Vuelve uno de China alucinado. No es para menos. Dos semanas
en las que tomas contacto con unas pocas ciudades a toda mecha, sin tiempo de
carretear por los pueblecitos, sino de recibir unos someros brochazos del
enorme cuadro que es semejante inmensidad de país. Cinco ciudades a ritmo vivo.
Impresiona el grado de desarrollo aparente –recalco lo de
aparente- que las ciudades que he visitado muestran sin recato. No sé dónde
quedan Mao, el Libro Rojo, la Revolución Cultural, los Guardias Rojos y todo
eso en la apariencia diaria. Del intenso programa, la etapa final es Shanghai,
que ya se anuncia como una moderna ciudad, con su skyline de vértigo, y es el culmen, en lo poco que hemos visto, de
la occidentalización. No seré yo quien se queje.
Salvo por cuatro carteles con esa estética marxista tan
trasnochada, los oscuros coches oficiales, los también oficiales edificios de
corte netamente cuadriculado y añostreinta
–del estilo de los soviéticos, el aeropuerto de Tempelhof o el Ministerio de
Finanzas alemán o los Nuevos Ministerios españoles), esas enormes avenidas preparadas para desfilar y los soldados haciendo
guardia en algunos lugares estratégicos, aquello no parece un país tan alejado
del estándar occidental. Luego, el férreo control sobre la información (no
sueñes en buscar algo con Google, usar Google maps para orientarte o enviar un
Gmail) y las noticias que solo puedes leer fuera de lo que ocurre dentro te
hacen ver claro lo de los dos sistemas. Libertad de mercado, sí, y hasta donde
yo diga. De las otras libertades ya si eso…
Claro, un tintinófilo llega allí en la estúpida creencia de
que incluso pueda quedar algo del Loto Azul, como allí mismo comentamos algunos.
Pero ni fumaderos de opio, ni tropas japonesas de ocupación (aunque recuerdo de
su paso sí que queda, sí; qué poco los quieren), ni coletas y gorritos. Y muy
pocos rastros reconocibles de la China descrita por Paul Theroux en “En el
Gallo de Hierro”, que usé entre otros para documentarme. Esa era China hace 30
años, cuando todo esto era incipiente y lo de Tiananmen fue un incidente en una
sociedad ya en movimiento en lo económico, pero mucho menos en lo social y nada
en lo político.
Al tema. Para un observador español, llaman la atención casi
de inmediato dos elementos muy preocupantes: los coches y los edificios.
El parque móvil en las ciudades que hemos visto (Pekín,
Xian, Guilin, Huangzou, Shanghai) es sencillamente impresionante. De nuevo, el
prejuicioso esperaría encontrarse un tráfico como el que ha visto en otros
sitios no tan lejanos ideológica, económica, social o geográficamente, como
Vietnam o Birmania. Hasta India, de la que falta un “Los camiones de la India”
que queda prometido es bien diferente. En Vietnam o Birmania, hay coches,
obviamente, pero no tiene nada que ver. Yo esperaba “otro” tráfico, con más
motos (las hay, las hay, y del mismo tipo y uso) pero sobretodo, con más coches de marcas locales, desconocidas para
nosotros. Y más anticuado. Pero no. En Shanghai he podido ver la mayor
concentración de coches de gama alta (y algunos de lujo) que he visto
circulando juntos nunca. Recuerdo el aparcamiento del casino de Montecarlo, que
fotografié la primera vez que lo vi, becario-muerto-de-hambre-asombrado. Allí
había, sí, unos cuantos Ferrari, algún Rolls y varios Mercedes estacionados.
Pero es que hemos visto atascos interminables en los que la sucesión de coches
que circulaba nuestro lado incluía modelos enseña de las principales marcas
europeas –alemanas, especialmente-, japonesas y americanas. Porsche, BMW,
Mercedes, Audi, Ford, Citroën (ni un Renault, ni un Fiat, ni un Seat (je)),
Ferrari, Maserati, Tesla (Tesla!!! A mi hijo les llevaron uno a la escuela de
Industriales para que lo vieran, como novedad interesante), Toyota, Lexus,
Infinity, Honda, Buick, Chevrolet… Pero ojo, sedanes grandes y todoterrenos,
nada de utilitarios y poquísimos coches medios. El VW Golf ni lo ves. El Audi
A3 no lo conocen. Eso debe ser de pobres. Muchos más Passats y modelos locales
similares (Lavida…). Y todos nuevos. Rarísimo ver un coche de, digamos, diez
años. Porsche Panamera, Macan (el Cayenne debe ser ya anticuado porque casi
puede decirse que escasea), X5, X3, Range, A6, A8… todo de este porte. Los
taxis de Shanghái son VW Santana, que están siendo sustituidos por Touran
nuevecitos.
