En pleno centro, cerca de
Connaught Place, y en una esquina de Ashoka Road está el principal templo sij (sikh, que significa discípulo) de Nueva Delhi, el Gurudwara Bangla
Sahib. No muy lejos está la oficina central de Correos y casi frente por
frente la catedral del Sagrado Corazón, curioso. Gurudwara significa la puerta del Gurú, y es así como llaman a sus
templos.
Visitarlo es un privilegio, ya que aunque
el templo está abierto a quienes acuden a recibir la comida que de forma
gratuita se reparte en sus comedores (lángar),
no es una atracción turística frecuentada y hay que respetar sus exigencias
para hacerlo. Por de pronto, cubrirse brazos y piernas; luego, cómo no,
descalzarse; y, además, ponerse un pañuelo que cubra el pelo, adquiriendo así
esa imagen tan típica. A los visitantes se nos reconocía fácilmente, el pañuelo
era naranja, ellos van del color que les da la gana. No se puede tampoco entrar
con tabaco (prohibido para ellos).
Los sikhs representan en torno al 2% de la
población india pero guardan una tremenda cohesión cultural y apoyo mutuo, lo
que les da una importancia relativa, influencia y repercusión en la vida
pública muy superior. Son muy prácticos, trabajadores y emprendedores, lo que
les ha hecho poderosos en las comunidades de comerciantes, científicos, profesores,
deportistas, ingenieros, militares y policías, entre otros. Panjab, donde
tienen una fuerte presencia, es uno de los estados más avanzados de la India.
Fundada por el Guru Nanak, esta curiosa
religión tuvo otros nueve gurus, pero tras la muerte del último, se instituyó
el Libro como única autoridad. El Libro según nos cuentan, fue recopilado por
el quinto guru. Pero la única autoridad real es la propia comunidad: allí donde
al menos cinco sikhs se congregan en torno al Libro, se asume que el guru está
presente. La congregación se llama Sangat. Su pragmatismo proviene de la misma
religión: no hay retiros ni ascetismos. La salvación puede lograrse con una vida
honesta y normal dedicada al trabajo, al servicio y al amor fraternal. “El
solo, oh Nanak conoce el camino, quien gana su vida con el sudor de su frente y
después lo comparte con los demás”. Resulta familiar este aserto. Lo que no es
familiar es afirmar que las riquezas y la mejor calidad de vida a través del
esfuerzo sean bien vistas, como lo es en el sikhismo. Tampoco lo de ofrecer la
otra mejilla: estos tiran de armamento cuando un asunto no tiene otro remedio a
su juicio. Que se lo digan a Indira Gandhi.
De hecho, una de las cinco “k” de su
simbología es un puñal. Las cinco “k” son i) el pelo largo y recogido (kesha,
no se corta); ii) un peine (kangha); iii) una pulsera de acero (kara); iv)
pantalones cortos (kacha) y v) el puñal o espada (kirpan) que nuestro amigo nos
mostró. Estos símbolos siempre los han de exhibir los bautizados (amrit), y por
el contrario no pueden beber alcohol, ni fumar (cualquier sustancia estimulante
en general), ni comer carne halal. No hay monumentos funerarios, ni ríos
sagrados, pero deben acudir al templo una vez al día.
Este no es el famosísimo Templo de Oro de
Amritsar (Gurudwara Darbar Sahib) pero no le falta encanto. El aspecto es el
muy difundido indo-musulmán o indo-sarraceno, tan frecuente en la arquitectura
de edificios públicos indios de los siglos XVIII hasta mediados del XX. El mármol
blanco por todas partes y el dorado en la preciosa cúpula y los techos le dan
un aspecto extraordinario, lleno de arabescos, celosías, cúpulas, columnas
múltiples, capiteles labrados y alfombras rojas. Y un enorme estanque
rectangular. Parece ser que en su día, hubo una epidemia de cólera y que el agua
del pozo de este templo contribuyó a paliarla.
No hay iconos, aquí se adora el Libro
Sagrado (Guru Granth Sahib), ante el
que se guarda una larga fila. Se exhibe bajo un palio dorado y con cortinajes
verdes, pero a cierta hora, con todos los honores, lo depositan en una sala
especial donde pasará la noche. “Lo acuestan para que descanse” según nos
dijeron. El templo sikh tiene un elemento esencial, y es la cocina comunitaria
(Pangat o guru-ka-lángar). Todos (sikhs o no, pobres o ricos, extranjeros…)
pueden comer la misma comida (langar), un elemento igualitario que se elabora
gracias a las contribuciones de los creyentes.
Nosotros vimos prepararla (en
ese momento tostadas de pan hechas por cientos, y unas ollas gigantescas cuyo
interior no pudimos averiguar, mientras en un comedor atestado la gente aguardaba
en ordenadas filas. No sé quién miraba a quién con ojos más grandes. Pero
siempre con una sonrisa. Uf. Porque son bravos y tiene fama de ello. De hecho,
uno de ellos nos enseñó orgulloso su kirpan
a la salida. Si no fuera por la sonrisa, acojona. No, sí que acojona. Precisamente por la
sonrisa.