efectivamente, al llegar al extremo del puñetero bosque, una nueva flecha, de esas que habían desaparecido por algún sortilegio del mago, señalaba de nuevo, Le tombeau de Merlin 200m. Allá que nos fuimos.
Pues bueno, pues vale, pues vaya. Pedrolón en medio de un claro y poco más. Eso sí, las fisuras, llenas de papelitos que supusimos ofrendas, peticiones, agradecimientos… Exvotos, en definitiva. Ahí y en las ranuras de las piedras que rodeaban, junto con una empalizada de madera, la supuesta tumba. Y también, ristras de ellos colgando de los árboles, a modo de guirnaldas. Tenía hasta su gracia, pero la verdad es que estábamos tan cansados y nos había costado tanto llegar que nos quedamos bastante fríos en nuestra fe merliniana y artúrica.
Bueno, pues unos metros más allá debía encontrarse, según los prospectos y la flecha que lo señalaba, la fuente de la eterna juventud.
Ah, bien, vale. Merlín, que te den, que me voy a tomar las aguas.
- Papá, ¿esto te mantiene joven para siempre?
- No creo, la verdad.
Una alberquilla, por ser generoso, con poca agua, mucho barro y nulo encanto.
Bueno, pues ya habíamos visto la tumba y la fuente, y teníamos claro que de allí ningún sortilegio podíamos esperar. Era todo muy cutre, muy dejado, muy poco misterioso, eso a pesar de los exvotos y de los círculos y otras figuras hechas con piedrecitas que ocupaban una pequeña explanada junto a la fuente de la eterna limosidad. Se supone que los que se creen druidas, brujas y magas, llevan a cabo por allí sus ritos. Mientras no incluyan beber del agua milagrosa, que hagan lo que quieran, pero como la caten, conocerán el milagro de la pérdida de peso sin esfuerzo. Sed, hambre, cansancio, y una fuente de la juventud que si la Dra. Aslan saca de aquí ingredientes es para preocuparse. Arreando.



De regreso al coche, nos resarcimos. Lo encontramos del tirón y estaba, efectivamente, a unos diez minutos por el camino bueno. Sí, ese que no seguimos a la ida. Una mesa hecha a base de un gigantesco tronco de árbol cortado en una rodaja del tamaño de una rueda de tractor nos asistió, bien sombreada y dotada de asientos también de madera. Para eso habíamos aparcado a su lado con buena vista. Hala, tira de cestita de caperucita y dale duro. De le fromage, de le pain, de le vin, de l’eau, de le saussige o como coño se escriba y de todo lo de que llevábamos. Nos pusimos las botas a la salud de Merlín. Incluida siesta mágica.

Eso sí, la mesa estaba toda ella llena de inscripciones grabadas a punta de navaja, unas pidiendo ayuda a merlín y otras diciéndole guarradas a Morgana. Así que les propuse a mis hijos hacer algo que “no debéis hacer”. Por primera y creo que única vez en mi vida, quise dejar algo grabado en aquella mesa de picnic. Mis hijos todavía se ríen cuando se nombra a Merlín en alguna película. Dice así aquella grave admonición (póngase tono de invocación; pomposo uno, vaya): Merlín, merlinete, a ver si señalamos mejor los caminos, cabroncete.

viernes, 22 de febrero de 2013

Cu Chi (y 2)

Sigo y termino con Cu Chi, que es un verdadero monumento a la supervivencia y al ingenio. Ingenio para matar y para vivir.

A la entrada hay un puesto donde te venden utensilios hechos a base de casquillos de bala. Bolígrafos, encendedores, peines, silbatos, cubiertos... De ellos nos dicen que son réplicas pero que en su día se utilizaron tal como allí se nos vende ahora a los turistas. El que nos lo cuenta no es el vendedor, hagamos por creerlo, porque, además, viendo cómo sacaban partido a otras cosas, casi es imposible la duda. Son toscos, la lámina de metal es siempre del mismo grosor, sólo hay latón... obvio. Pero todo funciona y estoy casi seguro de que deben ser bien duraderos, por lo simple. También hay granadas de mano reconvertidas en portalápices, cuencos hechos con restos de bombas...

Y un poco más allá, un muestrario completo de las armas de mano, desde pistolas y revólveres pasando por subfusiles Thompson hasta ametralladoras M60 y todos los tamaños intermedios. Cuánta imaginación para hacer daño. Y en el complejo, algunas sorpresas más, una un taller de metalístería, donde se reutilizaban las carcasas de las bombas para hacer otras o para los utensilios que antes mencionaba y otro donde reutilizaban los neumáticos para hacer sandalias y alguna otra cosa. Lo de las sandalias ya lo he visto en otro sitio, pero aquí el guía nos insistió en lo útiles que son en su clima, y nos hacía mención a los numerosos problemas de los norteamericanos con sus botas, siempre encharcadas y produciéndoles rozaduras, micosis, incomodidades mil, vaya. Y ellos, con sus humildes sandalias de tiras de neumático, que "si llueve se mojan pero se secan rápido, no mantienen el agua dentro". Razón tiene.