Santana y Touran taxis en Shanghai |
Entreverados, algunos representantes de la industria nacional,
para nosotros desconocidos. Marcas como BYD, SAIC, Chery, Mingjun… ni idea.
Algunos tienen una apariencia más que notable, ignoro casi todo acerca de su
calidad pero no son mayoritarios. Hay un Chery que es un calco del antiguo Seat Toledo.
¿Les sobra el dinero? Pues a algunos parece que sí. Máxime
cuando nos explican que en Shanghái se otorgan unas 400 matrículas (no puedo
garantizarlo, creo recordar esta cifra) al día. Y cada una cuesta unos 80000
yuanes (unos 11000 euros). Es decir, que cuesta la matrícula más que un coche
“normalito”. Añádele un coche de gama alta y es un dineral. Pues el atasco es
monumental, amigos. Imagino que las zonas rurales y el extrarradio de estas
mismas ciudades deben tener otro aspecto, pero los núcleos centrales –en
sentido muy amplio- eran un atasco formidable pletórico de cochazos oscuros,
como el furgón del Dioni. ¿Por qué tan pocos coches claros?
Y eso que, enlazando con las casas, la construcción a todo
trapo incluye enormes autopistas por medio de las ciudades, con pasos elevados
de kilómetros de largo, entrecruzamientos de varios niveles, avenidas enteras
sobre-elevadas… y todo para contener un embotellamiento monumental y perenne.
Brutal. Inabarcable. Insostenible.
Bueno, y la otra cuestión. Los bosques de rascacielos
inacabados o vacíos. El skyline del malecón de Shanghai es una cosa, y las
afueras son otra. En el centro, como en todos los centros, el metro cuadrado es carísimo pero tiene demanda
y se ocupa. Nos hablaron de unos 10000 yuanes, unos 1500 euros, el metro
cuadrado. No puedo asegurarlo.
Pero en las afueras de Xi’an, a donde uno llega con la
efervescencia de ver a los famosos guerreros, si mantiene el ojo atento pese a
la neblina y la lluvia nocturnas, puede darse cuenta de que el camino entre el
aeropuerto y la ciudad está plagado de edificios altísimos sin una sola luz. Y,
aún más, por fuera de esa inmensa sucesión de edificios oscuros en plena noche
(¿Será tan cara la luz? No puedo creerlo) se perfila otra sucesión casi igual
de gigantesca de grúas que sobresalen de otras tantas torres inacabadas. Al día
siguiente, en el camino hacia el yacimiento, la imagen se confirma bajo la luz
del día, pero así, impresiona menos. No se nota si los edificios tienen o no a
alguien dentro. En la noche, sus oscuras ventanas, por miles, inquietaban.
Hablo de edificios de 25 o 30 plantas, no de adosados. Cuando vuelves a Madrid,
las famosas cuatro torres de la antigua ciudad deportiva del Real Madrid
parecen un quiero y no puedo.
Claro, te dicen que hay una fuerte migración del campo a la
ciudad, que las ciudades crecen, que Xi’an tiene 11 millones de habitantes, que
Shanghai 22, las cifras marean. Y las infraestructuras que han de acompañar a
eso han de ser por fuerza, mayúsculas. Pero… no sé, no sé.
¿Nos suena de algo una situación de construcción excesiva
que actúa como motor perverso de una cierta economía que se hunde si el
ladrillo no se vende? ¿Y de cambiar tu viejo Seat por un BMW nuevecito a
crédito, que ya verás qué bien lo pagarás, hombre? ¿Y mucho cemento gastado en
obras públicas enormes? Nos dicen que eso lo hicieron muchos aquí: “vivieron
por encima de sus posibilidades”. Discutible y discutido. Pero el modelo que
nos llevó a la crisis es muy parecido, solo que unos milloncetes de españoles
empobrecidos y endeudados son una cosa y tropecientos millones de chinos en la
misma situación es una bomba mundial.
La impresionante muralla de Xian. Al fondo, unas casitas. |
Esto iba de coches, perdón. China se mueve, amigos. Y va en cochazos nuevos. Por ahora.