Empezar y terminar un viaje a la India en iglesias
cristianas es raro, cierto. Pero si encima en una de ellas hay una reliquia de
un apóstol y en la otra el cuerpo del fundador de los Jesuitas, la cosa cobra
más empaque.
Madrás (actualmente Chennai) tiene el extraño honor junto
sólo a otras dos ciudades en el mundo, de alojar reliquias de un apóstol. Las
otras dos son Roma, con San Pedro, y Santiago de Compostela. El tamaño, si es
que importara, dejaría en mal lugar a Santo Tomás, el apóstol de la India. La
reliquia es muy pequeña. La iglesia, bastante sosilla, y muy actualizada,
carece de interés artístico; de hecho es un pastelito decimonónico. Tan solo la
presencia en la cripta del lugar donde presuntamente fue enterrado Tomás y un
fragmento de hueso le confieren valor como para
acercarse a verlo. Pero llegar tan lejos y no hacerlo sería absurdo. Nos
cuestan que llegó en el 52 d.C. y que fue martirizado allí, en una colina
cercana en 72 d.C. Curiosamente, para entrar en la cripta nos exigen que nos
descalcemos, como en los templos hinduistas y en los musulmanes (también lo
harán en una sinagoga en Cochin, es la señal de respeto al entrar en un lugar
sagrado; por el contrario, yo me quitaba mi sombrero en todos ellos sin que
nadie dijera una palabra al respecto. Costumbres). De todas maneras, a mi modo
de ver lo chocante, lo de veras misterioso, es pensar en el arrojo de un tipo
que se cruza medio mundo -con los medios de entonces- para predicar. Seas o no
creyente, reflexionar sobre esto les da un valor humano, físico, innegable: se
trata de miedo, de enfermedades, de incertidumbres, de ataques, de extravíos,
de rechazos… de querer ir más allá pese a todo.
Y el otro, San Francisco Javier, cuyo cuerpo puede verse en
una urna de vidrio en la Basílica del Buen Jesús de Goa. Cada diez años, en
noviembre, lo trasladan durante cuarenta y cinco días a la catedral de San
Francisco de Asís, justo enfrente. En 2014 toca, así que en Noviembre próximo
puede asistirse allí a ese acto. Una vez más, asistí curioso a la presencia,
muy lejos, de una construcción como la de al lado de casa. Una iglesia
perfectamente portuguesa, barroca de finales del XVI, hecha a semejanza de otra
de igual nombre que se encuentra en Roma. La decoración, muy sencillita
igualmente, aunque con un par de retablos buenos y el lugar donde se encuentra
la urna, en alto para evitar avalanchas y ante la que había bastante gente. El
cuerpo, que trajeron de Malaca, en Malasia, puede verse mejor en unas fotos que
se exhiben junto al arca de plata donde originalmente se custodiaron las
reliquias. En todo el recorrido busqué y busqué y por fin, al salir del
pequeño, encalado y descuidado claustro, encontré. A la salida de la basílica
hay una figura de san Francisco Javier, delante una de esas “cajas fuertes –
cepillo” típicas de la India para las dádivas con el rótulo “petitions and
offerings” y a un lado, por fin, unos pocos azulejos portugueses. Manías de
cada uno.
En fin, esto también es la India, pero no lo más interesante. Continuará...
En fin, esto también es la India, pero no lo más interesante. Continuará...
Para terminar os recomiendo mucho el libro de Peter Manseau titulado
Huesos Sagrados, en cuyo primer capítulo encontrareis una buena historia acerca
de estas y otras reliquias. Interesantísimo libro.
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