Kuala Lumpur, KL como la llaman
los del lugar, tiene algunos templos que visitar, pero, conociendo otros, los
de aquí quedan en una discreta posición. Los hay budistas o hinduistas, como el
Thean Hou o el Sri Maha Mariamman respectivamente, pero, insisto, son pálidos
reflejos de las maravillas vistas en otros sitios. En cuanto a mezquitas, la
Mezquita nacional (Masjid Negara), que así se llama, es una construcción
moderna en la que te obligan a ponerte un sobretodo de color lila, vayas
vestido como vayas si no eres musulmán, mientras que, si lo eres, puedes entrar
en pantalón corto. Eso para luego ni siquiera poder entrar a la zona de rezos y
tener que asomarte desde la puerta, en fin…
No, los templos de KL no son la
razón para conocer la ciudad, a excepción de uno, las cuevas de Batu. Nos dicen
las guías que este templo hindú es uno de los más populares y grandes fuera de
la India, y que está dedicado a la advocación del dios Murugan. Considerando el
amplio olimpo hindú, releo algunas informaciones para reaprender que es otro
nombre de Kartikeyan, dios de la guerra, hijo de Shiva y Parvati. La estatua de
la entrada, dorada e imponente, se ve desde lejos, y lo cierto es que
impresiona casi tanto como las escaleras. Es reciente, todo sea dicho. Y aquí, como
en Popa, Birmania (ver), hay que subir, aunque esta vez menos escalones (272) y menos
estrechos. A cambio, más poblados por gente y por monos. Bueno, y por astutos
albañiles.
A la entrada, ya convenientemente
descalzos y listos para empezar a subir, se nos acercan y nos ofrecen un
ladrillo.
- It´s free!
¡Coño!, y a mí qué. ¿Para qué voy
yo a querer un ladrillo? Reparas entonces en que mucha gente los coge. Y dudas.
Hay, además, una alternativa, que es un cubito rojo lleno de arena. Pero… pero…
¿esto qué es?
Mono (y ladrillo) |
Pues que los muy hábiles están
haciendo una obra escaleras arriba y el acopio lo han de hacer a mano. Piden a
los visitantes que les suban uno (o dos, los más cachas/generosos/estúpidos) y
lo depositen a pie de obra, ahorrándose ese esfuerzo. Bueno, pues la escalera
estaba llena de gente con el ladrillo a cuestas (nunca mejor dicho). Más de uno
se libraba del peso extra rápidamente y lo dejaba en cualquier sitio, pero lo
cierto es que la mayoría de la gente completábamos la tarea. Inusitado. Un buen
montón de ladrillos aguardaba al final de la escalera como prueba de lo
generosa que es la gente a veces. Y los paletas tan felices.
Por el camino, ibas ya tomando
conciencia de lo aleccionados que están los monos y de lo incautos que son
algunos visitantes, que con una bolsa de patatas fritas en la mano pretendían
irlas dando de una en una y a su criterio. Panolis. Por detrás o directamente
de frente les llegaba no unos sino
varios macacos, les agarraban la bolsa y, o bien se la arrebataban o tiraban
todo el contenido allí mismo para abalanzarse sobre él.
- - Oh, my god…
Ni tu god ni leches, es que eres
tonto.
Bueno, el caso es que llegados a
lo más alto, entras en la primera cueva y es de un tamaño respetable, bastante
alta y oscura, a excepción de los
templetes de los laterales. Al fondo, una nueva escalera, esta vez más corta,
lleva a la cueva superior. Todo está impregnados de olores propios, de cera, de
incienso, de sándalo, y hay columnas de humo subiendo de cada pequeño altarcito
en donde las barritas de incienso arden. Subimos a la cueva superior y allí hay
una falla en el techo que permite ver el cielo y cuya ladera está densamente
poblada por más monos que hacen el agosto (literal) con los turistas y sus
donativos alimentarios. En ese momento, se están entregando donativos más
serios a las deidades por parte de uno de los sacerdotes, y yo presto atención,
como siempre, a las masivas y solidísimas “donation box” frente a las que el vulgar cepillo de iglesias y catedrales occidentales parecen –son- miniaturas. ¿Los llenarán?
Hay una extraña mezcla de fieles,
meros curiosos y visitantes de esos que se cuelan en todas partes hasta la
cocina sin respetar mínimamente el rito. La altura de las cuevas, el humo, los
monos y el gentío le dan a las Batu Caves un ambiente ya conocido pero
reeditado en clave troglodita. Lo cierto es que no tiene mucho más de
extraordinario, al menos en un día corriente. Al parecer, los festivales que
aquí se celebran son tremendos, el Thaipusam, pero eso no puedo corroborarlo en
primera persona.
Abandonamos el sitio prestando
atención a las figuras policromadas tan kitsch que abundan en estos templos, a
los monos que se te cruzan en la escalera persiguiendo chuches e incautos, a
las vistas de KL y a la enormísima estatua de Muruman que ahora te da la
espalda.
Pero claro, algún detalle de
estulticia tenía que haber por mi parte: me regodeé mucho visual y
fotográficamente en una figura de las mencionadas que estaba tras el
frontispicio y que por eso no habíamos visto al entrar. Una extrañísima
composición de ave (diría que pavo real), vaca y mujer que me dejó atónito.
Ubres y pechos, plumas y pelo (incluida trenza), collares y pendientes en una
misma “cosa” o ser. Tendrá nombre y todo, pero eso no me fue revelado.