Un M47 achatarrado, con el tren de rodaje derecho arrancado por la explosión de un mina es una pequeña estatua al vano intento de tomar aquello con medios inadecuados. Ya conté cómo se las arreglaban de bien desde sus escondrijos para combatir los medios superiores con sus minas caseras pero efectivas. Eso por no hablar de la foto de un soldado norteamericano con una pistola en la boca que trata de deslizarse dentro de una de las estrechísimas entradas. Su cara es el miedo mismo. Da pavor verlo.

Y, a la salida, colecciones de las bombas que les tiraban, incluidas las de racimo, otro alarde de tecnología para machacar al contrario y que tampoco bastó para vencer al de las alpargatas. Lo curioso es que ahora ellos fabrican cantidad de cosas que usan los americanos (pedazo de fábrica de Canon) o las cadenas hoteleras americanas están haciéndose con la costa de la mítica Playa de China, donde desembarcaban y descansaban antes de ir al matadero los soldados norteamericanos. Qué cosas. Pero bueno, eso es otra historia que merece su espacio.

martes, 19 de febrero de 2013

CU CHI. LOS TÚNELES DEL VIET CONG


Los túneles de Cu Chi son una visita curiosa. Una red de túneles de más de 200 Km a unos escasos cincuenta de Saigón (ahora, oficialmente Ciudad Ho Chi Minh) controlados por el vietcong y martilleados constantemente por la aviación y la infantería norteamericana sin éxito. Se calcula que cayeron unos tres kilos de explosivos por metro cuadrado en la zona. Fue totalmente devastada, pero en el subsuelo, los pertinaces vietnamitas resistieron las bombas, los lanzallamas, el agente naranja y las granadas de mano.


Los túneles estaban hechos con un sinfín de argucias para hacerlos seguros. Las entradas, por supuesto disimuladas, siempre tenían una granada de mano acoplada. Eso servía tanto para castigar al intruso como para avisar de que una entrada había sido descubierta. Las cocinas, porque las había, tenían un ingenioso sistema de cámaras sucesivas en las que el humo se iba diluyendo de forma que finalmente la emisión no se percibía, ni por los olores ni por las volutas. Todos los respiraderos, entradas, salidas, estaban convenientemente "odorizados" para evitar el uso de perros. Al principio usaban pimienta, pero entonces los detectaban precisamente porque los perros rehusaban acercarse a cierto lugar. Después regaban esos sitios con agua donde habían "marinado" ropa, botas, gorras, etc. de los soldados americanos, lo que hacía aquel punto familiar para los perros y por tanto no daban señal alguna. Había también entradas bajo el agua, en el curso del río Saigón. Tenían salas de reuniones, enfermerías, talleres, zonas de descanso... de todo. Y los túneles estaban hechos con recovecos estrechísimos por donde un pequeño vietnamita podía pasar pero un corpulento marine americano, no; amén de toda suerte de trampas que daba escalofrío verlas. Entrar en ellos fue muy agobiante. 


Desde luego, creo que gran parte de la frustración de los soldados norteamericanos se debió a que contando con la mejor tecnología del mundo, a raudales, no pudieron doblegar a aquellos pobres y desharrapados vietnamitas que con dos hierros, un hoyo y tres ramas, les causaban tanto daño. El guía, orgulloso, nos decía, parafraseando a las películas que todos conocemos: "Sí, es verdad, estábamos por todas partes, los charlies".

Desde allí, salían a hacer incursiones y fustigar la retaguardia en acciones rapidísimas de las que volvían a esconderse y aguantar la segura represalia.

El video con el que se inicia la visita es de risa (o de llorar, a ratos), porque usa un lenguaje muy anticuado y con acento cubano en su versión en español. Se habla de los "fantoches americanos", los "imperialistas canallas" y cosas así. Y, bueno, del otro lado se nombran a varios héroes del pueblo, campesinos en su mayoría,  que se convirtieron en armas letales y que recibieron títulos con nombres tan sonoros como "Combatiente excelente aniquilador de americanos" o "valiente combatiente exterminador de tanques". Pelos de punta, pero conviene ver estos sitios, porque otros parecidos están ahora en uso en Afganistán, en Irak, en Sudán, en Mali, en Siria y en tantos sitios.